Doble nacionalidad: entre pasaporte y documento de identidad europeo.

Portugal y España y los ecos coloniales
Portugal y España aún sienten las consecuencias de la época colonial. Ambos países ibéricos siempre han sido generosos en cuanto a la nacionalidad, a veces incluso en exceso. Conceden o aceptan la doble o múltiple nacionalidad con relativa facilidad, especialmente a ciudadanos de sus antiguas colonias. Esta generosidad contrasta marcadamente con la política de nacionalidad de Japón, donde es prácticamente imposible tener doble ciudadanía. Quien adquiera otra ciudadanía debe renunciar a la japonesa. O con Suiza, donde se requiere residir allí durante años, demostrar integración, hablar el idioma con fluidez y no haber cometido delitos graves.
En estos países, la nacionalidad es el resultado de un camino de pertenencia, no un atajo.
La ley reciente y la necesidad de coherencia.
La nueva Ley de Nacionalidad, aprobada por el Parlamento portugués a finales de 2025, simplifica el proceso de obtención de la ciudadanía para quienes residen legalmente en Portugal o nacieron aquí y tienen padres extranjeros residentes en el país desde hace más de cinco años. Asimismo, refuerza los mecanismos de transparencia en los procesos. Se trata de un importante paso civilizatorio, pero deja una pregunta abierta: si una persona de otro país que se ha nacionalizado portuguesa puede perder su nacionalidad por decisión judicial en casos de fraude, ¿no debería un ciudadano portugués nacido en el país poder perderla también por orden judicial en casos similares, especialmente cuando se cometen crímenes muy graves contra la humanidad o se atentan contra los principios básicos del estado de derecho democrático? Quizás deberíamos al menos tener el valor de debatir el equilibrio entre la igualdad de derechos y responsabilidades para todos, ciudadanos nuevos o antiguos, y evitar que la nacionalidad se convierta en un privilegio sin obligaciones. En caso de pérdida de la nacionalidad, la decisión debería recaer en un tribunal independiente del Estado democrático. Y debería aplicarse por igual a quien haya obtenido la nacionalidad este año y a quien la haya tenido durante cien años.
No se trata de cerrar puertas, sino de decidir si la nacionalidad debe ser un puente que una a las personas o simplemente un documento administrativo.
El peso de la guerra y el sentimiento de pertenencia.
La guerra en Ucrania demuestra que la nacionalidad no es algo que se elige al azar; es una cuestión de vida o muerte. Rusia invadió un país cuya soberanía no reconoce, negándole así el derecho a existir. Muchos jóvenes huyen del servicio militar obligatorio, mientras que muchos ancianos se alistan voluntariamente para defender su tierra, la lengua de sus abuelos, sus hogares y la memoria de sus ancestros.
La gente no lucha por la bandera ni por el himno, sino por la familia, por sus hermanos y hermanas, por su hogar y por las palabras heredadas de sus antepasados. Eso es lo que da sentido a la nacionalidad.
Ciudadanía, nacionalidad y el caso personal.
Poco antes de cumplir los 18 años, alrededor de 1980, la policía portuguesa me informó de que no podía tener doble nacionalidad. Me dijeron que eligiera una. Me negué. Obedecí la ley y me alisté en ambos ejércitos: el portugués y el español. Al final, ambos me eximieron: estaba estudiando en la universidad y ya no cumplía con el requisito de edad para el servicio militar.
Mi negativa a elegir fue, sin saberlo, una pequeña forma de resistencia contra la persistente influencia de dos dictaduras que querían dividir lo que siempre ha sido mi identidad.
La doble nacionalidad y sus contradicciones
La doble nacionalidad puede brindar oportunidades, pero también abusos y contradicciones. Algunas personas logran casarse con dos personas distintas en países diferentes, utilizando pasaportes separados. Otras declaran vivir en la pobreza en un país europeo para recibir prestaciones sociales, pero poseen propiedades o negocios en su otro país de nacionalidad. Aunque se trate de casos aislados, evidencian la necesidad de establecer normas claras para evitar que la doble nacionalidad se convierta en un instrumento de conveniencia.
Los nueve millones de inmigrantes de la Península Ibérica
Hoy en día, alrededor de nueve millones de inmigrantes viven en la Península Ibérica. La mayoría trabaja, contribuye a la economía, cría a sus hijos y se integra plenamente en la lengua y la cultura. Pero también existen quienes utilizan su nacionalidad únicamente como medio para obtener ventajas económicas. Sostengo que la doble nacionalidad solo debería existir entre países de la Unión Europea o entre aquellos que utilizan el euro como moneda. La Unión Europea es, ante todo, un espacio donde las personas son libres, pueden circular libremente, tienen los mismos derechos y están protegidas colectivamente.
La concesión de la nacionalidad portuguesa o española a ciudadanos de fuera de la Unión Europea debería exigir prueba objetiva de un vínculo real: matrimonio o unión de hecho con un nacional ibérico, propiedad de una vivienda o hipoteca en un banco portugués o español, o un contrato de trabajo permanente en uno de estos países.
Responsabilidad compartida
Si un extranjero que adquiere la nacionalidad portuguesa puede, en circunstancias agravantes, perderla, también es justo que un ciudadano portugués por nacimiento pueda ser castigado con la pérdida de la nacionalidad en casos extremos, por actos que traicionan los principios fundamentales del Estado de derecho democrático. Esta simetría no es un castigo, sino una prueba de madurez democrática. La nacionalidad no puede ser un refugio para la impunidad. La lealtad es el requisito fundamental para pertenecer a un país.
Epílogo: Ser europeo
Ser europeo es vivir con una doble lealtad: a la libertad y a la responsabilidad compartida con otros europeos. La Unión Europea es el espacio ideal para compartir soberanía sin perder la identidad. Este equilibrio solo es posible cuando los derechos y los deberes son simétricos. La doble nacionalidad no debe ser un escudo, sino un espejo.
Portugal y España deberían verse como hermanos maduros, conscientes de que la nacionalidad no es solo un pasaporte, sino una herencia viva, parte del alma de un continente que aún cree en sí mismo.
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