La inmigración en Portugal: una cuestión de equilibrio y pragmatismo

El tema de la inmigración vuelve a estar de moda. Últimamente, parece que no pasa un día sin que se debata en Portugal. Las razones son diversas y las posturas cada vez más extremas. En el centro del asunto reside la preocupación constante: ¿estamos experimentando demasiada o suficiente migración? ¿A quién podemos seguir acogiendo y a quiénes deberíamos negar la entrada u ordenar su salida?
La Corte Constitucional, en su sentencia, consideró inconstitucionales cinco medidas del proyecto de reforma a la Ley de Migración presentado por el actual gobierno, a saber:
El derecho a la reunificación familiar se vio restringido indebidamente , al excluir a los cónyuges o personas equivalentes de la reunificación familiar en el caso de residentes con menos de dos años de residencia legal, lo que podría conllevar la desintegración del núcleo familiar; y al exigir un plazo estricto de dos años para las solicitudes de reunificación, incluso para los miembros de la familia extensa residentes en el extranjero. Esta medida se consideró incompatible con la protección constitucional de la familia.
Condiciones de reagrupación y reserva de derecho — las obligaciones de integración, por orden, previstas en el apartado 3 del artículo 101, como el aprendizaje de la lengua portuguesa o la asistencia obligatoria a la escuela, violan el principio de reserva de derecho.
Plazos de decisión excesivos —la combinación de un plazo de decisión de nueve meses, ampliable a dieciocho meses, junto con un período de espera de dos años, se consideró incompatible con los deberes de protección de la familia previstos en la Constitución.
Limitación del acceso a la protección jurídica : la norma que restringía el acceso a los recursos legales en casos que involucraban a AIMA fue declarada inconstitucional.
Se mantiene la discriminación positiva : la distinción favorable a los titulares de permisos de residencia (visas doradas, visas de profesor, visas de inversión, etc.), que les permite reunificar a sus familias independientemente del tiempo de residencia, no se consideró desproporcionada ni discriminatoria.
Pero lo que me parece un principio fundamental es que ningún Estado soberano tiene la obligación de abrir indiscriminadamente sus puertas a quienes buscan inmigrar a su territorio; el derecho a la inmigración no es absoluto. En el ámbito humanitario, la Ley de Asilo establece los parámetros adecuados para defender la protección internacional cuando su necesidad esté debidamente demostrada. Fuera de este contexto, las decisiones políticas pragmáticas deben basarse en la capacidad real de integración de la sociedad.
Por lo tanto, es lamentable que, en asuntos como la inmigración, se antepongan los intereses ideológicos a los intereses nacionales y a los de los propios inmigrantes, como parece ser el caso. Hoy en día, círculos políticos de izquierda y sectores del mundo académico expresan públicamente la imperiosa necesidad de alcanzar un consenso sobre la inmigración. Lamentablemente, esta búsqueda solo surgió cuando los partidos de extrema derecha y sectores de la ciudadanía comenzaron a exigir que la desregulación de la inmigración en Portugal se considerara un problema. ¿Se exige demasiado tarde esta búsqueda de consenso? Dicho consenso para una política de inmigración responsable no se ha logrado en los últimos ocho años, y las voces que ahora se alzan a favor de dicho consenso han sido mayoritariamente silenciadas, aparentemente reconfortadas por la cantidad de extranjeros que llegan a Portugal. Algunos informes periodísticos informaron que los extranjeros vivían en condiciones de hacinamiento, eran explotados en el mercado negro e incluso víctimas de redes de trata de personas. Siempre es más fácil mantener una posición que discrimina positivamente la inmigración, dejando la entrada sin regular, bajo un pretexto supuestamente humanista, que exigir públicamente responsabilidad en la gestión de las entradas, so pena de crear una situación en la que el Estado se vuelva incapaz de mantener la cohesión social, fracturando la cuestión y polarizando la sociedad.
Portugal se enfrenta actualmente a un dilema académico, político y ético: acoger e integrar de forma sostenible o simplemente permitir la entrada hasta que se desintegre el tejido social. Por lo tanto, independientemente de las recomendaciones del Tribunal Constitucional y de cualquier ajuste que pueda realizarse al Decreto n.º 6/XVII de la Asamblea de la República, que modifica la Ley n.º 23/2007, de 4 de julio —la ley que aprobó el marco jurídico para la entrada, estancia, salida y expulsión de extranjeros del territorio nacional—, es imperativo modificar esta ley. El Tribunal Constitucional ha recibido cinco recomendaciones, pero contiene otros cambios que no se mencionaron. Debe modificarse y mantener el espíritu de la ley.
En los últimos años de gobierno, hemos tenido una Ley de Inmigración sin regular que contribuyó a un aumento exponencial y a corto plazo del número de extranjeros en Portugal, sumado a un perfil migratorio diverso, con nuevas características sociales, religiosas y culturales. Estos procesos de integración para algunos perfiles son más lentos y exigentes en cuanto a recursos de acogida, o bien, cuando se producen, son limitados. Debido a los cambios legislativos de 2017 y 2022, los flujos migratorios han aumentado significativamente: el número de inmigrantes en Portugal se duplicó en tan solo tres años, pasando de aproximadamente 700.000 a los 1,6 millones actuales. En las escuelas, entre 2018 y 2023, se registró un aumento del 160 % en el número de estudiantes extranjeros. Además, a 31 de diciembre de 2023, había 1.785.490 usuarios extranjeros registrados en el RNU, lo que supone un aumento del 18,9 % en comparación con 2022.
Sin embargo, este crecimiento migratorio también ha venido acompañado de un aumento de la pobreza y la exclusión, a la que se ven sometidos algunos de estos inmigrantes. Ejemplos de ello son el aumento de personas extranjeras sin hogar o que viven en albergues precarios e improvisados, como barrios marginales, así como en situaciones de explotación. La ética y las reflexiones asociadas a ella no pueden dejar de enfatizar que el número de inmigrantes en cada territorio debe ser proporcional a la capacidad de cada Estado para proporcionar un alojamiento seguro y digno.
Esta situación requiere un enfoque legislativo equilibrado, basado en la sostenibilidad migratoria, que no debe verse como una forma de exclusión, sino como una gestión consciente de los flujos.
El economista Paul Collier argumenta que la cuestión no es si la migración es buena o mala, sino «cuántos migrantes podemos acoger y qué tipo de inmigración necesita el país»; es decir, qué inmigración se ajusta a los intereses y la capacidad de cada país. Los flujos migratorios descontrolados pueden generar cambios abruptos y desestabilizadores —los llamados «puntos de inflexión»— que requieren cambios políticos drásticos. Este es el momento que vivimos. Por lo tanto, parece que hoy debería haber consenso sobre la imperiosa necesidad de regular los flujos migratorios mediante una legislación que garantice la seguridad y el necesario escrutinio de quienes inmigran a Portugal, proporcionando una auténtica capacidad de acogida.
Además, una política migratoria debe ser sostenible, basada en tres pilares fundamentales:
apoyo democrático de la sociedad de acogida;
alineación con los intereses a largo plazo de los países de origen, destino y migrantes;
el cumplimiento de las obligaciones éticas básicas, con servicios públicos capaces de responder y acoger.
Este marco permite la formulación de políticas migratorias que eviten el pánico político y promuevan un consenso informado entre la opinión pública.
En concreto, debe evaluarse cuidadosamente la capacidad del país para absorber a estos inmigrantes —es decir, la cantidad, la composición y el ritmo de la inmigración que una sociedad puede integrar sin sobrecargar los servicios públicos ni generar desigualdades estructurales, preservando la legitimidad social de la política adoptada—. Por lo tanto, en Portugal hoy, necesitamos seguir un camino equilibrado. El deber ético de acoger es inseparable del derecho ético de incluir. La ética no se limita a la compasión por la condición humana, acogiendo sin tener la capacidad ni los medios para garantizar la copertenencia del migrante a una comunidad. Ser ciudadano significa formar parte de un conjunto de derechos y deberes hacia la sociedad de acogida, y la ética de los Estados reside precisamente en su capacidad de integrar a quienes acogen en la sociedad.
La inmigración no debe considerarse un problema ni un mérito absoluto; más bien, es una prueba de nuestra capacidad colectiva para acoger a los migrantes de forma responsable y sostenible. Portugal no tiene que elegir entre puertas abiertas sin restricciones y muros inflexibles. El reto consiste en desarrollar políticas equilibradas que respeten la dignidad de los migrantes, protejan a la ciudadanía y fortalezcan el futuro compartido del país.
observador