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Paisaje layetano

Paisaje layetano

George Orwell describía la Via Laietana de 1936 como una calle donde los cafés, los hoteles y las sedes oficiales eran colectivizados por el anarquismo preeminente de la CNT. La gente se saludaba diciendo “salud” y “camarada” y en muchos balcones ondeaban banderas revolucionarias. Que a la calle la rebautizaran como Via Durruti es una de estas extravagancias de la historia que, contada hoy, suena a ciencia ficción.

La reciente remodelación de la Via Laietana, publicitada hasta el paroxismo por el Ayuntamiento, me inspira a dar un paseo sin el estrés que sufren los que se aventuran a circular por ella. La expedición empieza en la calle Urgell, dentro de un metro de la L1 que me lleva hasta Urquinaona. La mayoría trabajadora que ocupa los vagones no parece muy dispuesta a tratarse de “camarada”. Hipnotizados por el móvil, ni siquiera se dan cuenta de que acaba de subir un usuario que se parece tanto al gran actor Pol López que es muy probable que sea el gran actor Pol López.

La nueva Via Laietana

Gorka Urresola / Propias

En Urquinaona, una patrulla de la Guardia Urbana regula el tráfico. La remodelación ha redistribuido el espacio: ahora tenemos dos carriles de bajada (uno de taxi-bus y un carril para vehículos digamos normales) y, de subida, un carril bici (en teoría solo de subida) y otro para buses, taxis y vehículos autorizados.

La retención incluye variantes genuinamente barcelonesas, como tres furgonetas impunemente aparcadas encima de la acera (más ancha, eso sí) o, en el carril bici, patinadores y ciclistas que lo utilicen en dirección contraria. Debe ser la herencia del inconformismo orwelliano, que no conoció las miserias de la Prefectura Superior de Policía. Me acerco a ver si me llega el eco de cuándo torturaron a mi padre, pero en vez de ser abducido por los hermanos Creix, estoy a punto de ser atropellado por una manada de turistas armados con trolleys y chancletas asesinas.

Resisto la tentación de zamparme unas porras en la Xurreria Laietana

Resisto la tentación de zamparme unas porras en la Xurrería Laietana o de hacer gasto en el Afrika Latino, un súper que, si no recuerdo mal, medio inauguraré en otra vida. Enfrente, la sede de Comisiones Obreras, que, en función de sí subes o si bajas, queda a la izquierda o a la derecha. Ante uno de los grandes edificios aún en obras, un letrero promete, como fecha de finalización, el mes de junio del 2026.

Llego a la plaza de Idrissa Diallo, que recuerda el migrante guineano que murió en un Centro de Internamiento de Extranjeros de la Zona Franca. En los balcones, la única bandera que sobrevive a la persistencia del atasco es la del orgullo LGTBIQ+.

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Subo al mítico 47, que tiene que invadir el carril bici para recoger a sus pasajeros y veo como, delante, un patinador –gafas de sol, sin camiseta, tatuado– que circula en dirección contraria hace grandes aspavientos y, a grito pelado, se indigna con el conductor porque no le deja disfrutar con plenitud de los privilegios de Can Pixa. Sospecho que a Manolo Vital no le habría hablado así.

lavanguardia

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