La guerra más 'feliz' del mundo: cuando Almería desafió a Francia

Esta es una guerra maravillosa porque en su delirante ambición no hubo que lamentar ni muertos ni heridos. Ni derrotas ni victoria. Si acaso, algún humillado. También es una guerra estúpida, otra más, porque aloja la semilla de un acto de desagravio monárquico de ínfima magnitud. Los hechos son estos: el rey Alfonso XII salió de batida diplomática a Europa en 1883 e hizo parada en Alemania. Asistió a los desfiles militares a bordo del uniforme de coronel honorario del 15º Regimiento de Ulanos, distinción otorgada por el káiser Guillermo I, y también participó en otras festividades y folclores de milicia antes de rematar la gira en Francia. Los franceses aún arrastraban la humillación de la derrota en la guerra franco-prusiana (1870-71) y sentían la pérdida de Estrasburgo como una amputación inconsolable. Alfonso XII sintió en Francia que algo no iba bien cuando entendió que lo insultaban, le hacían feos y el presidente de la República, Jules Grévy, lo desplantó. La gente le gritaba cosas feísimas: «¡Muera el Ulano y viva la República!». El viaje acabó mal. La prensa española dio cuenta en los titulares. Y uno de aquellos periódicos, El Sol, llegó con días de retraso a un pueblo mínimo de Almería, Líjar, 300 habitantes, de 28 km² de superficie y situado a 612 metros sobre el nivel del mar, incrustado en la sierra de los Filabres.
Hechas las presentaciones, vamos al lío. El alcalde del pueblito, Miguel García Sáez, era un abogado con ramalazo de poeta y luenga barba. Corajudo. Patriotísimo. Monárquico. Gente de orden. Una mañana de buen sol tomó el ejemplar del periódico con las dos manos, se asomó a la portada y encontró algo insoportable. Exactamente este titular: "Su Majestad el rey don Alfonso XII ha sido apedreado e insultado en las calles de París". Intolerable. Con el corazón desbocado pidió al alguacilillo que reuniera a los miembros del consistorio y una vez comentado el hecho decidieron que la afrenta exigía un gesto de rechazo y de nobleza institucional. Algo que en Francia preocupase. En papel timbrado, escrita a mano, redactaron tajante una declaración de guerra: la de Líjar contra Francia. La responsabilidad era altísima.
Casi nadie se enteró de que un pueblo del honrado agro español estaba decidido a vengar a Alfonso XII con un ejército de labriegos, canteros y vendimiadores. El bando lo clavaron con dos púas en la fachada del ayuntamiento y en la botillería del pueblo. Una vez enterado todo el mundo -el pequeño mundo de Líjar-, la guerra estaba en marcha sin que nadie engrasase un fusil. La gente hacía vida normal. Así pasaron 100 años. Porque la guerra declarada contra Francia por el alcalde lijareño pasó como herencia de padres a hijos. Tres o cuatro generaciones vivieron con esa zozobra de saber que en cualquier momento... Y en verdad nadie jamás dio un mal tiro si no es por cobrarse una liebre, una tórtola, una perdiz con la que alegrar las alubias del puchero.
Un siglo de guerra es mucha batalla. En Líjar esta situación nunca preocupó demasiado, pero ahí estaban, como una unidad de destino en lo universal haciendo frente a un enemigo que no sólo tenía dudas sobre dónde estaba Líjar, sino Almería entera. Que en Francia nadie se diera por aludido tampoco lo consideraron una desconsideración: el mundo es de los aguerridos, de los pioneros y de los pacientes. Tampoco dejaron de vigilar por si a lo lejos regresaban las tropas francesas. De un país que engendró a Napoleón no debe uno fiarse.

En España ocurrió el cambio de siglo, del XIX al XX, la Guerra de Cuba y la pérdida de la última colonia de ultramar. Alfonso XIII tomó el relevo de su padre y su reinado se extendió 29 años. En medio hubo también una dictadura chiquita, la de Miguel Primo de Rivera, y ocurrió la maravilla de la Generación del 27. Llegó también la República y el rey salió por patas. Franco y sus secuaces dieron un Golpe de Estado. Ganaron la siniestra Guerra Civil y provocaron una agónica posguerra. Fusilaban gente. El exilio desamortizó la cultura y la ciencia española. Franco murió de caudillo en 1975. Regresó la democracia, primero con la Constitución aprobada y después con elecciones libres. Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista de España, Tejero dio unos años después un Golpe de Estado y los socialistas de Felipe González inauguraron otra manera de ser España. Entretanto, Líjar seguía en guerra contra Francia. Ellos a lo suyo.
Pero un siglo después alguien con tiempo echó una pensada y recordó que su pueblo seguía en estado de guerra. Como no había noticias de progreso en la contienda desde 14 de octubre 1883, el alcalde socialista Diego Sánchez Cortés avisó de que ya estaba bien. Que Alfonso XII estaba vengado y era hora de aliviar a Francia. El 30 de octubre de 1983, sin tensión en los bandos, el vicecónsul francés Charles Santi y el jefe del consistorio lijareño se reunieron de buenas. Sonó el himno de España y La Marsellesa. Y una vez cumplido el protocolo sellaron la paz. El Ideal de Almería tituló así esta jornada histórica: "Líjar y Francia firmaron la mejor paz del mundo". Hubo regocijo en la sierra y las autoridades presentes descubrieron una placa conmemorativa: "Siendo Rey Juan Carlos I, presidente de la República de Francia François Miterrand y alcalde de Líjar Diego Sánchez Cortés se firmó la paz después de 100 años de guerra incruenta". En Francia nunca tuvieron noticia de esta contienda y menos aún de tan formidable paz. La coña es maravillosa.
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