Elena Poniatowska: Homenaje a Rosario Castellanos

P
ara quienes asistimos a los homenajes que se rindieron a Rosario Castellanos, escuchar en la sala Manuel M. Ponce a Leticia Bonifaz, la intelectual que vino de Comitán, Chiapas, resultó un aprendizaje muy especial, porque la maestra y escritora es una chiapaneca muy distinguida y, a pesar de la gran diferencia de edad entre las dos, siempre oyó hablar y admiró a Rosario Castellanos desde que era niña.
Para cualquier universitaria, ser paisana de Rosario Castellanos es un honor, pero en el caso de Leticia es aún más importante, porque la catedrática conoce a fondo su obra, así como ama a su extraordinaria antecesora y divulga su poesía, sus cuentos y novelas en foros en varias felices ocasiones, tanto en la Ciudad de México como en conmemoraciones y ferias del libro en Chiapas, en Guadalajara y en la capital del país.
Ambas escritoras comparten la misma tierra, escucharon la misma agua correr bajo los árboles y una voz muy parecida les contó las leyendas que Rosario atesoró. Juntas hicieron suyas las costumbres y se nutrieron con los mismos preceptos y con la naturaleza húmeda y frondosa chiapaneca, las creencias y devociones que se adquieren en la infancia y se convierten en un parapeto contra la soledad y el tiempo de lluvias.
–Leticia, eres paisana de Rosario, y esto debe enorgullecerte mucho….
–Nací en la misma tierra que Rosario. De niña yo escuchaba que mis tías hablaban de ella y, aunque no la conocí, todo lo que he oído y leído de ella me hace sentirla como si la encontrara en cada esquina de Comitán. Más bien soy amiga de Gabriel, y a través de él he aprendido a tener otra visión de lo que fue la gran Rosario.
–¿Qué visión puede tener un hijo de su madre? Recuerdo que de niño, en la casa de la avenida Constituyentes, frente al bosque de Chapultepec, su adhesión era para su padre, Ricardo Guerra, y sus dos medios hermanos, y eran, además, su fuente de alegría, por los fines de semana pasados en Cuernavaca.
–Obviamente, es distinta su visión que la nuestra; vemos a Rosario años después con todos los avances que hubo en el feminismo, por tanto, lo que yo pueda decir nada tiene que ver con la visión de un hijo. Hay que agradecer a Gabriel que comparta a su mamá con el mundo. Era un mundo de hombres y, para nosotros los chiapanecos, haber tenido cerca a Rosario Castellanos, no sólo por Balún Canán, Oficio de tinieblas o Ciudad Real, su poesía, el medio físico que rodeaba a Comitán: sus cielos, sus montañas, estas descripciones que hace Rosario desde que era niña y que recordaba tanto y tan bien, me hicieron sentirla siempre cerca. Mi mamá hablaba de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) porque Chayito Castellanos había estado allí. Finalmente, vine a estudiar derecho en la UNAM.
–¿Te hiciste feminista?
–Al saber que los derechos de las mujeres estaban reflejados en la obra de Rosario, particularmente en la tesis Sobre cultura femenina, me puse a estudiarla, y creo que he leído casi todo de ella. Desde la adolescencia ya leía sus columnas en Excélsior; mi abuelo recibía en Comitán ese periódico y ahí no se perdía sus columnas desde Tel Aviv.
–Fue la primera embajadora de México en Israel en tiempos de Golda Meir.
–Así es. Recientemente, me puse a estudiar a mujeres en la diplomacia. En realidad, cuando Rosario llega, habían sido muy pocas embajadoras; antes fue Palma Guillén, que es de la época de Gabriela Mistral.
–Y también Amalia Castillo.
–Ellas habían tenido destinos más cómodos, porque ir a Israel y que le haya tocado la guerra del Yom Kipur, ya te refleja condiciones totalmente distintas para una embajadora.
–Rosario en Israel tuvo un gran amigo, Nahum Megged. También fue su gran amigo Raúl Ortiz, que a su vez era padrino de Gabriel. Sus cartas a Raúl Ortiz reflejan que aun estando lejos, en Tel Aviv tenían mucho contacto con ella.
–De la estancia de Rosario en Israel rescato que cuando ella llega, hay otras cuatro embajadoras mujeres: la guatemalteca Francisca Fernández; una filipina, Rafaelita Hilario, que era la decana y sabía mucho del servicio exterior y la apoyó muchísimo, desde cuestiones formales de la diplomacia hasta consejos para las recepciones y cosas que Rosario debía saber. A mí me gusta saber que estuvo arropada por otras mujeres cuando fue embajadora y, teniendo una primera ministra como Golda Meir, quien además había estado en el servicio exterior de su país, porque Golda Meir fue embajadora de Israel en la Unión Soviética antes de ser primera ministra, le tenía muchísima confianza. Rosario se encuentra con un medio que fue muy agradable para ella, de acuerdo con sus crónicas, por lo que significó haber podido dar clases en la Universidad de Jerusalén, porque desde la época del rector Chávez había dejado de dar clases, y eso era su vida. Cuando cuenta que encontró una casa a la orilla del mar y cómo era su vida allá, fue una época de bastante felicidad para Rosario.
–Rosario también se encontró con un ambiente muy favorable, como dices, gracias a la presencia de Golda Meir, de Nahum Megged. Rosario tenía la facilidad de encantar a la gente con su personalidad y que en muy poco tiempo ya tenía amigos en Israel. Las relaciones culturales se empezaron a dar de manera muy natural.
–Iba documentando todo en sus crónicas que mandaba a Excélsior; te va diciendo desde cuestiones muy íntimas de la vida cotidiana hasta los grandes problemas que les tocó vivir.
–Sí me acuerdo de los artículos muy divertidos sobre su chofer, cuyo idioma difícilmente entendía, porque hablaba todos los idiomas, francés, inglés... trataba de entender hasta la palabra embajadora.
–En la UNAM, en el teatro Juan Ruiz de Alarcón, hicieron una obra sobre Rosario Castellanos, Prendidas de la lámpara, la actriz principal es Luisa Huertas, que hace varios personajes, a veces es Rosario, a veces es Ricardo y a veces es Raúl, creo que está muy bien armada.
–Leticia, parece que conociste a Rosario en carne y hueso, como si hubiera sido tu vecina.
–Yo sólo tuve la referencia indirecta, porque Rosario Castellanos era incluso mayor que mi mamá, quien nació en 1930 y Rosario Castellanos en 1925, pero se hablaba de ella en las reuniones con las tías, porque en Comitán era muy común que fueras a visitar a las tías ya mayores y ahí se hablaba de Rosario Castellanos. Aunque ella salió muy joven de allá, siempre la consideramos parte del pueblo. Cuando murió, el pueblo entero estuvo de luto.
–Rosario hizo críticas sociales. Recuerdo que decía que la gente era muy cerrada, que los indígenas tenían que caminar a mitad de la calle; una discriminación terrible.
–Es uno de los tantos rasgos interesantes de la obra de Rosario; habla de los tres sistemas de opresión: el machismo, el clasismo y el racismo. Comitán antes se llamaba Balún Canán, por eso Rosario tituló así su novela. En San Cristóbal de las Casas hay más cercanía geográfica con comunidades tseltales, y en Comitán, las comunidades tojolabales estaban más lejos. Rosario describe esa sociedad y sus diferencias de clases, su estratificación. En varias entrevistas dijo que la parte que más marcó su vida fue la expropiación de la gran finca que tenían sus padres; en la novela tenía un nombre en tojolobal, que traducido al español significaba Rosario. Gabriel y yo intentamos ir a conocerla, pero ahorita está con el ejército zapatista y no pudimos entrar a la hacienda. Rosario venía de esa familia, su papá era culto, estudió en Estados Unidos; su mamá llevaba los roles tradicionales, pero era una familia acomodada que se quedó sin tierra en la época de Lázaro Cárdenas. Eso determinó que salieran de Comitán; ella se vino a vivir a la Ciudad de México y primero estudió derecho, después filosofía, y se volvió feminista, sin que lo admitiera en su temprana edad, porque justamente empezó a notar que no sólo había discriminación en función de las clases sociales, que es lo que vivió en Comitán, sino también hacia las mujeres.
–Ella era muy amiga de Óscar Oliva, Juan Bañuelos y Jaime Sabines, que hizo un poema muy bello con motivo de su muerte. Rosario era muy amiga de Lolita, Dolores Castro. Pienso que Rosario sintió discriminación en su relación con Ricardo.
–Son dos cosas: cuando la vemos retratada en fotos, efectivamente, con Bañuelos, con Óscar Oliva, con don Jaime Sabines, los amigos chiapanecos con los que ella se integraba, pero también he visto fotos con Rulfo y otros grandes escritores. Mi percepción es que en Chiapas no sentía la discriminación tan fuerte en términos de ser mujer. Más adelante la empezó a sentir y a escribir sobre la cultura femenina porque ella misma decía: la mujer parece que trasciende a través de los hijos y entonces su valor está en función de la maternidad, por eso no se ve necesitada de crear cultura
. Y el hombre trasciende a través de la cultura. Y por eso tenemos una diferencia, que ella se pregunta si es biológica, y empieza a preguntarse sobre esta construcción de la que ha hablado tanto Marta Lamas de qué es el sexo y qué es el género, y cómo la construcción social hace que se repitan unos roles que no necesariamente tienen que ver con la biología, pero que se hace creer que así es.
“Es una cuestión biológica de ser hombres o mujeres, y otra la de los roles impuestos, que te dicen: ‘Porque eres mujer te tiene que gustar la cocina o las muñecas’. El género es una construcción social que puede variar dependiendo de cada sociedad. Hay cuestiones que aquí diríamos a las mujeres: ‘no deben hacer esto’, pero en otros lugares del mundo podrían hacerlo tranquilamente.”
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