Angela Carter, esa vieja y joven sabia

Que la vida es en gran parte producto del azar desde que nacemos hasta que morimos no es novedad para nadie. A menos que hablemos con un interlocutor muy cándido, ¿habrá dudas? Probablemente los inteligentes lectores de este libro respondan: “¡No!”. Azar que empieza con la concepción misma: la azarosa unión de un óvulo y un espermatozoide que sube “nadando por el cuello uterino y es muy fácil olvidar cómo ha sucedido”, dando como consecuencia la paternidad. Otro azar.
Las hermanas Chance, Dora y Nora, las “Lucky Chances” –ex coristas y actrices–, cumplen, al comienzo de esta novela, 75 esplendorosos años, el mismo día en que su padre, el reconocido actor shakespeariano Melchior Hazard, cumple 100 y el propio William Shakespeare celebra una conmemoración más de su nacimiento.
Hijas no reconocidas, adoptadas por Peregrine, hermano gemelo de su progenitor, huérfanas de madre muerta en el lecho de parto, criadas por una abuela, las Chance empiezan su día a la espera de algo emocionante, que ocurre apenas unas horas más tarde, cuando tocan el timbre para entregarles una invitación a la fiesta de cumpleaños del centenario Melchior.
Ali Smith señala, en su prólogo a esta edición, que Niñas sabias es una novela de dualidades. Empezando por la cualidad dual de sus protagonistas, gemelas idénticas, y todos los otros pares de gemelos que forman parte de la familia, y terminando por la dualidad social (las hermanas Chance son, como dice Ali Smith, “del lado malo de una ciudad dual”, y podrían haber quedado en la indigencia, pero se salvaron de milagro, por obra y gracia de abuela y casa).
También hay una cultura que se plantea dual, que contrapone a Shakespeare y al vodevil, al coro y la farándula que fueron el caldo de cultivo de la juventud de Dora y Nora, pero el genio de Angela Carter termina mezclando y deglutiendo toda dicotomía en la argamasa de la enorme digresión a lo Tristram Shandy que constituye la operación central de Niñas sabias, cuyo caos imita el caos de la vida. En esta operación entra casi todo, y la comedia termina por fundirse con la tragedia. Como dice Dora, “la comedia es la tragedia que les pasa a otros”, y las Chance han vivido bastantes años como para contar sus tragedias en términos de comedia, ungidas como están de la sabiduría que da la distancia.
Si en Amici miei el carpe diem de la broma persiste hasta en el lecho de muerte, las hermanas Chance, mucho más entendidas que los machos italianos que protagonizan la película de Mario Monicelli, saben que “no existe nada de vida o muerte, excepto la vida y la muerte”. Dejar algo que perdure tiene un sentido: “Cuando era joven”, escribe Dora, “quería ser efímera, quería el momento, vivir únicamente el glorioso momento, la sangre corriendo por mis venas, el aplauso. Exprimir el día. Comérmelo todo. No hay mañana. Pero ¡anda que no!, vaya si hay mañana, y cuando llega dura un buen rato, os lo aseguro. Pero si has puesto tu pasado en celuloide, perdura”.
Autora, entre otros, de La juguetería mágica, Noches en el circo y La cámara sangrienta, Angela Carter, quien murió prematuramente a los 51 años, en 1992, era feminista y socialista. Como señala Ali Smith en su prólogo, desde su primera novela se esforzó “por desmontar los poderosos engranajes del romanticismo, el deseo, la narrativa dominante y la codificación social, así como los de la propia ficción, para mostrarlos al desnudo ante el lector y enseñarle su funcionamiento”. En este sentido, este es un libro abierto, lleno de referencias, de citas, una historia de amor entre hermanas que vuelven, una a la otra, como quien vuelve al primer amor, en el recuerdo y en la elección de cada día.
Es incierta la paternidad y hasta la maternidad lo es (como quedará claro al final de estas páginas). Es incierto el linaje, como lo es la existencia misma y la hora de la muerte. No nos queda más que vivir con eso, cada día, con el idealismo y su absurda promesa de algo mejor acechando a la vuelta de la esquina. “Espera lo peor, desea lo mejor” es la frase de cabecera de la abuela que las Chance han hecho suya. “Lo que ves es lo que hay. El aquí y el ahora”, escribe Dora.
Y sin embargo, persiste la dicha de cantar y bailar, y quizá, también, vale la pena vivir 75 años para ser por fin visto por los ojos de un padre, aunque ya esté centenario. Niñas sabias no muere en la digresión que es su forma, sino que abre y cierra, condensa lo que expande para terminar haciendo, finalmente, un trayecto que va de la vida a la vida.
Niñas sabias, Angela Carter. Trad. Rubén Martín Giráldez. Editorial Sexto Piso, 280 págs.
Clarin