Xuan Bello, un escritor entre la ‘señaldá’y la ‘joie de vivre’

Xuan Bello (1965-2025)había celebrado el ingreso en la sesentena no hacía ni veinte días, el 10 de julio. El martes 29 un cruel aneurisma nos lo arrebató.
Poeta, por encima de todo, fue reconocido internacionalmente como narrador: Historia universal de Paniceiros (2002) ha sido su éxito mayor. Utilizó el asturiano para su obra de creación literaria, y el castellano para buena parte de la periodística. Es la figura más reconocida de la segunda generación del Surdimientu, el movimiento de recuperación de la lengua y la cultura asturianas, que se inició a mediados de los setenta del siglo pasado.
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Poeta precoz, publicó su primer libro, Nel cuartu mariellu , en 1982, cuando no contaba ni diecisiete años. Recogió toda su obra lírica hasta 1999 en La vida perdida .
Xuan era uno de los mejores conversadores que he conocido. Por el color de su piel, parecía un labrador. Por su enorme bagaje cultural (lo había leído casi todo), se hubiera dicho que era un sabio de los de piel blancuzca de vivir siempre encerrados en una biblioteca. Tenía el don de la palabra, y sabía muy bien que la literatura es, ante todo, oralidad. Convirtió su pequeño pueblo de Paniceiros y comarca (el conceyu de Tinéu) en una entidad literaria comparable a la del Macondo de García Márquez, la Comala de Rulfo o el condado de Yoknapatawpha de Faulkner. Como cuenta en uno de sus poemas más conocidos, Bello viene de viejo (no de bello), pero él convertía en bella literatura cuanto tocaba (esto lo digo yo).
Utilizó el asturiano para su obra literaria, y el castellano para buena parte de la periodísticaPrefería el vino a la sidra. Era más bien frugal en el comer, y se lamentaba de que ya no se cantara tras las comidas. Su arrolladora personalidad conciliaba la señaldá –la modalidad asturiana de la saudade portuguesa—–y la joie de vivre . Yo siempre me lo figuré como un digno representante de un verso de Leopoldo Panero que reza: “El alma sueña su propia lejanía”. Creía en la hermandad de todos los pueblos ibéricos y en una forma de hacer política que acogiera a los desfavorecidos.
Durante casi seis años, a principios del milenio, presenté un programa de libros en la extinta Catalunya Cultura. Entrevisté a centenares de autores de todo el mundo. Con muy pocos trabé amistad. Con Xuan, sí. La coherencia que se daba entre el libro que vino a presentar, Los cuarteles de la memoria (2003), y su talante afable y entregado era plena. Me fascinó el escritor, pero, tanto como él, el hombre, que a partir de aquel día se convirtió en mi amigo asturiano. Poseía la ilusión de los niños, y conservaba algo de su inocencia. En la dedicatoria que me escribió, se refería al libro como un “ovillo donde se enreda el laberinto del mundo”. Xuan me hizo enamorar de su lengua (el asturianu: no bable, que es un término originariamente peyorativo), de su tierra, de su familia. Me hizo conocer a otros grandes autores asturianos: Pablo Antón Marín Estrada, Berta Piñán, Antón García, Martín López-Vega, Ana Vanessa Gutiérrez. Y al médico Federico Muñiz, tan querido. Siempre me dedicó sus libros como “embajador de Asturias en Catalunya”. En castellano, está traducido por Debate y Xordica. Adesiara y Rata lo han vertido al catalán.
Lee tambiénSin Xuan, este mundo se vuelve más pobre y más absurdo. Por suerte, él, tan previsor, se esmeró en hacerlo mucho mejor con sus obras, que perdurarán. (¡Un fuerte abrazo, queridas Sonia y Lena!).
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