San Benito con las puertas abiertas

San Benito de la Puerta Abierta, santo hospitalario, guardián de los peregrinos, que mantenía la puerta abierta de par en par para todos los que necesitaban refugio, pan y fe. Era un hermoso símbolo que transmitía la confianza de quien sabe que, incluso abierta, la puerta está protegida por el respeto y la devoción.
Pero en el nuevo evangelio político, San Benito se ha "modernizado". Le quitaron el hábito, lo reemplazaron con un chaleco fluorescente y lo colocaron a la entrada del país. Ahora, su "puerta abierta" ya no es un gesto de fe, sino una política oficial. Y, para evitar parecer discriminatorio, a quienes entran no se les pregunta si vienen a rezar, a trabajar o a saquear.
Por mar, llegan barcos, no de peregrinación, sino de negocios. Por tierra, pasan columnas humanas, buscando no el altar, sino el mostrador de la seguridad social. Y San Benito, paciente, sonríe y sella visas improvisadas, tras haberle dicho que cerrar la puerta es un pecado moderno.
El problema es que la puerta abierta del santuario tenía un templo detrás; la puerta abierta de la nación, que, admitámoslo, si se deja descuidada e indisciplinada, corre el riesgo de abrirse a un almacén vacío. En un santuario, es importante respetar la fe; en un país sin fronteras firmes, algunos entran sin dudarlo un instante, simplemente para cambiar la cerradura.
Y así, veneramos a un San Benito reinterpretado: no al santo que protegía su templo, sino al portero que reparte la llave a todos, sin preguntar si lo hacen por fe o por interés propio. ¿Milagro? Quizás. Pero si este es el milagro, me temo que el próximo será ver toda la casa convertida en dormitorio… con los antiguos devotos durmiendo a la intemperie.
observador