Javier Aranda Luna: Las otras alas de Jorge Marín

Las otras alas de Jorge Marín
Javier Aranda Luna
L
a última vez que visité su taller las esculturas inundaban el lugar. Poderosas manos, torsos, cabezas ocultas con un antifaz en forma de pico, cuerpos que parecían ingrávidos pese a estar hechos de bronce. Todos en silencio dialogaban, el tema era la luz y la sombra entre sus formas.
Aunque en esta ocasión uno se encuentra aquí y allá bellas esculturas, todas están terminadas y no están en el área de trabajo. Ya no veo las fuertes mesas ni las herramientas del escultor.
En años recientes, Jorge Marín ha fijado imágenes poderosas como las alas que construyó y ha llevado a varias partes del mundo, o aquellas esculturas monumentales visibles desde varios kilómetros. Le comento que no hemos sabido de nuevas propuestas suyas.
–Sí, así es. Llegué a un punto en el que necesitaba un cambio. Primero pensé en un año sabático, y no creas que por hartazgo o algo así, sino por curiosidad. Mira, cumplí 60 años, y me empezaron a llegar una serie de cuestionamientos que no me podía responder.
“Uno fue por la finitud de mi tiempo en este mundo. Si no me fallan las cuentas creo que ya me gasté la mayoría de mi capital de tiempo. Entonces dije: ‘piensa bien lo que quieres hacer’.”
–¿Dejar la escultura? ¿Cambiar esa pasión por otras?
–Me encanta la escultura, es mi pasión, por supuesto, pero descubrí otras. A lo mejor el origen de las otras pasiones empezó cuando saqué la escultura a la calle. Yo estaba trabajando en galerías, en museos, y de repente salí a la calle y hubo un acercamiento con el público. Eso me llevó a hacer obra más interactiva, para compartir más directamente con la gente. Me acuerdo cuando hice un proyecto en Ixtapaluca, una zona conurbada del Valle de México, en las afueras, hacia la carretera a Puebla. Es un área marginada, y me surgió la idea de hacer un proyecto ahí. Hablé con la gente y lo que más me quedó grabado fue la idea de las personas de querer que los demás supieran que existían como comunidad, que ahí estaban. Entonces pensé en una figura enorme. Es un personaje que se ve a lo lejos desde muchísimos lugares del Valle de México. Una vez me dijo una señora que al regresar de trabajar en la Ciudad de México, al ver esa figura, sabía que ahí estaba su casa y la esperaba su familia. Eso me gustó muchísimo.
–¿Te ocurrió algo similar con la colosal figura de El vigilante, de Ecatepec?
–De repente una banda de chavos muy jóvenes me mandó una canción donde hablan de la zona donde viven y de cómo les impacta la escultura en su zona y de lo que les dice, lo que provoca. Fue cuando entendí perfectamente que yo ya no importaba para la obra. Me dije: Jorge, ya puedes ir a tu casa a hornear pasteles o a estudiar filosofía, lo que tú quieras, porque la obra ya se quedó haciendo lo suyo y está creciendo solita, no necesita tu presencia, tu nombre, nada, ya la integraron los habitantes de diferentes zonas a su vocabulario, a su cotidianidad, a su mundo, a su acervo
. Las obras tienen que ser independientes del artista, deben tener una función social, y para mi gusto ya la tiene. Eso de alguna manera me liberó para poder pensar en otras cosas.
–Saliste de tu zona de confort.
–Sí, sí, salí, inevitablemente, cuando me di cuenta de que uno es finito. Claro, yo me podía quedar viendo muy cómodamente, lo que me quede de vida, puestas de Sol, pero dije: “no, espérate, qué tal si de verdad, como buen ateo que soy, no hay nada después de eso.
“‘Se acabó. Se acabó; entonces, no puede ser que todo lo que hiciste los pasados 30 años, sea ver el atardecer’. Dije: ‘no, no, no, me interesan otras cosas’. Como me gustó mucho trabajar con la gente quise hacer otras cosas con las personas.”
–¿Cómo trabajar con la gente, qué?
–Cuando salí a la calle para hacer escultura monumental, me empecé a entrevistar con grupos sociales de todos los niveles, muchos muy populares, porque puse obras en zonas marginales. Eso me empezó a acercar a la gente; empecé a despertar muchas cosas en mí. Yo era un personaje sumamente solitario, sí, el ermitañismo es lo mío, siempre se me dio y lo he disfrutado enormemente, pero, pues vino el momento de platicar con los demás y ha sido fantástico, sobre todo con los niños; fíjate, he tenido muy buen entendimiento con los niños, cómo ven el mundo, cómo lo esperan, cómo lo toman, cómo lo viven, cómo lo interpretan, son más libres que nosotros. Cuando vi todo ese potencial dije: pues acá está la apuesta
; hay que apostar a estos niños, porque los adultos ya estamos muy maleados, pero ellos son una maravilla. Entonces, hoy por hoy hago programas para apoyar sus estudios, con becas, con desayunos, en zonas marginales y en escuelas rurales. Ahora andamos en Yucatán y ha sido muy satisfactorio. Tenemos personas que están colaborando gratis en este proyecto de hacer desayunos para niños. Somos una fundación muy chiquita, pero el impacto es brutal: 100 desayunos son 100 niños.
–Son tus otras alas.
–Exactamente; entonces, esto está increíble, es otra faceta de mi vida que estoy descubriendo y me está gustando mucho. También me he dedicado a leer sobre el pensamiento humano. Qué bruto, es tan seductor entender qué es el ser humano, su esencia, su forma de pensar, cómo se estructura, cómo se construye, cómo se reconstruye, qué lo rodea, por qué la humanidad es como es. Muchos cuestionamientos de tipo filosófico ahí están y le estoy dando vueltas, y me estoy nutriendo con muchos textos y con muchos autores. Esa es la otra parte que disfruto mucho, pues viene de mi parte de ermitaño, que ahí está, el ermitaño sobrevive. Se podría llamar así mi biografía: el ermitaño sobrevive.
jornada