Los neoyorquinos se entregan con entusiasmo a la batuta de Gustavo Dudamel

Los melómanos neoyorquinos tienen muchas ganas de Gustavo Dudamel, ese genio de la música cuyos movimientos y lenguaje corporal marcan tanto el ritmo como su batuta.
El maestro todavía sigue siendo el director musical y artístico “designado” de la Filarmónica de Nueva York. Hasta el próximo año no asumirá oficialmente el cargo y durante este tiempo será el titular de la orquesta de Los Angeles, ahí desde el 2009, recinto en el que continuará manteniendo su estandarte con la proclama “gracias Gustavo”.
Pero los neoyorquinos se expresaron radiantes, con una larga y sonora ovación, al concluir la noche del jueves el concierto inaugural de la nueva temporada de la institución con sede en el Lincol Center, que protagonizó Dudamel y al que esperan con los brazos y los oídos muy abiertos para que sea suyo, más que de los demás.
Grandes nombres han estado al frente del podio de la Filarmónica, como Gustav Mahler, Leonard Bernstein, Lorin Maazel o Zubin Mehta. El público del David Geffen Hall espera a Dudamel con ese mismo espíritu de hallarse ante un director superestrella del que esperan marque una época.
Esa sensación de estar frente algo emocionante se palpó desde el primer momento de un concierto con el que arrancó una agenda marcada por la gran celebración en el 2026 de los 250 años de la independencia y fundación de Estados Unidos.
Como explicó Matías Tarnopolsky, presidente y director ejecutivo de la Filarmónica, ese acontecimiento tiene una especial relevancia en la programación. La noche del debut ya se constató esa influencia al incluirse tres piezas, todas ellas “americanas”: of light and stone, de la compositora hawaiana Leilehua Lanzilotti; Concierto para piano nº 3 de Béla Bartók, que escribió en 1943 ya instalado en La Gran Manzana; y la Sinfonía nº 2 del estadounidense Charles Ives.
Todas las obras eran generosamente alusivas a la música tradicional y folclórica, un concierto calificado de convencional con un programa bastante común e incluso conservador para los parámetros aventureros de Dudamel.
La noche permitió, sin embargo, atisbar cómo será un futuro cercano y la pasión que despierta este director de orquesta venezolano. Desde el primer minuto hasta el último, el gran protagonista fue él.
Arrancó con la pieza de Lanzilotti, la menos convencional de la tres, a la que Dudamel invitó a subir al escenario para recibir su ovación y sus flores una vez rematada.
Tras ese momento se alcanzó la cumbre de la velada con la aparición del fenómeno surcoreano al piano Yunchan Lim para interpretar a Bartók. A sus 21 años, Lim tiene una tímida presencia en el escenario, según los críticos, que da paso a un magnífico arte en el teclado. Cautivó con esa estampa de estilo pop con el traje a medida y una corbata negra estrecha, sin olvidar el impacto de su estilosa y móvil mata de pelo negro azabache.
La visualidad sonora de Bartók tuvo continuación con una puesta en escena enérgica de la composición de Ives, que Dudamel conoce muy bien y que dirigió de memoria, con mucha convicción y más libertad física que en el resto de la sesión. Y esto entusiasmo a los melómanos neoyorquinos, felices de tener a Dudamel en el podio.
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