Perito Moreno en el calor de la ficción

No es inevitable, pero tampoco es difícil establecer una conexión entre el fluir de la novela de Marina Yuszczuk y la voz de un autor que aparece en nuestra memoria, entre otras cosas, un símbolo patriarcal: García Márquez. Juan Forn solía decir que el mayor talento de Márquez era la forma de traficar la información debajo de la arquitectura de la prosa, y algo de eso hay en Historia natural: nos enfrentamos a una novela narrada por Virginia Moreno, hija del célebre perito que le dio nombre a la más grande maravilla natural de la Argentina, y la acción principal transcurre en una preadolescencia que coincide con la fundación del Museo de Historia Natural de La Plata.
Las muchas intrigas de la novela –con enormes volúmenes de información que para el caso podría ser histórica pero también imaginada– son incorporadas bajo una voz eufónica y encantadora, una técnica que recuerda a la maestría del colombiano. Los conflictos entre Moreno y los hermanos Florentino y Carlos Ameghino, las peripecias de la fundación y el traslado de piezas al museo, el roce infantil de Virginia con sus primas, la asfixia doméstica alrededor de una madre enferma y la centralidad de su pasión filial por el severísimo e indiferente perito Francisco Moreno entran en la voz que narra como en una danza de alternancias perfectas, que no deja de ofrecer una bifocalidad entre fondo y figura propia de la novela del siglo XIX.
En ese sentido, una salida sencilla es aplicarle a Historia natural una etiqueta de más de 40 años: “posmoderna”, palabra que puede tener un borde peyorativo. Se hizo hábito pensar que había algo necesariamente negativo en tomar una técnica fuera del tiempo en que fue “originada”, como si prevaleciera una desconfianza moderna contra lo que no rompe con la tradición, signifique lo que signifique la palabra. Sin embargo, la conexión con el fantasma de la novela decimonónica perfecta no hace sino beneficiar a la de Yuszczuk, proveyéndole ese marco que, como decía Piglia con un término un poco más campestre, previene del error. Los géneros, decía Piglia, nos evitan las chambonadas. Yuszczuk aprovechó esa ventaja, ese marco que contiene y da sentido y hospitalidad a la voz que narra.
Su libro no deja de recordar también a grandes novelas sobre la infancia. No es difícil de pensar, en una escala diferente, en una combinación de la visión histórica de El barón rampante con la sensibilidad para el siniestro cotidiano infantil de Silvina Ocampo, aunque puede inscribirse a Historia natural en una suerte de neogótico para el que el siglo XIX funciona como espacio natural y proyección política. La intriga íntima de la formación de la voz de Virginia (ser único, no una alegoría de lo femenino) deja paso al latido de una voz de clase que tiene que ver con el origen del poder en Argentina y con la construcción de una perspectiva para la cual lo ajeno es una propiedad potencial, desde el paisaje y los recursos hasta la vida.
Ese resquicio, sumado al entorno de formación de las ciencias en el país, al acopio de información sobre el cuerpo humano producido a finales del XIX, abre un campo en el que Historia natural hace crecer una zona de horror físico naturalizado por la voz entre clínica y naif de Virginia, que va perdiendo su ingenuidad a medida que el sexo, las tensiones profesionales y vitales de los adultos y el conflicto político, social y étnico le dejan ver sus caras desnudas. En el medio, la revisión de la obra del padre, de su obra escrita y de las fantasías visuales que proyecta su prosa en la hija a partir del paisaje patagónico abre para el delirio de Virginia una zona de lirismo que no es un elemento menor entre sus virtudes.
Historia natural, Marina Yuszczuk, Blatt y Ríos, 288 págs.
Clarin