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Silencios, omisiones y promesas por cumplir

Silencios, omisiones y promesas por cumplir

A menudo se dice que un país se mide por la forma en que trata a quienes cuidan a sus ciudadanos. Y, sin embargo, la realidad de quienes garantizan el funcionamiento del sistema de salud, la cohesión de los territorios y la dignidad de la atención en contextos de mayor vulnerabilidad continúa siendo recibida con un silencio desconcertante en los documentos de gobernanza estructural. El reciente Programa del 25.º Gobierno Constitucional repite el ritual habitual de intenciones: valorar el trabajo, revisar las carreras, combatir la precariedad y atraer a jóvenes cualificados. Pero entre el anuncio y la práctica, entre la promesa y el compromiso efectivo, se ha creado una brecha peligrosa. La falta de referencias concretas a la Enfermería , el grupo profesional más numeroso del Servicio Nacional de Salud, no es un descuido menor. Refleja la forma en que, estructuralmente, sigue siendo ignorada una profesión cuya relevancia va mucho más allá de su dimensión técnica .

Esta ausencia simbólica tiene consecuencias materiales. Basta con observar las carreras de enfermería: estructuralmente obsoletas, sin una apreciación efectiva de la especialización, sin una progresión justa y con un sistema de evaluación que se prolonga con criterios que no siempre se adaptan a la especificidad de la jerarquía profesional y a los contextos en los que trabajan. Algunos hablan de mérito, pero no existen mecanismos transparentes para reconocerlo. Algunos proclaman la modernización, pero ignoran la dinámica de estancamiento que domina el sector. El resultado es evidente: profesionales desmotivados, creciente rotación, pérdida de talento cualificado hacia sistemas sanitarios extranjeros y, sobre todo, una población que, día tras día, se enfrenta a tiempos de espera más largos y pierde la continuidad asistencial. En resumen, un sistema que parece funcionar más por inercia que por visión estratégica.

Y no es casualidad que esta situación se haya agravado. La incapacidad de garantizar concursos regulares, establecer procesos de movilidad que respondan a las expectativas de desarrollo de las enfermeras o a sus necesidades personales y familiares, o incluso asegurar mecanismos de progresión mínimamente predecibles, priva a la profesión de cualquier horizonte de progreso. Cuando se exige la excelencia sin ofrecer dignidad, se pone en peligro el futuro de la profesión y la seguridad de quienes dependen de ella.

Y si bien la devaluación es estructural, la precariedad es transversal . La proliferación de contratos temporales, a menudo utilizados para satisfacer necesidades permanentes, afecta profundamente la estabilidad de los equipos y la previsibilidad de las respuestas de atención médica. La inestabilidad laboral no es solo un problema para los profesionales: socava la confianza de las personas en el sistema, fragmenta las respuestas y exacerba las desigualdades territoriales. En muchas comunidades, la presencia de una enfermera permanente puede significar la diferencia entre la atención oportuna y la falta de continuidad en la atención, con consecuencias para los resultados y las ganancias en salud. El fenómeno es transversal a todo el país, afectando no solo a los grandes hospitales urbanos, sino especialmente a los contextos rurales, insulares o de la periferia urbana, donde la atención local se vuelve aún más esencial. La lógica de la precariedad se revela así doblemente injusta: penaliza a los profesionales y debilita los territorios, perpetuando ciclos de desigualdad en el acceso a la atención médica.

Al mismo tiempo, todavía falta un compromiso serio con la valorización del conocimiento . Se habla, por supuesto, de cualificación permanente, pero se ignoran los requisitos educativos y científicos que definen la Enfermería. La formación especializada no es un capricho técnico: es una necesidad práctica y social. Dar poco o ningún reconocimiento a esta diferenciación, ni desde un punto de vista remunerativo ni funcional, es desperdiciar habilidades críticas, avanzadas y especializadas. Es importante destacar que estas áreas, a menudo infravaloradas en las políticas públicas, corresponden a necesidades en rápido crecimiento. La sociedad portuguesa está envejeciendo, las enfermedades crónicas son cada vez más prevalentes y las respuestas siguen siendo insuficientes. Ignorar esta evidencia no solo es fallar a los profesionales, sino también a las personas que los necesitan. En resumen , es perpetuar un modelo de atención centrado en la respuesta aguda, en detrimento de una visión preventiva, comunitaria e integrada .

Además, el discurso del atractivo, tan repetido, choca con la experiencia real de quienes ingresan al sistema. Las enfermeras jóvenes, lejos de encontrar una estructura acogedora y valorada, se enfrentan a bajos salarios, sin perspectivas de ascenso, falta de reconocimiento institucional, difíciles condiciones laborales —con horarios irregulares y falsas horas extras—, entornos persecutorios con personal precario y exposición permanente al sufrimiento ético. La huida de recién graduados al extranjero, o a áreas fuera del sector salud, no se debe a la falta de deseo de permanecer en Portugal, sino a la falta de políticas concretas que garanticen condiciones mínimas de dignidad profesional. Y esta huida silenciosa y persistente debilita el sistema desde sus cimientos, afectando directamente a las personas que dependen de él. Esta realidad no se puede resolver con llamamientos patrióticos ni promesas vagas. Requiere medidas concretas, inversión sostenida y una visión a largo plazo que considere a los profesionales no como meros ejecutores, sino como agentes clave del sistema de salud.

Por eso , el debate sobre el trabajo no puede seguir siendo abstracto . Hablar de dignidad laboral exige reconocer realidades, asumir responsabilidades y comprometerse con cambios estructurales. Valorar el servicio público implica reconocer a las profesiones que lo sustentan. Y en el caso de la enfermería, este reconocimiento está lejos de ser una realidad. Lo que se requiere no es solo retomar un diálogo institucional serio con los representantes de la profesión. Es la valentía política para integrar la enfermería en una estrategia pública de valorización profesional, corrección de desigualdades y cualificación de los servicios . No como una excepción, sino como expresión de una política que realmente reconoce a quienes, cada día, garantizan la salud de la democracia.

Sin justicia en la obra pública no se puede garantizar a la población el acceso a una atención que garantice dignidad, equidad y confianza en un Estado que se pretende estar al servicio de todos.

observador

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