Alberto Trabucco: la misteriosa vida del pintor que nunca vendió una obra y vuelve en una muestra

¿Alguien vio alguna vez a Alberto Trabucco? Algunos vecinos de la Quinta Trabucco, en Vicente López, dicen haberlo visto o haber recibido una obra del artista en pago por algún trabajo en el hermoso inmueble al que llegamos un día lluvioso. Sin embargo, lo cierto es que casi nadie sabe qué lo condujo a vivir como un ermitaño y a no vender en vida ni una sola obra de arte.

"Soy un artista, nací artista, vivo como artista y moriré artista. Soy un impresionista nato; no pinto lo que veo, sino lo que siento", dijo a un periódico en 1988, en la única entrevista que concedió.
La muestra Alberto Trabucco vuelve a la quinta, en la finca antes mencionada, estará hasta el próximo 4 de octubre y es imperdible. No solo por las pinturas que se exponen, cuya custodia tiene la Academia Nacional de Bellas Artes, sino porque siempre es fascinante asomarse a un acervo desconocido, para observar en los trazos, los motivos y los materiales de un artista, y tratar de entender qué lo condujo a vivir como eligió y qué buscaba transmitir con su arte. Trabucco no participaba en veladas artísticas, no tenía relación con otros creadores de su generación y vivió alejado de la movida cultural de su tiempo.
La muestra se exhibe también con motivo de la celebración de los 120 años de historia del municipio de Vicente López, y por iniciativa de la Asociación Fundadores y Pioneros de ese partido bonaerense, pegado a la Ciudad de Buenos Aires, junto a la Secretaría de Cultura municipal.

Las dieciocho obras expuestas dialogan con el entorno en que fueron creadas. El enigmático Trabucco se apartó pocas veces de esa escenografía que es protagónica en sus cuadros: la quinta; la casa que habitó junto a su familia y que fue donada posteriormente al municipio de Vicente López. Hoy, la Quinta Trabucco es para los vecinos un espacio emblemático donde se llevan a cabo programas culturales.
Cuando en 1999 se cumplieron 100 años del nacimiento de Alberto Trabucco, Clarín publicó un artículo en el que se destacaba una anécdota singular sobre la personalidad del artista: “Un día, en rueda de artistas, el crítico e historiador de arte José León Pagano preguntó si alguien conocía a ese artista del que todos hablaban pero que nadie había visto. No hubo respuesta. . Relatada una y otra vez por el propio Pagano, la anécdota terminó convertida en una ineludible referencia bio-bibliográfica”.
El artículo agregaba que en los decisivos años 30, Trabucco aparecía como un pregonero de la modernidad junto con Emilio Pettoruti, Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Alfredo Guttero, Eugenio Daneri y Horacio Butler, compartiendo a menudo muestras colectivas que marcaron rumbos tan innovadores como controversiales en el arte argentino. Sus cuadros ganaron reconocimientos, como el Premio Cecilia Grierson en 1934. Pero el artista continuó viviendo en el ostracismo. Fue Pagano quien también vislumbró tempranamente la original obra de Trabucco, como lo refleja en su tratado El arte de los argentinos, de 1940. “Una obra que parece haber buscado, como los poetas simbólicos, no la cosa en sí (la obra concluida), sino su misterio”, concluía.
Se puede comprender así el protagonismo de la naturaleza en las pinturas del artista. Hay que volver el tiempo atrás para entender que en los años más prolíficos de Trabucco (entre los 30 y los 70; murió a principios de los 90), no existía la Panamericana ni los accesos vehiculares rápidos, ni el partido de Vicente López se había expandido tanto en edificaciones. Florida, donde se ubica la Quinta Trabucco, era casi campo, pura naturaleza, con muchos árboles, que en menor cantidad hoy continúan existiendo en medio de tanto cemento. A fines de la década del 50, el artista se instaló definitivamente en la Quinta Trabucco.
Aunque había nacido en el porteño barrio de San Nicolás, Alberto Trabucco tuvo en la finca familiar de Vicente López, que conserva la atmósfera de un tiempo perdido, su taller. En el sótano de la casona guardaba sus pinturas junto a la despensa de la casa. Hay romanticismo y nostalgia en los colores y los trazos de las pinturas expuestas.
Ejemplo de ese misterio que buscaba y en el que envolvió su vida es que nunca realizó exposiciones individuales, pero sí participó en salones y concursos nacionales por cinco décadas. Su sensibilidad por las artes fue alimentada por su madre. Solo tenía 20 años cuando se presentó por primera vez al Salón Nacional de Bellas Artes.
Además del Premio Grierson, ganó el Premio Estímulo del Salón Nacional en 1930, 1931 y 1935, y el Gran Premio del Sesquicentenario de la Independencia en 1966. Entre 1955 y 1958 participó de exposiciones en Barcelona, Estados Unidos, San Pablo y Bruselas.

En el texto de presentación de la muestra, el presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes, Sergio Baur, agradece el legado del “artista singular y generoso mecenas, cuya visión y desprendimiento siguen enriqueciendo nuestro quehacer institucional y cultural. La Fundación que lleva su nombre, creada en 1991 a partir de su voluntad testamentaria, constituye una de las expresiones más nobles de compromiso con el arte argentino”. A pesar de haber tenido un compañero de vida que administraba su quehacer artístico, Trabucco decidió legar su trabajo a la Academia.
Tras subrayar la decisión del artista de no exponer individualmente sus trabajos, “privilegiando el diálogo íntimo con la creación por sobre los circuitos de la consagración”, Baur señala la permanencia de su presencia artística gracias a la estrecha articulación entre la Fundación Trabucco y la Academia.
El órgano nacional ha promovido el arte contemporáneo a través de distintas iniciativas, como la Beca Nacional para proyectos de investigación en artes visuales, especialmente el Premio Adquisición Alberto J. Trabucco, instaurado en 1993, como continuidad del histórico Premio Palanza.

El reconocimiento tiene mucho valor en un país cuyos circuitos cultural y artístico han visto mermar sus recursos, dado que cada año se distingue a artistas en distintas disciplinas, como pintura, grabado, escultura, dibujo y otros soportes, cuyas obras luego se donan a museos públicos. Algo no menor, teniendo en cuenta que todos los esfuerzos de las asociaciones de amigos resultan insuficientes en un mercado que cotiza en dólares.
Consultado un coleccionista, que prefirió no dar su nombre, nos dijo que “la obra de Trabucco aparece ocasionalmente en subastas, pero no tiene un valor constante de mercado. Hay coleccionistas que lo buscan porque lo admiran como artista. No era un impresionista en términos absolutos, pero sí tiene influencias muy heterogéneas y un estilo muy personal”.
Y aquí vamos a sus cuadros, que dialogan con la naturaleza cuya escenografía le sirvió de marco. En tonos verdes y pasteles, a veces grises como el cielo que se ha cernido sobre la Quinta Trabucco el día de la visita, las pinturas son tan vivaces como melancólicas. Hasta podría decirse que la nostalgia que asoma en algunas de ellas es como una anticipación de que todo aquello que disfrutaba en su casona, con el tiempo y el progreso, estaría destinado a desaparecer.
Hay figuras humanas y de animales que tanto se evidencian como se transparentan, y los pequeños monos que se observan en una que otra pintura no fueron producto de su imaginación, sino que existieron de verdad en esa finca estupenda que tenía hasta un bosquecito propio.

“Es difícil que aparezcan obras en subasta”, nos dicen desde la Asociación Fundadores y Pioneros. “Cuando preparábamos la muestra aparecían vecinas y vecinos muy mayores que tenían obras de Trabucco, regaladas por él mismo. La obra no tuvo una comercialización ni en vida ni tras su muerte”, recuerdan. Uno solo de ellos conoció a una persona que era seguidor del artista y compró una obra suya. Pero en general se especula que el artista solía pagar con su trabajo a quienes realizaban obras de mantenimiento de la casona de Vicente López.
Adriano Dell'Orco, un estudioso local de la obra y la biografía de Trabucco, le dice a Clarín: “Sus pinturas nos presentan personajes de una época perdida. Niños, mujeres y animales, algunos de forma idílica; otros, parte de la flora y fauna que lo acompañaron. La causa del ostracismo de Alberto no es explícita, sino inferida. Era el menor y único varón, con dos hermanas mayores. Un padre ausente, dedicado a los negocios, y una madre y una abuela de mucho carácter que movían a toda la familia. Además, él no quería seguir el mandato familiar ni dedicarse a los negocios. Quería pintar”.

Hace un año, Dell’Orco comenzó a investigar la historia de Trabucco para ponerla en valor, porque además la familia del artista fue artífice en la construcción de Florida, en el partido de Vicente López, y el rebelde artista legó a los argentinos el Premio Nacional que otorga la Academia.
Le consultamos al investigador el valor de mercado que hoy podría tener la obra del artista: “Su precio de mercado era relativo antes y ahora, según de qué cuadro se trate. Uno de sus cuadros premiados vale varias decenas de miles de dólares, mientras que la mayoría de ellos no alcanzan cifras elevadas. Su verdadero valor radica en su trabajo autodidacta, de experimentación, un precursor explorador de caminos y técnicas. Alberto vivió una época a mitad de camino entre lo clásico y la vanguardia. Muchos de sus trabajos debieron ser fuente de inspiración para otros que hoy consideramos grandes artistas”.
Trabucco siempre se declaró impresionista, pero no lo fue. “Su pintura figurativa era una excusa. Sus obras más elaboradas presentan búsquedas con arena, arpillera, piedra, tierra, tela, cáscara de huevo, donde el tema y las figuras están apenas trabajadas casi como por obligación –señala Dell’Orco–, pero están envueltos en fondos y ropajes que son casi cuadros abstractos en sí mismos".

Y agrega que “en su evolución, la pintura, los materiales, el color y las texturas le devolvían mucho más de lo que veía. Solía repetir que pintaba lo que sentía. A pesar de haberse rebelado a la familia a la que pertenecía, no llegó a rebelarse al contexto, al tiempo que le tocó vivir. No pudo, no quiso, no supo cómo deshacerse de las figuras, y cuando ese tiempo llegó, él ya era viejo".
La curaduría y el montaje estuvieron a cargo de Mariana Castagnino, Mariana Gallegos del Santo y Victoria Lopresto, y la producción fue de la Secretaría de Cultura de Vicente López. Hay visitas guiadas los viernes y los sábados. Quedan apenas dos fines de semana.
Alberto Trabucco vuelve a la quinta, hasta el 4 de octubre en Quinta Trabucco (Carlos Francisco Melo 3050), de martes a sábados 10 a 18.
Clarin