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El mundo según Alberto Laiseca: cinco discípulos revelan su vida y obra

El mundo según Alberto Laiseca: cinco discípulos revelan su vida y obra

“Yo tuve mucho miedo a vivir, tanto que un día llegué a la conclusión de que me iba a morir de miedo, joven. Entonces me dije que mejor era morirme tratando de vencer día a día al miedo, haciendo una obra. En este mundo basta que quieras hacer realmente una cosa para que tengas a todos en tu contra. Hay que largarse a nadar sin saber nadar. En realidad, es una lucha que nunca termina, solo cambia de forma”. La cita es de Alberto Laiseca, escritor argentino autor de Los Sorias, entre tantos otros títulos, y está incluida en el libro Chanchín. Laiseca, el Maestro, (Random House, 2025), en el que cinco de sus discípulos reconstruyen gran parte de su vida y su obra con una investigación minuciosa y lo cuentan a partir de un único narrador. Clarín reunió a los cinco autores, Selva Almada, Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli y Natalia Rodríguez Simón, para hablar de la tarea en conjunto.

“La verdad es que la decisión de unificar el trabajo de todos en una primera persona llevó bastantes reuniones y charlas, fue un proceso largo”, cuenta Almada. “Primero tuvimos que definir cómo íbamos a narrar esa vida y ahí apareció la idea de probar con una única voz. Hicimos distintos bocetos para ver de qué manera podíamos escribir primero los cinco y después conseguir una voz común; porque todos escribimos y cada uno tiene su universo, con estilos muy diferentes. La idea era poder escribir todos pero que después eso no se notara. Fue una decisión tomada”.

Agrega Pandolfelli: “Intentamos encontrar una voz neutra, más allá de quién había vivido determinada situación o anécdota, para que todos fuésemos ese único personaje, Chanchín, que era como Lai nos decía a nosotros. Para lograrlo, tuvimos que borrar las huellas de estilo de cada uno con la intención de que fuese Chanchín quien acompañara a Lai. El proceso fue arduo y demandó un gran trabajo, más que nada de depuración. Todo el material fue sometido a la revisión y posterior limpieza por parte de todos”.

Su historia

“Tardé décadas en comprender que el monstruo que vivía debajo de la cama era mi propio padre. Por eso permanecía in abstractum: no me atrevía a darle forma porque eso hubiera equivalido a reconocer que mi enemigo era mi viejo (…) Hoy los escritores de cuentos para niños tratan de ser “amables”: nada de chicos abandonados en el bosque (…) Nada de nada. Pues, esto me parece una tontería y un error. ¡Pero si lo que los niños quieren es asustarse! Lo que los niños quieren, en el fondo, es crecer”.

La cita de Laiseca es del primer capítulo del libro, que comienza con la primera infancia del escritor en el pueblo del sur cordobés Camilo Aldao, cuando quedó al cuidado de su padre, el médico clínico Alberto Laiseca, después de la muerte de su madre, cuando él tenía tres años.

“El tenía lugares a los que siempre volvía de su historia y eran siempre los mismos: el episodio de la muerte de su madre, la infancia dura al lado de su padre, tal mujer que lo había marcado”, dice Almada. “Él, al menos cuando lo conocimos, era una persona muy reservada”, agrega Millán Pastori.

“No era alguien que llegaba y daba mucha información; a veces sí contaba bastante, pero la mayor parte del tiempo estaba metido en su mundo interior. No era un tipo que linkeaba demasiado cuando uno hablaba, que agregara algo como ‘Ah sí, a tal lo conocí cuando pasó tal cosa’, entonces era difícil armar esas redes que, investigando, descubrimos que sí existían”.

Laiseca, el Maestro. Libro editado por Random House. Precio: $ 22.999Laiseca, el Maestro. Libro editado por Random House. Precio: $ 22.999

El autor cuenta además que, en su experiencia de recopilación de material para su documental Lai (2017), se encontró en primera instancia con que no había demasiados datos publicados sobre el maestro. Pero junto al equipo que participó en la producción se pusieron a investigar y lograron reconstruir una buena parte de su vida. “Llegé a charlar mucho con él en 2014”, cuenta.

Logré recopilar gran cantidad de información, aunque él no hablaba mucho, recordaba personajes muy puntuales. Con el libro nos pasó lo mismo que con el documental: era difícil encontrar declaraciones suyas sobre algunos temas muy importantes de su vida. Entonces nos preguntábamos cómo hablar de eso. Con el tiempo, por suerte, fue apareciendo mucha información en internet”.

Un montón de vidas

Los discípulos de Laiseca cuentan que el sistema de trabajo adoptado para contar la vida del creador del realismo delirante fue algo que debieron aprender “sobre la marcha”, a medida que avanzaban en la tarea. “Empezamos a caminar viendo con qué nos encontrábamos, porque la vida de Lai, que no es alguien convencional, es un montón de vidas dentro de una”, dice Naveira.

“Decidimos sostener la idea del discípulo y que justamente eso no se notara. En este sentido fue fundamental la tarea de Rusi, que viene del cine, y fue quien ordenó y sugirió cómo podíamos hacer para cortar, pegar, pensar y ver dónde podía ir cada cosa”.

Almada agrega que también fue cuestión de probar, porque en un primer momento contaban con una sola voz, la de Chanchín, que aparecía en un capítulo; en otro el narrador era más omnisciente y, en un tercero, adoptaba el punto de vista de Laiseca. “Entonces al tener el primer borrador decidimos que era menos confuso para el lector si ese Chanchín atravesaba todo el libro, así no cambiaría el narrador en cada capítulo”, explica.

Todos coinciden en que el trabajo fue arduo, pero a la vez divertido. Y que, quizas a modo de homenaje al maestro, corrió mucha cerveza durante el proceso. “Creo que también implicó una especie de desafío en una primera instancia”, considera Naveira, “porque después de la muerte de Lai se estableció cierto orden de estar como hermanados; pasábamos Año nuevo juntos y cosas así. Cuando íbamos a su taller éramos jóvenes, no teníamos hijos, atravesamos tramos importantes de la vida juntos. El libro, de alguna manera, nos llevó a volver a encontrarnos desde la escritura, en algo que después se llamó Chanchín, pero inicialmente fue un motivo para reunirnos y tratar de emular el taller, ese espacio que estaba ahí como latente, pero en este caso con el fin concreto de armar el libro”.

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Agrega Rodríguez Simón: “Fue como recuperar en parte ese espacio de reunión que durante tantos años habíamos compartido; cuando murió Lai dijimos ‘Vamos a seguir juntándonos’, pero después nos resultó difícil, vino la pandemia y con las obligaciones cotidianas de cada uno tampoco era tan sencillo”.

Coinciden en que el pedido de la editora Ana Laura Pérez, de la editorial Penguin Random House, fue la circunstancia ideal para propiciar los encuentros que se debían y ayudó a que pudieran cerrar la etapa de duelo del maestro. “Para mí lo que pasaba mientras escribíamos era que empíricamente estaba Lai pero en otra forma”, dice Naveira. “Estaba, borraba archivos, aparecían cosas nuevas…desde el más allá metió mano un montón de veces”, agrega Pandolfelli.

Reconocimiento y trabajo

–¿Qué percepción tenía Laiseca de su lugar como escritor?

Almada: Genial. Se veía como un escritor genial, que de hecho lo era. Sentía la falta de reconocimiento. A partir de los cuentos de terror que leía en TV la gente lo saludaba en la calle, era un personaje y lo reconocían, pero muchos no sabían que ese señor al que veían como un personaje además era escritor. A él sí le hubiese gustado que su obra circulara más.

Millán Pastori: En él convivían el escritor genial y a la vez el tema de creerse el último orejón del tarro. Lamentaba no haber sido editado en inglés, porque eso le hubiese brindado la posibilidad de ser leído en todo el mundo. Quería ser un escritor popular, pero en su ley. No intentaba serlo con un libro, o si lo intentaba al principio después no podía con su genio y se lo llevaban puesto su propia forma y su literatura. Eso se puede ver en sus libros, cuando cuenta sus vivencias. Narra otra cosa y de repente vuelve a contar algo de la infancia; todo el programa del libro muta y después lo retoma. Eso lo vuelve, como él mismo decía, un escritor longseller. No es un autor que forme parte de una generación.

–¿Qué características suyas aparecieron durante la escritura del libro?

Almada: Él era un soldado trabajando, como le gustaba decir. Tomaba el trabajo con gran humildad, y la escritura con gran la responsabilidad. Hablo por mí, creo que esa forma de concebir el trabajo de la escritura me motivaba un montón. Yo decía: ‘Si este señor tan genial trabaja tanto, uno tiene que hacer lo mismo, o más’.

Naveira: Cada vez que abríamos alguna puerta durante la investigación se abrían diez puertas más, hasta aparecían personajes que habían sido parte importante en su vida y él los mencionaba al pasar. Cuando buscamos material sobre su llegada a Buenos Aires, durante sus primeros roces con el mundo artístico de esa época, a partir de los 60, descubrimos que no era el outsider que él siempre había dicho: estuvo en todos lados. Juntándose en el bar Moderno con gente como (el artista plástico, Eduardo) Stupía o Marta Minujín, incluso Manal, y en los 80 con Batato Barea, por ejemplo. No fue que nació de un repollo y después la tele lo hizo famoso; siempre estuvo dando vueltas por el ambiente cultural.

Alberto Laiseca. Archivo Clarín.Alberto Laiseca. Archivo Clarín.

–¿Cómo era ir al taller de Laiseca?

Millán Pastori: Su forma de dar taller es lo que hizo que hubiera grupos tan unidos como el nuestro, porque hubo otros, también. Su presencia era muy poderosa, quizás no hablaba demasiado, pero se generaba algo especial. Se creaba como una relación entre todos y el taller se iba autorregulando. Entonces se producía una gran afinidad entre los integrantes del grupo, lograba fuerte unión entre las personas, hacía que cada uno pudiese mantener su individualidad y, a la vez, que en el grupo hubiera una afinidad sin que él estuviera mediando. Eso es producto de una libertad total y a la vez muy productiva: todos los del taller terminamos escribiendo, al menos la mayoría, y con estilos muy diferentes.

Pandolfelli: Entrar a su taller era entrar a su universo. Al traspasar la puerta se cortaba el humo con un cuchillo; los perros, cuando todavía vivían, estaban encerrados en un patiecito. Estaba su escritorio gigante, la cama en medio del living, un cuarto cerrado, tapiado.

Rodríguez Simón: Más allá de eso, él era muy particular. Al principio costaba llegar a que él hiciera una devolución real sobre lo que estábamos escribiendo y llevábamos para leer en el taller, pero esa era su forma. Después sí, más avanzado el proceso, brindaba herramientas muy precisas, pero no muchos llegaban a esa instancia. En nuestro caso la continuidad en la escritura además nos unió, fuimos parte del mismo grupo y estamos juntos hace veinte años.

–¿Cómo definirían en pocas palabras al maestro?

Naveira: A mí lo que siempre me impresionó de Lai era que fue consecuente con lo que demostraba, era completamente sincero y honesto, desde lo que escribía hasta en su forma de relacionarse. Por otra parte y ya más vinculado con el libro, creo que parte de su obra fue la formación de discípulos. Por lo menos yo lo siento así. Creo que Chanchín de alguna manera refleja eso. El espíritu vivo de un Lai que está en nosotros y, a su vez, nosotros seguimos siendo parte de su vida. Evidentemente algo tendría Lai para provocar vivencias tan maravillosas como las que compartimos con él, aún sin que pareciera que lo estaba provocando. Aunque se lo vinculara con el género de terror, por ejemplo, fue un tipo que, aún con ambiguedades, logró generar de manera muy cariñosa que después de tanto tiempo nosotros estemos juntos y unidos, a pesar de todo. Eso está buenísimo.

Almada: A veces decíamos, y creo que él mismo también lo decía, que tenía una manera zen de transmitir lo que quería decir. Para mí siempre fue muy importante su acompañamiento en los talleres: sin grandes discursos de su parte, si uno se quedaba y mantenía la paciencia iba aprendiendo cosas, se impregnaba de algo nuevo. A veces él podía llegar a dar la falsa impresión de ser muy bohemio, pero ante todo era un gran trabajador. Pulía mucho sus textos. Y si lo llamaban para dar una charla en una feria del libro de provincia él iba, pero además se preparaba. No dejaba la actividad librada a la improvisación ‘porque total no es la Feria del Libro de Buenos Aires’. Era un tipo trabajador que se tomaba muy en serio todo lo relacionado a su trabajo con la escritura, y eso es algo que, si bien no es que lo haya aprendido al pie de la letra, sí lo recuerdo siempre cuando tengo que hacer algo que por ahí a veces da como un poco de pereza encarar; me digo ‘Lai iba con compromiso y lo hacía lo mejor que podía’, entonces lo tomo como ejemplo, así como su capacidad de trabajo, y la paciencia para no apurar una obra solamente para publicar ya, cuestiones que me llevan a pensar que con él murió una época, una manera de ser escritor. Los escritores ya no son como era Laiseca.

Chanchín. Laiseca, el Maestro, de Selva Almada, Rusi Millán Pastori, Guillermo Naveira, Sebastián Pandolfelli y Natalia Rodríguez Simón (Random House),

Clarin

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