Caravaggio, el artista del milenio

La exigente exposición que celebra en el Palazzo Barberini de Roma la obra inmensa de Caravaggio, se inicia por sorpresa con un enunciado diáfano –Caravaggio 2025– y encubre, a mi modesta entender, un elocuente tributo al historiador del arte, hoy legendario, Roberto Longhi, artífice sensible y perspicaz de la fortuna crítica del artista lombardo a principios del implacable siglo XX. La muestra reúne con diligencia insólita para estos tiempos de dispersión veinticinco obras maestras selectas del artista, autógrafas o atribuidas con rigor científico. La comisaria de la proeza es Francesca Cappelletti, directora de la Galleria Borghese de Roma, junto con un riguroso elenco de investigadores de primer nivel que relatan cronológicamente la hazaña: desde el disciplinado taller de Antiveduto Grammatica, maestro veraz del retrato en efigie, a la tutela del Cavaliere d’Arpino, que le descubriría los secretos del bodegón con frutas. En 1599 Caravaggio conseguirá un temprano y sorprendente compromiso público con una obra poderosa: La vocación y El martirio de san Mateo , obras modélicas para la capilla Contarelli de San Luigi dei Francesi capitalina.
Santa Catalina de Alejandría (1597)
Museo Nacional Thyssen-BornemiszaEl estilo, la tracería y la figuración audaces de Caravaggio despertaron la curiosidad del cardenal Del Monte, coleccionista y mecenas caprichoso, y del insaciable gustador del arte nuevo, ya postrenacentista, Scipione Borghese, amigo de correrías anticuarias del marqués Giustiniani y pionero a la vez del gusto radical del momento. Un turbulento entrecruce de atrevidas inmersiones imaginativas que marcarán el progreso inesperado de las estéticas inseguramente llamadas manieristas. La esperada intervención de Longhi, ya entonces conocedor de prestigio y profesor en Florencia, orientará la incorporación sonada de Caravaggio en el círculo plástico de los más prestigiosos connaisseurs –era la época de Bernard Berenson– que convertirán el Seicento en la península pentagonal –de Mario Praz es el concepto–, a partir de entonces modelo ideal para la renovación historiográfica que avanza contra las arriesgadas tentativas de escuelas y tendencias decimonónicas, pienso en Cavalcasselle. Época, pues, de renovación de la manida tendencia posrenacentista que desconcertará al punzante maestro Berenson, que denunciará las incongruencias que matizaban el estilo del impulsivo lombardo y abrirá el arte a artistas originales y destacados, notablemente Artemisia Gentileschi, y la generación al llegar de rompedores atrevidos de la representación figurativa.
Veinticinco obras de excepción impresionan en Roma con su vibrante desarmonía cromáticaEl itinerario absorbente de Caravaggio, perseguido ahora a través de veinticinco obras de excepción, algunas inéditas o de reciente descubrimiento, como el Ecce homo de Madrid, impresionan al público con su vibrante desarmonía cromática intencional, con afinada complicidad con el relato historiográfico. Modelos magistrales de la grandeza constructiva del artista. Destaca, sugiero, El retrato de Maffeo Barberini (1598), descubierto en 1963 y desde entonces en propiedad privada, que nos concede ahora la gracia de su estudio. Y dos pinturas, diría subversivas, que se cuentan entre las punteras del taller del artista: Juan Bautista (1602) y el inabarcable Martirio de santa Úrsula (1610), que sella con el contundente Ecce homo citado las convicciones pictóricas, viscerales, sí, del imaginario del gran Caravaggio, insisto, el artista del milenio, sin discusión. Apelativo que gana partidarios tras esta magnífica exhibición romana, y no es hagiografía moderna, sinceramente.
De las copias del Ecce homo existentes, la primera era la de la colección del historiador Roberto Longhi, desaparecida por ensalmo ya en 1954, y la última hallada recientemente en Madrid, como es sabido y publicitado. Dios hecho hombre, en una descripción contemporánea, centra la figura abiertamente en la tradición del arte y evoca los singulares motivos primitivos, la trenzada corona de espinas, que cierne con veraz dramatismo la escena, ante la mirada entre aterrorizada y perpleja del joven misericordioso que cubre la espalda de Cristo con un paño purpúreo. Un genial contrapunto, a la mirada de hoy, entre la serena resignación de Cristo – hágase tu voluntad –, y la perturbadora incredulidad del muchacho. Genial Caravaggio. Santa Catalina de Alejandría (1597) es una obra nuclear de la primitiva colección Thyssen, adquirida para Villa Favorita en Castagnola, Lugano, por el primer barón Heinrich Thyssen en 1935 y hoy, afortunadamente, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid. La obra muestra una rectificación iconográfica decisiva: la acuchillada rueda se ve sustituida por la espada ensangrentada que merece la condición noble de la santa. Una lección de historia del arte para nuestro presente ensimismado en la anécdota narrativa de la cultura clásica, inspirada, solo inspirada, en los ecos de la tradición académica, que menosprecia cuando no ignora las raíces del relato bíblico y justifica el salto a Roma para el inquieto amante del arte, ahora que principia una nueva época de nebulosa y dubitativa identidad europea.
lavanguardia