Pan de libertad / El Condimentario

Estuve en una panadería en Bogotá que me fascinó.
Eso no es novedad: en la ciudad hay unas 9.000.
Estuve en una panadería en Bogotá que me fascinó, donde solo trabajan mujeres.
Tampoco es noticia. Cada vez son más los espacios gastronómicos —en Colombia y en el mundo— liderados y sostenidos por mujeres.
(Lea más: Cocina sin fuego / El Condimentario)
Estuve en una panadería en Bogotá que me fascinó, donde solo trabajan mujeres, que preparan mantecadas, roscones, croissants, brownies, pan de queso, pandeyucas y otros amasijos.
Aun así, sigo sin decir nada nuevo.
Estuve en una panadería en Bogotá que me fascinó, donde solo trabajan mujeres, que hornean una gran variedad de panes, bizcochos y amasijos, y que han encontrado en este oficio un lugar para crear, sanar, soñar y dar felicidad.
Estuve en la panadería de la cárcel de mujeres El Buen Pastor.
Tuve la fortuna —curiosa palabra para referirse a un lugar donde, en realidad, hay poco de eso— de conocer y probar uno de los panes que preparan las reclusas de esta institución. Lo que menos importa aquí es el sabor o la técnica, que por cierto fue impecable. Lo significativo es lo que representa para ellas la oportunidad de capacitación y aprendizaje que les da la ley: no solo de trabajar para reducir su pena, sino de aprender un oficio que se convierte en herramienta y esperanza.
(También: Pan, guerra, paz / El condimentario)
He leído —y hasta lo he escrito— que la comida es vida, es medicina, es nutrición para el alma y el cuerpo. De tanto repetirlo, de tanto verlo convertido en frase bonita, ya me parecía un lugar común, un cliché usado para vestir de humanidad la gastronomía. Pero la cachetada de realidad vino al ver, en un sitio tan intensamente desgarrador como una prisión, el poder que tiene el alimento más simple y perfecto, el más humilde y, al mismo tiempo, más generoso: el pan. Ahí entendí que es más vital, más profundamente importante de lo que en la cotidianidad y privilegio de mis días creía.
Diversos estudios demuestran que las actividades creativas rutinarias —como cocinar y, en especial, hornear— pueden aliviar la ansiedad, mejorar el estado de ánimo y ofrecer una sensación de propósito. Hacer pan tiene algo de transformación íntima. El olor del pan recién horneado invade el espacio y también el alma. Trae refugio, despierta memorias, da abrigo. Y en medio de la incertidumbre que viven ellas, encerradas, ese consuelo no es menor. Es libertad.
Son ocho las panaderas y afirman que cada masa lleva los sabores, memorias y aromas de la vida que dejaron atrás. Sueñan con crear y amasar sus emprendimientos cuando vuelvan a pisar la calle. Su renacer vendrá, gracias a esta posibilidad que les han dado de aprender, de crear, de transformar, de dar y de alimentar y a la tenacidad con la que incluso, entre rejas, piensan en un futuro digno y próspero.
Estuve en una de las más increíbles panaderías de Bogotá. El pan sabía a luz, a futuro, a vida, a resiliencia, a reconciliación y a bienestar. Salí conmovida y agradecida. Buen provecho.
eltiempo