Dos testigos de la vieja Barcelona

La ciudad se transforma siguiendo la ley histórica del cambio, y de sus gentes y atmósferas a menudo no nos queda sino el recuerdo relativamente efímero de quienes las trataron y vivieron. En los últimos días nos han dejado dos grandes testigos de una Barcelona que en buena parte ya no existe, con los que tuve cierto trato y a quienes aprecié.
Chufo Lloréns, fallecido el pasado jueves, había sido compañero de juventud de mis padres, con quienes coincidía en las vacaciones veraniegas de Arenys de Mar. Su hermana, conocida como Chufa, íntima amiga de mi madre, estaba considerada como una de las bellezas de su época.
Por circunstancias familiares Chufo tuvo que dejar los estudios universitarios y ponerse a trabajar. Era un hombre simpático y generoso, con facilidad para memorizar chistes y gracia para contarlos. Inició una carrera de showman nocturno que le consagró en El Papagayo, un pequeño local de la calle Balmes, y de ahí dio el salto a crear la discoteca Don Chufo, en la plaza Llongueras, que los sábados por la tarde frecuentábamos los adolescentes y de noche acogía copas, baile y actuaciones de humoristas como Pedro Ruiz o Moncho Borrajo.
⁄Cuando Don Chufo cerró en 1991 su fundador inició una nueva carrera como escritor de novela históricaCuando Don Chufo cerró en 1991 su fundador inició una nueva carrera como escritor. Cultivaba una novela histórica muy extensa, con giros folletinescos, trabajando con férrea disciplina y complicados esquemas señalando el giro de los acontecimientos.
Tras varios títulos de difusión mediana publicó en 2008 Te daré la tierra, un nuevo novelón ambientado en el medioevo barcelonés, pero ahora auspiciado por Ana Liarás, la editora de Ildefonso Falcones, y publicado por un gran grupo (entonces Random House Mondadori).
Chufo me pidió que participara en la presentación, junto con el medievalista José Enrique Ruiz-Domènec, quien le había ayudado a documentarse. Y consiguió esa magia siempre inesperada de conectar con los lectores. Fue un bombazo, con más de 100.000 ejemplares vendidos, y Chufo, pasados los 70 años, se vio convertido en autor superventas: podría decir que para su propia sorpresa, pero en realidad siempre estuvo convencido de que algo así le acabaría ocurriendo, y lo siguió siendo, trabajador infatigable, hasta su fallecimiento. Eso sí, mantuvo la costumbre de intercalar en sus presentaciones un rato de chistes.
/Sagarra fue el maestro de ceremonias en el 50 cumpleaños de Barral, Goytisolo, Castellet, Senillosa y Gil de BiedmaAl principio Joan de Sagarra, articulista afilado y con fama de genio vivo, me imponía un poco. Me lo presentó Terenci Moix una tarde de 1977 en el Parelladeta, restaurante de la calle Casanova ya desaparecido donde el escritor tenía su cuartel general. Lo encontré de nuevo como maestro de ceremonias en la famosa fiesta de 50 cumpleaños de Carlos Barral , José Agustín Goytisolo, Josep Maria Castellet, Antonio de Senillosa y Jaime Gil de Biedma, en Bocaccio.
Y le volví a ver una vez en el bar Salambó de Pedro Zarraluki. Para teatralizar una discusión, se quitó la americana y se abrió la camisa bruscamente, mostrando pecho; un botón saltó por los aires.
Cuando regresó a La Vanguardia en 2004 tras una larga etapa en El País se pactó que publicaría cada sábado una “terraza” en la sección Vivir, y que escribiría para Cultura/s “El mes de Joan de Sagarra”, hablando de los temas que le apetecieran y contando sus desplazamientos con esa mezcla tan brillante y tan suya de crónica cultural y relato autobiográfico.
Viajó a menudo a Francia e Italia, sus culturas de referencia. Me explicaba sus planes en el Sandor, donde se refería también a sus años de iniciación en la crítica teatral, cuando coincidía con mi abuelo Pablo Vila San-Juan, que la hacía para ABC, había sido compañero de estudios de su padre, y a quien se refería con un cariño que contradecía su fama agresiva y dejaba entrever un Sagarra tierno.
Con Chufo quedé alguna vez en el Casa Pepe de la plaza Bonanova. Al igual que con Sagarra, repasábamos viejos capítulos de la pequeña historia de la ciudad, polémicas periodísticas, episodios sociales y familiares que dibujaban un entramado jugoso y literario de la vida urbana, en el que ambos, desde perspectivas distintas, eran expertos.
Sagarra se consagró como notario de la influyente Gauche divine de los años 60 y 70, innovadora en cultura y costumbres, con el mítico libro de las Rumbas, recuperado recientemente por Libros de Vanguardia. Chufo por su parte fue el entertainer nocturno de la Droite divine , la burguesía hedonista de gustos más clásicos, que aparece también en su novela Nada sucede la víspera, rescatada hace poco por Grijalbo.
Los ambientes de ambos, que sin duda eran diferentes, compartían algunos puntos de encuentro, ciertas plazas y calles, determinados locales, periodistas bohemios que circulaban de uno a otro, mujeres misteriosas que se colaban por alguna esquina de sus textos.
La Barcelona del siglo XX, y quienes intermitentemente la añoramos, pierde a dos protagonistas complementarios que contribuyeron a convertirla en un lugar más cálido e interesante. Y que en la tercera etapa de su vida supieron reconvertirse a la del siglo XXI.
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