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Telenovela, purita adicción

Telenovela, purita adicción

Nunca he entendido por qué el Ministerio de Sanidad jamás haya alertado de los peligros de adicción y enganche que produce el consumo de las telenovelas. Más que el alcohol, las drogas o las relaciones tormentosas (temas muy frecuentes en sus historias), este género televisivo genera dependencias jamás vistas en otros ámbitos. Pero las adicciones, bien llevadas, tampoco han de verse como algo negativo, al menos en mi caso, y si son producto de los seriales de toda la vida mucho menos. Desde que la pequeña pantalla dio cabida a este formato, que tiene sus antecedentes en la radio y las revistas, allí que se instaló consiguiendo su reinado. Y así sigue a día de hoy. Su forma de narrar sus melodramas influyeron en series como Dinastia y ahora en las de origen turco. Ni los cambios impuestos por las plataformas digitales han podido con su esencia original. El valor más seguro de la tele.

Mi primer flechazo fue en el año 1986, cuando empezó a emitirse en España Los ricos también lloran, con la impresionante y genial actriz Verónica Castro. Se convirtió en fenómeno sociológico. Años más tarde pasaría lo mismo con las de origen venezolano Cristal y La dama de Rosa. Impresionante el personaje de Emperatriz Ferrer de la mano de Jeannette Rodríguez con kilométricas uñas postizas y peinado a base de mucha laca. Mi favorita siempre fue Cuna de lobos y el parche de Catalina Creel, la villana más malvada y pendeja, magistralmente interpretada por esa dama del cine mexicano que fue Maria Rubio.

La telenovela es sínónimo de éxito. ¿Por qué? Porque toca a todo hijo de vecino: niña desahuciada por su madre millonaria que la da en adopción; mujer maltratada por su marido; galán que descubre las infidelidades de su esposa con su hermano; empresas familiares en bancarrota; dobles vidas; envidias; venganzas; abortos impuestos; desigualdad social; traiciones y maldades. También pasión, amor y buena gente. ¡Y lo mejor de todo!: narrado e interpretado al máximo nivel de paroxismo. ¿Recuerdan aquella escena en la que una le grita a la otra "maldita lisiada"? Solo esto puede suceder en una telenovela. Siempre que viajo a México y tengo día libre, en vez de pasearme por el barrio de Polanco, donde me alojo, prefiero quedarme en el hotel devorando las telenovelas que emiten en Televisa. Historiones que enganchan. Quizá los puristas no las consideren, sin embargo creo que cumplen a la perfección lo que todos queremos ver: la vida real, aunque se exagere, lo reconozco. Ahí está su encanto.

La herencia de la telenovela está más viva que nunca. La telenovela no es patrimonio de la maruja del siglo pasado. Me encanta ver a las niñatas de instituto perseguir por el aeropuerto al galán turco de moda. Es cierto que cierta forma de realización ha cambiado. Pero la buena costumbre de engancharse a una telenovela no ha desaparecido.

Ponga en su vida una telenovela, clásica o moderna, y disfrute de ella.

elmundo

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