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La cruel resaca de la cena de los 30 años y una pregunta que nos persigue

La cruel resaca de la cena de los 30 años y una pregunta que nos persigue

Hemos exportado tradiciones yanquis razonables, es preferible disfrazar a los niños por Halloween que llevarles al cementerio por Todos los Santos y darles los regalos a principio de vacaciones por Papá Noel que al final por Reyes, pero en general nos han colocado mucha morralla. Esa celebración de la estupidez colectiva que es el Black Friday, comer pavo, la obsesión con medrar constantemente y, sobre todo, salir a la calle vestidos como si siempre fueras a hacer deporte o a la playa. Pero hay una fascinante: las cenas de aniversario del instituto.

La semana pasada fui a la de los 30 años. Estos eventos pensados para presumir son cosa de colegios concertados y privados, así que las primeras bandejas de cerveza te las pasa calculando la pasta que hay invertida en bótox e injertos capilares. El hecho de que sea imposible saber cuándo te están riendo el chiste y cuándo, sencillamente, no pueden cambiar el gesto dificulta los primeros minutos de tanteo, pero rápidamente se llega al objetivo real de la fiesta: pavonearse.

Si tú trabajas en un periódico y sales en la tele, yo tengo una empresa que factura millones y conozco al Papa (no sé a cuál, pero a alguno). Si tú tienes dos hijos, yo tengo tres con altas capacidades. Si tú te has comprado un piso, yo tengo un chalet en la sierra, una casa en la playa y cuatro apartamentos turísticos. Como no hay manera de saber quién miente, el cielo es el límite para la exageración aunque sólo hay que tener paciencia: cuando acaba la barra libre y hay que empezar a pagar rondas se descubre a mucho millonario que, en realidad, es consultor de rango medio y vive en Las Tablas.

Hasta aquí, todo es entretenido e intrascendente, pero luego el alcohol hace su trabajo y se caen las caretas. De golpe, esa fiesta de adultos vuelve a ser la reunión de un grupo de críos de 17 años en Keeper, en Empire, en El Rey de Copas, en cualquiera de aquellas discotecas infectas en las que nos hicimos personas. Y las heridas siguen, todas siguen. Surgen preguntas que han sobrevivido 30 años agazapadas en el subconsciente. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué no me pasaste ese balón en la final del torneo? ¿Cómo no nos liamos nunca? ¿Eres quien pensabas que ibas a ser?

En realidad, no queremos saber: queremos ser, queremos sentir, queremos engañarnos por un rato, queremos regresar efímeramente a una vida por escribir en la que cada mañana te despertabas sin saber cómo ibas a acabar el día... Bueno, algunos divorciados también querían pillar, no voy a mentirles. El karaoke enciende las luces y los adolescentes salen uno a uno por la puerta para convertirse por arte de magia en cuarentones. Cogen un taxi y se van a casa pensando: "¿Lo soy? ¿Soy quién quería ser?". La resaca será dura.

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