¿Por qué no tengo casa si he puesto un tuit?

Cada vez que creemos un perfil en una red social, nacerá un yo alternativo que nos sustituirá ante varias funciones cotidianas”. Este fue el mayor poder de seducción de las redes cuando se lanzaron: economizaban nuestro tiempo asumiendo tareas repetitivas, costosas, anodinas... Ya no tendríamos que llamar por teléfono para transmitir una información, anotar regularmente en una agenda los números de nuestros nuevos contactos, avisar uno a uno de cara a un cumpleaños o a una celebración concreta...
Un usuario usa Instagram en el móvil
Getty ImagesDe forma gradual y casi sin darnos cuenta, fuimos trasvasando un mayor poder al yo virtual: socializa por mí que hoy me quedo en casa, pues desde aquí puedo hablar con mis amigos al igual que hacía antes en el pub; seduce por mí, ya que me será más fácil ligar si en lugar de tener que acercarme a alguien que no conozco, subo unas fotos en las que salgo agraciado y dirijo a mi terreno las conversaciones que van surgiendo; charla por mí, y para ello dejaré programadas las publicaciones de mañana… Todo muy pragmático, pero no exento de problemas, como que, paradójicamente, invertimos el tiempo que nos ahorran las redes en el uso de las mismas.
“¿No es una locura luchar por tener cada vez más ratos libres si luego no sabemos qué hacer con ellos y necesitamos toda una industria que nos ayude onerosamente a pasar el rato?”, pregunta el ensayista galardonado con el premio Anagrama José Luis Pardo, en el prólogo de una obra fundamental para entender la deformación social en la que vivimos: La sociedad del espectáculo de Guy Debord (Pre-Textos).
La disminución del contacto físico es atroz para cualquier persona aún en edad de forjar sus habilidades socialesEl hecho de que las acciones que ahora realizan nuestras interfaces virtuales impliquen una disminución significativa del contacto físico, de la socialización frente a frente, resulta atroz para cualquier persona que esté aún en edad de forjar sus habilidades sociales, y nocivo a largo plazo para los que conocieron, antes de la llegada de los smartphones, otra forma más natural y cálida de socializar.
La ausencia de presencia física a la larga hace que nos sintamos tristes y solos. “La tecnología induce a la tristeza como estado mental. Esa ‘tristeza tecnológica’ es fabricada por las recomendaciones que nos ofrecen las redes sociales y las plataformas digitales”, argumenta el profesor de investigación holandés Geert Lovink, en cuya obra siembra la duda ante los supuestos beneficios que aportan las redes al estado de ánimo.
Lee tambiénAislados y solitarios, no nos queda otra que intentar cambiar el mundo a golpe de publicaciones, pero esperar que un tuit altere nuestra realidad es como pretender que la foto de la comida del instafoodie de turno nos vaya a saciar el hambre. El traspaso de funciones propias y humanas a una interfaz intangible nos da una falsa sensación de acción, cuando solo contiene demostración, y vaga. O espabilamos y nos manifestamos día tras día, por ejemplo, por una vivienda digna, o nos sentamos a esperar la herencia, pero asumamos algo: ni los fondos buitres ni los caseros nos van a dar like.
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