Del silicio a la sensibilidad: el legado que guía la próxima frontera de la IA y la migración cognitiva humana

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Los humanos siempre han migrado , no solo a través de entornos físicos, sino también a través de sus formas de trabajar y pensar. Toda gran revolución tecnológica ha exigido algún tipo de migración: del campo a la fábrica, del músculo a la máquina, de los hábitos analógicos a los reflejos digitales. Estos cambios no solo transformaron nuestra forma de trabajar; transformaron nuestra definición de nosotros mismos y lo que creíamos que nos hacía valiosos.
Un ejemplo vívido de desplazamiento tecnológico se remonta a principios del siglo XX. En 1890, más de 13 000 empresas estadounidenses fabricaban carruajes tirados por caballos. Para 1920, quedaban menos de 100. En el lapso de una sola generación, toda una industria se derrumbó. Como relata el blog de Microsoft «El día que el caballo perdió su trabajo» , no se trató solo del transporte, sino del desplazamiento de millones de trabajadores, la desaparición de oficios, la reorientación de la vida urbana y la habilitación masiva de la movilidad continental. El progreso tecnológico, cuando llega, no pide permiso.
Hoy, a medida que la IA se vuelve más capaz , entramos en una era de migración cognitiva en la que los humanos debemos volver a movernos. Sin embargo, esta vez el desplazamiento es menos físico y más mental: nos alejamos de las tareas que las máquinas dominan rápidamente y nos dirigimos hacia ámbitos donde la creatividad humana, el juicio ético y la comprensión emocional siguen siendo esenciales.
Desde la Revolución Industrial hasta la oficina digital, la historia está llena de migraciones impulsadas por la maquinaria. Cada una requirió nuevas habilidades, nuevas instituciones y nuevas narrativas sobre lo que significa contribuir. Cada una creó nuevos ganadores y dejó a otros atrás.
En octubre de 2015, en una conferencia de la industria de Gartner , Ginni Rometty, CEO de IBM, anunció públicamente el inicio de lo que la compañía denominó la Era Cognitiva . Fue más que una ingeniosa campaña de marketing; fue una redefinición de la dirección estratégica y, posiblemente, una señal para el resto de la industria tecnológica de que había llegado una nueva fase de la informática.
Mientras que las décadas anteriores se habían caracterizado por sistemas programables basados en reglas escritas por ingenieros de software, la Era Cognitiva se definiría por sistemas capaces de aprender, adaptarse y mejorar con el tiempo. Estos sistemas, impulsados por el aprendizaje automático (AA) y el procesamiento del lenguaje natural (PLN), no recibirían instrucciones explícitas sobre qué hacer. Inferirían, sintetizarían e interactuarían.
En el centro de esta visión se encontraba Watson de IBM, que ya había sido noticia en 2011 por derrotar a campeones humanos en Jeopardy! Pero la verdadera promesa de Watson no residía en ganar concursos de preguntas. En cambio, consistía en ayudar a los médicos a analizar miles de ensayos clínicos para sugerir tratamientos, o a los abogados a analizar vastos corpus jurisprudencial. IBM presentó a Watson no como un sustituto de los expertos, sino como un amplificador de la inteligencia humana, el primer copiloto cognitivo.
Este cambio de enfoque fue significativo. A diferencia de las eras tecnológicas anteriores, que priorizaban la automatización y la eficiencia, la Era Cognitiva enfatizó la colaboración. IBM habló de « inteligencia aumentada » en lugar de «inteligencia artificial», posicionando estos nuevos sistemas como colaboradores, no como competidores.
Pero esta visión implicaba algo más profundo: el reconocimiento de que el trabajo cognitivo, durante mucho tiempo el sello distintivo de los profesionales de oficina, ya no estaba a salvo de la automatización. Así como la máquina de vapor sustituyó al trabajo físico, la computación cognitiva comenzaría a invadir dominios que antes se consideraban exclusivamente humanos: el lenguaje, el diagnóstico y el juicio.
La declaración de IBM fue a la vez optimista y aleccionadora. Imaginó un futuro donde los humanos podrían lograr cada vez más con la ayuda de las máquinas. También insinuó un futuro donde el valor tendría que migrar de nuevo, esta vez hacia ámbitos donde las máquinas aún tenían dificultades, como la creación de significado, la resonancia emocional y el razonamiento ético.
La declaración de una Era Cognitiva se consideró significativa en su momento, pero pocos comprendieron sus implicaciones a largo plazo. Fue, en esencia, el anuncio formal de la próxima gran migración; una migración no de cuerpos, sino de mentes. Señaló un cambio de rumbo y un nuevo viaje que pondría a prueba no solo nuestras habilidades, sino también nuestra identidad.
Para comprender la gran migración cognitiva actual y su singularidad cualitativa en la historia de la humanidad, primero debemos considerar brevemente las migraciones que la precedieron. Desde el auge de las fábricas en la Revolución Industrial hasta la digitalización del entorno laboral moderno, toda innovación importante ha exigido un cambio en las habilidades, las instituciones y nuestras concepciones sobre lo que significa contribuir.
La Revolución Industrial, que comenzó a finales del siglo XVIII, marcó la primera gran migración de mano de obra humana a gran escala hacia formas de trabajo completamente nuevas. La energía de vapor, la mecanización y el auge de los sistemas fabriles arrastraron a millones de personas de la vida rural agraria a ciudades abarrotadas e industrializadas. Lo que antes era trabajo local, estacional y físico se volvió reglamentado, especializado y disciplinado, con la productividad como motor.
Esta transición no solo cambió el lugar de trabajo de las personas, sino también su identidad. El herrero o zapatero de pueblo asumió nuevas funciones y se convirtió en un engranaje de una vasta maquinaria industrial. Los relojes de tiempo, el trabajo por turnos y la lógica de la eficiencia comenzaron a redefinir la contribución humana. Generaciones enteras tuvieron que aprender nuevas habilidades, adoptar nuevas rutinas y aceptar nuevas jerarquías. No solo emigró la mano de obra, sino también la identidad.
Igualmente importante, las instituciones también tuvieron que migrar. Los sistemas de educación pública se expandieron para producir una fuerza laboral industrial alfabetizada. Los gobiernos adaptaron las leyes laborales a las nuevas condiciones económicas. Surgieron los sindicatos. Las ciudades crecieron rápidamente, a menudo sin infraestructuras que las acompañaran. Fue un proceso caótico, desigual y traumático. También marcó el inicio de un mundo moderno moldeado por las máquinas, y cada vez más para ellas.
Esta migración creó un patrón recurrente: la tecnología moderna desplaza, y las personas y la sociedad necesitan adaptarse. Esta adaptación podía ocurrir de forma gradual, o a veces violenta, hasta que finalmente emergía un nuevo equilibrio. Pero cada ola nos ha exigido más. La Revolución Industrial requirió nuestros cuerpos. La siguiente requeriría nuestras mentes.
Si la Revolución Industrial exigió nuestros cuerpos, la Revolución Digital exigió nuevas mentes. A partir de mediados del siglo XX y con una aceleración durante las décadas de 1980 y 1990, las tecnologías informáticas transformaron una vez más el trabajo humano. Esta vez, las tareas mecánicas repetitivas fueron reemplazadas cada vez más por el procesamiento de la información y la manipulación simbólica.
En lo que a veces se denomina la Era de la Información, los oficinistas se convirtieron en analistas de datos y los diseñadores en arquitectos digitales. Administradores, ingenieros e incluso artistas comenzaron a trabajar con píxeles y código en lugar de papel y lápiz. El trabajo se trasladó de la fábrica a la torre de oficinas y, finalmente, a la pantalla de nuestro bolsillo. El trabajo del conocimiento se volvió no solo dominante, sino aspiracional. La computadora y la hoja de cálculo se convirtieron en los picos y palas de un nuevo orden económico.
Lo vi de primera mano al principio de mi carrera, cuando trabajaba como ingeniero de software en Hewlett Packard. Varios recién graduados de MBA llegaron con ordenadores Vectra de la marca HP y el software de hojas de cálculo Lotus 1-2-3. Fue aparentemente en ese momento cuando los analistas de datos comenzaron a ofrecer análisis de coste-beneficio, transformando la eficiencia operativa empresarial.
Esta migración fue menos visiblemente traumática que la del campo a la fábrica, pero no menos significativa. Redefinió la productividad en términos cognitivos: memoria, organización, abstracción. También trajo consigo nuevas formas de desigualdad entre quienes dominaban los sistemas digitales y quienes se quedaban atrás. Y, una vez más, las instituciones se esforzaron por seguir el ritmo. Las escuelas se reequiparon para las "habilidades del siglo XXI". Las empresas reorganizaron los flujos de información utilizando técnicas como la "reingeniería de procesos empresariales". La identidad también cambió de nuevo, esta vez del obrero al trabajador del conocimiento.
Ahora, a mediados de la tercera década del siglo XXI , incluso el trabajo del conocimiento se está automatizando, y los trabajadores administrativos pueden sentir el cambio climático. La próxima migración ya ha comenzado.
Hemos migrado nuestra mano de obra a través de campos, fábricas y fibra óptica. En cada ocasión, nos hemos adaptado. Esto ha sido a menudo desigual y, en ocasiones, doloroso, pero hemos transitado hacia una nueva normalidad, un nuevo equilibrio. Sin embargo, la migración cognitiva que ahora está en marcha es diferente a las anteriores. No solo cambia nuestra forma de trabajar, sino que desafía lo que durante mucho tiempo hemos creído que nos hace irremplazables: nuestra mente racional.
A medida que la IA se vuelve más capaz, debemos cambiar de nuevo. No hacia habilidades más complejas, sino hacia habilidades más profundas que siguen siendo fortalezas humanas, como la creatividad, la ética, la empatía, el significado e incluso la espiritualidad. Esta es la migración más profunda hasta la fecha, porque esta vez no se trata solo de sobrevivir al cambio. Se trata de descubrir quiénes somos más allá de lo que producimos y comprender la verdadera naturaleza de nuestro valor.
El cronograma de cada migración tecnológica también se ha acelerado drásticamente. La Revolución Industrial se extendió a lo largo de un siglo, lo que permitió la adaptación generacional. La Revolución Digital redujo ese cronograma a unas pocas décadas. Algunos trabajadores comenzaron sus carreras con archivos en papel y se jubilaron gestionando bases de datos en la nube. Ahora, la próxima migración se está produciendo en cuestión de años. Por ejemplo, los grandes modelos de lenguaje (LLM) pasaron de ser proyectos académicos a herramientas para el entorno laboral en menos de cinco años.
William Bridges señaló en la revisión de 2003 de “ Gestión de transiciones ”: “Es la aceleración del ritmo del cambio en las últimas décadas lo que nos cuesta asimilar y lo que nos lanza a la transición”. El ritmo del cambio es mucho más rápido ahora que en 2003, lo que hace que esto sea aún más urgente.
Esta aceleración se refleja no solo en el software de IA, sino también en el hardware subyacente. En la Revolución Digital, el elemento informático predominante era la CPU, que ejecutaba instrucciones en serie basándose en reglas codificadas explícitamente por un ingeniero de software. Ahora, el elemento informático dominante es la GPU, que ejecuta instrucciones en paralelo y aprende de los datos en lugar de las reglas. La ejecución paralela de tareas proporciona una aceleración implícita de la computación. No es casualidad que Nvidia, el desarrollador líder de GPU, se refiera a esto como «computación acelerada».
Las transiciones que antes se desarrollaban a lo largo de generaciones ahora ocurren en una sola carrera, o incluso en una sola década. Este cambio en particular exige no solo nuevas habilidades, sino una reevaluación fundamental de lo que nos hace humanos. A diferencia de los cambios tecnológicos anteriores, no podemos simplemente aprender nuevas herramientas o adoptar nuevas rutinas. Debemos migrar a un terreno donde nuestras cualidades humanas únicas de creatividad, juicio ético y búsqueda de significado se conviertan en nuestras fortalezas definitorias. El desafío que tenemos ante nosotros no es simplemente la adaptación tecnológica, sino la redefinición existencial.
A medida que los sistemas de IA dominan lo que alguna vez consideramos tareas exclusivamente humanas, nos encontramos en un viaje acelerado para descubrir lo que realmente hay más allá de la automatización: la esencia del ser humano en una era donde la inteligencia por sí sola ya no es nuestro dominio exclusivo.
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