Como el olor del chocolate en el desierto.

Recién instalada en Nuevo México, en el sur de Estados Unidos, la autora y periodista Katy Kelleher descubre un paisaje olfativo único. Su conocimiento de la perfumería le ayuda a navegar por el mercado, explica en “Nautilus”.
Cuando termina la primavera, el desierto adquiere un aroma a chocolate. Es una impresión fugaz, limitada a ciertas partes de Nuevo México, pero a veces, en lo profundo del bosque, las fosas nasales de un caminante son repentinamente asaltadas por un dulce aroma que flota en el aire.
Durante mucho tiempo me costó identificar el origen de esta curiosidad olfativa, pero ahora sé que proviene de una pequeña flor de pétalos amarillos y corazón oscuro, que crece bajo el sol del desierto: la gota de chocolate [Berlandiera lyrata].
El suroeste de los Estados Unidos tiene un olor particular que nunca había experimentado antes. Más agradable que el de los bosques de Maine [de donde es el autor], también es mucho más pronunciado. No esperaba un descubrimiento sensorial así cuando me mudé aquí.
Como buen coleccionista de perfumes, ya había olido los aromas del desierto en frascos antes de respirarlos realmente. Las muestras de Mojave Ghost, Arizona o Desert Eden (aromas diseñados para evocar flores de cactus y coníferas [y vendidos comercialmente]) me llevaron a creer que las mesas olerían a polvo y almizcle, con un toque de ciprés. Pero me equivoqué
Courrier International