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Realismo poético permanente

Realismo poético permanente

En la estación de tren de Vitoria charlo con Ángeles Encinar, profesora en diversas universidades americanas y académica correspondiente de la Real Academia Española, sobre la posteridad de Ignacio Aldecoa (Vitoria 1925-Madrid 1969). Es uno de los grandes escritores de la generación de los cincuenta, de cuyo nacimiento este año se celebra el centenario. Encinar sostiene que no ocupa el lugar que se merece, al haber muerto tan joven y por la potencia de sus compañeros de promoción. En el 2025 se conmemoran los centenarios de Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. El pasado año fue el de Luis Martín Santos. En otoño, la Biblioteca Nacional de España presentará las exposiciones Carmen Martín Gaite (1925-2025). Un Paradigma de mujer de letras e I gnacio Aldecoa y la generación de los cincuenta . En Vitoria, donde Aldecoa es una figura de referencia, se ha montado la exposición Ignacio Aldecoa. El narrador de historias que se presenta en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa Kultura Etxea.

Le digo a Ángeles, desde mi experiencia como comisario de esta exposición, que igual este año no va a ser objeto de grandes recuperaciones y reediciones. Pero es que Aldecoa no ha desaparecido nunca del mapa literario. Los cuentos completos se van reeditando (Alianza, Alfaguara, De Bolsillo). Sus cuatro novelas funcionan. Además, ha tenido suerte en el cine, y tanto Y oung Sánchez (1964) como Con el viento solano (1966), con una interpretación soberbia de Antonio Gades en el papel del gitano fugitivo, son dos peliculones. Autor: Mario Camus. Y Gran Sol (1989), de Ferran Llagostera i Coll, también es buena. Quizás es más interesante para un ­autor mantenerse, con unos lectores fieles, que ir apareciendo y desapareciendo a toque de clarín.

Frecuentó a gitanos, flamencos, segadores, obreros, que le permitían mostrar otra realidad

¿Por dónde empezar a leer a Aldecoa, si no lo han leído? Por algún cuento. Catédra tiene en su catálogo una buena antología (17 ediciones), selección y prólogo de Josefina Rodríguez de Aldecoa. Desde los tiempos de estudiante en la Universidad de Salamanca, Aldecoa frecuentó a gitanos, flamencos, segadores, obreros, gente sencilla que le permitía explorar la realidad desde puntos de vista inéditos. No fue un realista de receta: introdujo las técnicas narrativas de los autores norteamericanos y exploró una dimensión lírica de la realidad. En la exposición de Vitoria, una joven ilustradora alavesa, Saioa Aginako, ha reinterpretado ocho personajes de sus cuentos. Qué galería. El niño gitano, inocente y feliz que vive con sus padres bajo un puente y que conforme pasan los años va cayendo en el vacío y la nada (cómo se parece este cuento a “Tereseta-que-baixava-les-escales” de Espriu, con el uso de la elipsis). La chica de pueblo que llega a Madrid, una noche que no hay trabajo del suyo, entra a tomar algo en un bar de la Glorieta de Bilbao. El torero retirado que unos juerguistas humillan para divertirse, le obligan a beber tanto que revienta. O Young Sanchez, joven boxeador debutante: se romperá la cara para salvar a los suyos. Es un cuento de boxeo en el que no aparece el ring: una excepción entre los clásicos del género. Aldecoa decía que le gustaría que le pusieran el mismo epitafio de la tumba de Robert Louis Stevenson en Samoa: “Ignacio Aldecoa, Narrador de Historias”. Es el título de la exposición.

No se ha escrito ninguna biografía de Ignacio Aldecoa, fallecido hace tantos años de un ataque al corazón, pero existen dos libros excelentes que explican su figura mejor que un estudio. El primero reúne una serie de conferencias de Carmen Martín Gaite en Estados Unidos, Esperando el porvenir. Homenaje a Ignacio Aldecoa (1994), publicado por Siruela. El otro es una evocación de Josefina Rodríguez, su esposa , Josefina Aldecoa de nombre de pluma, escritora importante: En la distancia (2004), en Alfaguara. Aldecoa aparece como un hombre libre, consagrado a la creación literaria. También se cuenta su fascinación por Nueva York, donde pasó un año, en 1958. Se conservan unas fotografías de Carles Fontseré en las que aparece junto al diplomático José Félix de Lequerica y el corresponsal de La Vanguardia Ángel Zuñiga.

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Su otra pasión fueron las islas: Eivissa en los sesenta y la isla de La Graciosa, en Lanzarote, donde ambientó su última novela, Parte de una historia (1967). Esta primavera, la fotógrafa Rocío López ha documentado los paisajes de Aldecoa en La Graciosa: el río que separa las dos islas, la montaña amarilla, la playa y el cementerio. En la novela, un grupo de extranjeros llega al lugar tras estrellar su yate contra las rocas y se produce un choque alcohólico con los pescadores, gente sin expectativas. El alcohol tiene un peso fundamental en la literatura de Aldecoa y de otros autores de la generación de los cincuenta: no es ninguna novedad. Las novelas de Aldecoa se leen con fascinación. La más conocida es Gran Sol (1963), para escribirla se embarcó en un pesquero. Tiene una hermanita catalana: Els argonautes (1968), de Baltasar Porcel, sobre el contrabando. El fulgor y la sangre (1954) y Con el viento solano (1956) forman un díptico, a partir de un juego con el punto de vista. En Maqueda (Toledo), Aldecoa descubrió una casa cuartel de la Guardia Civil construida en un castillo y elaboró el símbolo de los carceleros encarcelados. Uno de los números ha muerto de un tiro, y las mujeres no saben de quién es el marido. En Con el viento solano explica la historia desde la perspectiva del gitano que dispara y huye. Vale la pena leer a Aldecoa.

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