La gran paradoja

Los restauradores son artistas hiperrealistas”, escribió Édouard Levé en “Casa”, un guion de obra radiofónica incluido en el volumen Inéditos (Eterna Cadencia). Se podría formular a la inversa: los escritores y artistas del realismo son restauradores que están actualizando, una y otra vez, una estética que caducó hace décadas, para que pueda seguir exponiéndose, vendiendo en ese museo del presente que es la industria de las imágenes y las historias. En contra de ese anacronismo, el creador francés –quien afirma en su Autorretrato que en las fronteras se sentía tan bien como si no estuviera en ninguna parte; quien acabó de escribir Suicidio justo antes de ponerle el punto y final también a su propia vida– firmó una obra fotográfica basada en la escenificación dramática y una serie de libros que teletransportaron la literatura hacia el arte contemporáneo.
Literatura conceptual, la llama Thomas Clerc en el prólogo de Inéditos, en la línea de Georges Perec y Marcel Duchamp. Es la constelación de Max Aub, Ulises Carrión, Miquel Bauçà o Verónica Gerber Bicecci, todos ellos autores también de ficciones o documentos que se expanden hacia la exposición o la instalación o la enciclopedia, montando un campamento fugaz en una frontera inesperada. Como es casi imposible superar los límites entre lenguajes y sobre todo marcos formales, pese a la canonización de innumerables figuras y proyectos transfronterizos, David Maroto ha dedicado los dos fascinantes volúmenes de Un nuevo medio. La novela de artista (Greylock), a explorar la tradición paralela al otro lado del espejo. No la del libro de artista, la de la novela como ”un medio en las artes visuales”, determinado menos por “las cualidades intrínsecas de ese artefacto” como por “el entorno institucional en el que opera”. Libros en los que es posible rastrear las huellas de un proceso artístico: las performances, las instalaciones o las tiradas de cartas del Tarot en que empezaron a ser escritos; las becas o las residencias o los curadores que explican su existencia.
Los circuitos del arte contemporáneo tal vez sea el último territorio conquistado por la novelaLos circuitos del arte contemporáneo tal vez sea el último territorio conquistado por la novela, ese género omnívoro que empezó apropiándose del ciclo artúrico y del amor en verso, fue perfeccionado por Cervantes, después invadió el ensayo ilustrado antes de devenir folletín, y durante los siglos XX y XXI inspiró con su estructura y su ambición muchos de los mejores cómics, podcasts, series o videojuegos, hasta el punto de que no sabemos si la “gran novela americana” se puede encontrar en librerías o en plataformas. Esa máquina perfecta que, no obstante, en el 99% de las ocasiones se obstina en ignorar, si no la poesía el ensayo, con certeza la televisión, las viñetas, el universo sonoro y el videolúdico, el píxel, el arte contemporáneo. Existen pocas paradojas culturales tan raras, tan desesperantes.
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