Un buen Cid, otra vez, en una función interminable en Santander

La última cita de la Feria de Santiago de Santander vino precedida de un formidable lío por el ofrecimiento de Morante de la Puebla para sustituir a Cayetano altruistamente, la negativa de Roca Rey -hay mar de fondo, bellum indecere- y la inclusión definitiva El Cid resucitado con su incontestable triunfo. Que casi volvió a reeditar con el lote más óptimo de una corridita de Domingo Hernández que dejó mucho que desear. Una oreja y otra para un Roca Rey trabajador que no termina de remontar el vuelo. Las cámaras de TV presentes. El mayor daño se lo llevó Juan Ortega, perdido en tarde aciaga. Tres horas de función, o defunción. Interminable.
Un toro de fino hocico y lavada expresión había abierto la corrida haciéndolo bien. Por tranco y colocación de la cara. La definición en el embroque por encima de su salida abanta. Siempre recuerdo a Barquerito cuando escribía sobre las querencias del mar en esta plaza de Cuatro Caminos. Y quizá por ello haya que descontarlas. Tamizado se centró. Y El Cid, también muy centrado, con ese sitio recuperado no de antes de retirarse, sino de seis años antes de irse, lo cató ya en serio y con asiento en un quite de dos verónicas y media. La faena se desarrolló por una y otra mano, puesto pronto El Cid a torear. Desencuadernado de cintura por su derecha -arroblesado, diría Guanes-, más vertical en su izquierda; largo el trazo por las dos. La última tanda de naturales, con un tempo de espera, fue formidable. Anduvo el Cid, en el toreo final al paso, desprendiendo el poso de los años. El domingohernández se prestó a todo. Obra y toro sostuvieron un buen tono. Una estocada defectuosa valió. Un golpe de descabello; una oreja.
No remató Manuel Jesús Cid ni la tarde ni la feria por su fidelidad a la vieja leyenda de pinchaúvas. Armó una faena con veterano oficio con un cuarto de mejores inicios que finales, manejable pero sin soltarse, apoyándose en las manos para girarse sobre ellas antes de hora. Completó, al fin y al cabo, el lote de la corrida, y en eso El Cid también sigue fiel a la leyenda de su baraka.
Un zambombo de 613 kilos que no pintaba nada y rompía la corrida -137 kilos de diferencia con el más liviano, 476- fue bruto, andarín, amagado y mentiroso en su parco viaje. Juan Ortega principió con bonitos pases de la firma y hermosas trincheras en un prólogo estético pero no sé si para el toro. Pero el problema no fue ese, sino que el excesivo tiempo que gastó en nada. Un torero como Ortega, una vez demostrado el querer, y mostrada la embestida a contraestilo, no se puede eternizar en una faena sin rumbo para acabar enseñando su impotencia. Se puso la bestia tremendamente incómoda para matarla y frisó el tercer aviso, que sólo un fulminante bajonazo a la desesperada evitó.
La tarde se tornó aciaga para Juan Ortega con un quinto más armonioso pero infumable, geniudo y manso. Ortega volvió a incurrir en los mismos pecados de estar un siglo en la cara del toro, ni p’alante ni p’atrás, dejándose enganchar mil veces. Rajado el toro casi desde el inicio, tardó en agarrar la espada. Muy perdido el sevillano. Tanto estudiar las viejas tauromaquias ha de servir para doblarse, meterse por los cuellos, machetear y abreviar como se permite a los toreros de su estirpe. Y asumir una bronca torera, pero no así. La espada acabó de poner la guinda a una imagen desdibujada con un mitin formidable. Una vuelta al ruedo completa entre pinchazos. Casi tres avisos, otra vez. Cinco toros en dos tardes fue una apuesta no medida. El domingohernández del otro día fue el de más nota de ocho lidiados en Santander.
Roca Rey dejó varios alardes de su seco valor con un torete que decía muy poco. Y además con su puntito de genio. Un quite por saltilleras rematado a una mano desembocó en una espaldina arriesgadísima, tropezado el cuerpo del torero con el mismo pitón. La faena de muleta, tan voluntariosa, no trepó hasta que el astro peruano no se fue a los terrenos de sol, acortó distancias y entre circulares invertidos y el arrimón levantó el diapasón. Media estocada, una leve petición no atendida y ovación.
El sexto fue el más toro de una segunda parte de corrida más respetable. Le faltó ritmo, entrega, darse y no frenarse. Clase cero, seco en su parón. Roca Rey levantó una faena estajanovista, trabajada, enclavijada en los medios, como está ahora: frescura no hay. Un apretón de despedida, un espadazo y un clamor desbocado. Aguantó el presidente. Una oreja. Balance de dos tardes de la primera figura. El Cóndor no acaba de remontar el vuelo.
Plaza de toros de Cuatro Caminos. Sábado, 26 de julio de 2025. Última de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Domingo Hernández, de muy desigual presentación, más respetable en su segunda mitad; infumable el zambombo 2º; bueno el 1º, manejable el 4º; con su genio el 3º, manso desabrido el 5º; a menos y frenado el 6º.
El Cid, de tabaco y oro. Estocada contraria y con travesía exterior y descabello (oreja); tres pinchazos y estocada (saludos).
Juan Ortega, de celeste y plata. Pinchazo hondo, dos pinchazos, bajonazo. Dos avisos (pitos); siete pinchazos y estocada delantera. Dos avisos (bronca).
Roca Rey, de negro y oro. Media rinconera. Aviso (petición y ovación); estocada. Aviso (oreja y petición).
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