En el Día del Escritor, la bisnieta de Leopoldo Lugones recuerda una historia familiar de poder, abusos y suicidios

La historia de la familia Lugones es una crónica de poder, abusos y suicidios que atraviesa tres generaciones. Desde el célebre escritor Leopoldo Lugones, nacido el 13 de junio de 1874 –hace 151 años– hasta su bisnieta Tabita, el apellido ha estado marcado por el peso de decisiones políticas, traiciones familiares y un destino trágico. Como lo analiza Cristina Mucci en su libro Lugones: los intelectuales y el poder en la Argentina (Sudamericana, 2024), la vida del escritor y su descendencia reflejan la compleja relación entre literatura, política y poder en la historia argentina.
Tabita Peralta en Barcelona. Foto: Jesica López. Archivo Clarin.
Leopoldo Lugones, el padre del modernismo en América Latina, no solo dejó una huella imborrable en la literatura argentina, sino que también protagonizó un escándalo que sacudió su vida personal. En 1926, inició un romance clandestino con María Emilia Cadelago, una joven estudiante. Su hijo, Leopoldo “Polo” Lugones, jefe de la Policía Federal, descubrió la relación y lo amenazó con internarlo en un neuropsiquiátrico si no terminaba el affaire. La presión fue insoportable. En 1938, el escritor se quitó la vida en un retiro del Delta de Tigre, ingiriendo una mezcla de cianuro y whisky.
Leopoldo “Polo” Lugones heredó el apellido, pero no el legado literario. Su nombre quedó asociado a la invención de la picana eléctrica, método de tortura que utilizó durante el gobierno de facto de José Félix Uriburu. La picana se convirtió en un símbolo del horror en los interrogatorios clandestinos. Sin embargo, el destino de Polo también fue trágico: en 1971, atormentado por su propia historia, decidió suicidarse.
La hija de Polo, Susana “Pirí” Lugones, tomó un camino opuesto al de su padre. Escritora y militante, se unió a las filas de Montoneros y fue considerada una “subversiva” por la dictadura militar. En 1977, fue secuestrada por un grupo de tareas y llevada a un centro clandestino de detención. Allí, según testimonios, fue torturada con el mismo método que había utilizado su padre. En febrero de 1978, fue asesinada, convirtiéndose en una de las tantas víctimas del terrorismo de Estado.
Pirí tuvo tres hijos: Alejandro, Tabita y Carel. Alejandro, marcado por la adicción y la depresión, también terminó suicidándose en 1971, el mismo año que su abuelo, Polo. Tabita, en cambio, ya había decidido romper con el pasado. A los 20 años, en 1970, había emigrado a Europa con quien fuera, finalmente, su pareja de toda la vida, Oscar Caballero y renunció al apellido Lugones, buscando escapar de la sombra de su familia.
"Se terminó la historia de los Lugones. Ya ni siquiera alguien se llama así", dirá Tabita Peralta en una entrevista exclusiva con Clarín desde Barcelona. En cuanto a su hermano, Carel, que vivía en Madrid desde hacía muchos años, según contó Tabita, “estaba muy enfermo y bastante solo, pidió en 2023 una eutanasia (o sea un suicidio asistido) que le concedieron y que no llegó a realizarse porque falleció un par de días antes”.
Durante casi cuarenta años, Tabita se mantuvo alejada tanto geográfica como psicológicamente del peso de su historia familiar, hasta que, en 2009, publicó Retratos de familia con el sello Emecé. Luego, llegó Cuervos de la memoria: Los Lugones, luz y tinieblas (Ediciones de la Flor, 2014) y, en 2015, protagonizó Juntapapeles, un documental que explora la compleja historia de su familia y su impacto en la política y la sociedad argentina, producido por El Hilo, con emisión en Canal Encuentro.
Su vida personal también tomó un rumbo distinto al de sus antepasados. Se casó con Oscar Caballero y formó una familia unida. Tuvo cinco hijos y cinco nietos, que crecieron alejados de la sombra que persiguió a los Lugones por tres generaciones.
–¿Cómo te animaste, después de tanto tiempo, a escribir sobre la historia de tu familia?
–Después de Retratos de familia, habían salido varios libros en Argentina sobre la historia de los Lugones que siempre incurrían en algunos errores. Pasó bastante tiempo, muchas lecturas, recuperar los papeles que tenía guardados de mi abuela, de mi padre, de mi madre, y el diario de mi hermano, etc. Consulté muchas fuentes y dejé París, para instalarme cerca de Barcelona, frente al mar y escribir. Fue un trabajo largo, pero continuo. Cuando terminé, el director de Emecé ya no estaba. Le propuse el manuscrito a mis amigos de Ediciones de la Flor y dijeron que sí. Así nació Cuervos de la memoria. El regalo que me hizo la vida fue Juntapapeles, el documental sobre el libro, que realizaron Federico Randazzo y su equipo en 2015.
Leopoldo Lugones, el día de su nacimiento se celebra el Día del Escritor.
–¿Sentiste alivio después de haberlo publicado?
–Cuando me llegaron a España ejemplares del libro (Cuervos de la memoria) pensé que tenía entre las manos el final de una historia que había mantenido dentro de mí durante tantos años. La sorpresa ese mes de junio de 2014 –en el que nació mi nieta Inès y vino de viaje una sobrina que tengo bastante perdida en Buenos Aires– la sorpresa digo, fue verlos a ella y a mi hijo Mateo, leyéndolo en la playa mientras hacían un árbol genealógico de la familia. “Nunca nos habías contado tanto”, dijeron mis dos hijas mujeres. Me encantó verlo publicado, se lo dediqué a Oscar Caballero, con quien salí de Buenos Aires en 1970 y seguimos juntos.
–¿Cómo fue esa especie de auto exilio? ¿Cómo logra uno procesar el dolor y superar cierto “estigma” familiar para seguir adelante?
–Nunca fui una exiliada. En todo caso, una viajera. Viajé a Europa porque quise, sin etiquetas. Pero seguramente dejé atrás toda esa locura familiar sin pensarlo demasiado. Es cierto que, por lo general, primero hago las cosas y luego las justifico o las pienso. Soy una impulsiva. Y la vida se me fue haciendo lejos de Buenos Aires y ya me quedé para siempre. Porque la vida se hizo de hijos, de trabajos, de amigos, de apartamentos alquilados; el trabajo te llevaba de una a otra ciudad y vuelta a empezar. Los colegios, los amigos de los chicos… En algún momento pensamos en volver, pero siempre pasaba algo que nos hacía quedarnos más tiempo…
–Te asimilaste a la vida europea…
–Tengo una larga lucha con las leyes de extranjería. Sigo siendo argentina y me siento argentina en Europa. Ni los catalanes ni los franceses me consideran uno de ellos, de manera oficial. He pasado horas y días enteros en las comisarías. Salí de Buenos Aires con 20 años y hace 55 años que estoy fuera, con breves pasajes por mi ciudad. Y tengo amigos en las tres ciudades, gente a la que quiero y que me quiere. Me involucré en lo que me permitía mi calidad de extranjera como votar en las elecciones de padres de alumnos en Francia. Mis hijos estudiaron fantásticamente bien y el tiempo se deshizo entre mis manos. Hoy sigo aquí… extranjera y feliz de ver las olas del mar a unos metros de mi casa.
Jamás les conté a mis hijos, cuando eran chicos, que tenían una familia de suicidas.
–¿Por qué no les habías contado a tus hijos la historia familiar?
–Jamás les conté a mis hijos, cuando eran chicos, que tenían una familia de suicidas porque me daba miedo que repitieran el modelo, frente a la adversidad. Es curioso de explicar, pero no he sentido dolor por los estigmas familiares. Siempre he pensado que algunas cosas suceden porque los tiempos eran otros y es difícil juzgar la vida de las personas de otra época, desde una mirada de hoy. Y lejos de mi ciudad, lejos de los Lugones, creé una familia sólida y sana que quizás, no hubiera podido crear en Buenos Aires.
Tabita Peralta en Barcelona. Foto: Jesica López. Archivo Clarin.
–¿Cuáles son tus sentimientos hacia tus padres, abuelos y bisabuelos?
–Siempre digo que a mi abuelo no lo conocí. Ni, evidentemente a mi bisabuelo. En cuanto a mis padres los he querido mucho. Y pienso siempre que mi madre y mi padre hicieron lo que pudieron. Hoy, con cinco hijos y cinco nietos, me planteo muchas cosas que hice mal, que ellos critican de nosotros como padres y es cierto que hay muchas cosas de los padres que rechazamos, como ahora nuestros hijos las rechazan de nosotros. Y es algo en lo que pienso constantemente y así como me satisface pensar en cómo educamos a nuestros hijos, también me parece fantástico como me educaron a mí y a mis hermanos. Rencor, ninguno. Mi padre vivió muy cerca de mí durante muchos años: el sí, exiliado y sintiéndose así.
–¿Sentís que en vos se corta, de alguna manera, el "karma" familiar?
–En cuanto a mi familia para abajo sí, se terminó la historia de los Lugones. Ya ni siquiera alguien se llama así. Pero mi hermano Carel, que vivía en Madrid desde hace muchos años, y estaba muy enfermo y bastante solo, pidió el año pasado una eutanasia (o sea un suicidio asistido) que le concedieron y que no llegó a realizarse porque se murió un par de días antes.
Clarin