Educación sexual: rehén en el fuego cruzado de las ideologías.

La educación sexual debería ser uno de los pilares más consensuados de la educación integral de los jóvenes. Al fin y al cabo, se trata de salud, prevención, respeto, libertad y relaciones humanas. Sin embargo, el tema sigue gestionándose con discreción, con cautela hipócrita o, peor aún, secuestrado por las trincheras de un campo de batalla ideológico que excluye más de lo que integra. En lugar de responder a la verdadera diversidad de las experiencias humanas, alimenta el silencio, el miedo y los prejuicios.
Por un lado, una cierta izquierda que convierte la educación sexual en una cuestión de identidad, reduciéndola a menudo a la perspectiva de género y diversidad. Por otro lado, una derecha que la ignora o la trata como una amenaza para la familia tradicional, invocando argumentos morales desconectados de la realidad.
Si le preguntamos a cualquier líder educativo o político si la educación sexual es importante, la respuesta informada invariablemente sería sí. Pero cuando analizamos las prácticas en las escuelas, encontramos un vacío. No tiene sentido fingir que todo está resuelto solo porque existe la legislación. La legislación existe, pero su aplicación es débil, irregular y depende de la buena voluntad de algún profesor.
En lugar de un currículo estructurado, transversal y continuo, tenemos sesiones puntuales, proyectos aislados y un discurso sesgado. Y, más recientemente, ha surgido algo aún más preocupante: la legitimidad misma de la Educación Sexual comienza a ser cuestionada, relegada a un segundo plano por discursos que, en ambos bandos, prefieren caricaturizar en lugar de comprender. Algunos dramatizan hasta el alarmismo, otros transforman la pedagogía en una bandera. En medio de todo esto, los jóvenes se encuentran perdidos en un discurso vacío, ignorados por las disputas, privados de respuestas y desarmados en su educación.
La educación sexual no se trata solo de biología, métodos anticonceptivos o infecciones de transmisión sexual. También trata del consentimiento, el afecto, el cuerpo, la identidad, la pornografía, las relaciones de poder, la ciudadanía, el placer y la libertad. Se trata de proporcionar herramientas, no doctrinas. Se trata de preparar para la vida, no de anticiparse a las decisiones.
En la izquierda, la educación sexual se ha interpretado a menudo erróneamente como una imposición ideológica. En lugar de fomentar el pensamiento crítico y pluralista, promueve una visión única, donde la complejidad de las experiencias humanas se simplifica en categorías. El discurso a veces se vuelve más performativo que pedagógico.
En la derecha, el problema es diferente, pero igualmente grave: silencio, veto moral y el deseo de volver a un puritanismo desconectado de la realidad. Tratar la educación sexual como una agenda peligrosa es un error que solo deja a los jóvenes más vulnerables al embarazo adolescente, la violencia sexual, el estigma de identidad y la desinformación…
Ambos bandos se equivocan porque olvidan lo esencial: esta educación es un derecho. Y no pertenece a ninguna ideología.
Sería fácil asumir que los estudiantes de educación superior ya están capacitados en esta área. Pero no es así. Muchos llegan a la educación superior sin haber discutido seriamente el consentimiento, sin saber cómo reconocer una relación tóxica, sin ser conscientes de sus derechos sexuales y reproductivos, y sin saber cómo pedir ayuda o protegerse en entornos sociales y de fiesta.
En las instituciones de educación superior, la educación sexual es prácticamente inexistente, si es que siquiera existe. Hay centros, asociaciones y algunas iniciativas loables, pero casi siempre fuera del sistema formal. Es curioso cómo, cuando existe, son los estudiantes quienes la impulsan. No es curricular, no es obligatoria y, a menudo, ni siquiera está vinculada a servicios de apoyo psicológico o sanitario. Las instituciones de educación superior dan por sentado que los estudiantes ya conocen la materia, pero no lo garantizan. Y esta omisión es muy peligrosa.
Además de esto, existe otro grave problema: la desinformación en torno a la educación sexual. Circulan mitos y mentiras que afirman que sirve para adoctrinar, sexualizar a los niños o atacar a las familias. Nada de esto es cierto. La educación sexual de calidad informa, aclara, previene y protege. No impone ideas ni reemplaza a la familia. Más bien, proporciona herramientas esenciales para que los jóvenes tomen decisiones informadas, comprendan sus derechos y sepan cómo defenderse.
Por mucho que pueda costar a algunas personas, es una parte fundamental de la libertad de la que tanto se habla.
Es hora de que la Educación Sexual recupere su función principal: educar para la libertad, el respeto y la salud. Un programa escolar que se limite a cumplir un calendario no tiene sentido. Se necesita urgentemente un enfoque transversal, desde la educación primaria hasta la superior, que involucre a profesionales competentes, familias y estudiantes. Un enfoque libre de miedos, libre de tabúes, pero también libre de intenciones ocultas.
Rompamos el silencio estridente, las palabras engañosas y los prejuicios cegadores. Basta de discurso ideológico disfrazado de pedagogía. Deconstruyamos la presunción de que, solo por tener 20 años, alguien ya lo sabe todo sobre el cuerpo, el deseo y sobre los demás. La educación sexual es un derecho. Y, como todos los derechos, debe protegerse, tanto de quienes la explotan como de quienes la omiten.
Mientras se escenifican guerras culturales estériles, la realidad de los jóvenes sigue esperando respuestas serias. Se habla mucho de libertad, pero se les proporciona poca educación al respecto. Se habla de proteger la infancia o promover la diversidad, pero sin escuchar a los jóvenes ni brindarles herramientas, todo se reduce a eslóganes y videos de TikTok.
La educación sexual sigue en el limbo…
observador