Wilco, un hechizo infalible en el Poble Espanyol

El Poble Espanyol recibió un año más al festival Alma con Wilco, la banda de Jeff Tweedy y compañía, que repetía escenario en Barcelona cuatro años después, esta vez con Nels Cline sobre el escenario. El guitarrista de Los Ángeles se ausentó de la última actuación de la banda a causa de un repentino positivo de covid, aquella enfermedad que nos iba a hacer mejores, impidiendo que empresarios de tics fascistas llegaran al poder o gobiernos democráticamente elegidos propiciaran genocidios.
Para combatir la desazón por el presente que nos toca vivir, la banda indie country de Chicago propuso un concierto impecable, como es habitual en ella, con detalles preciosistas desde la inicial Company in my back en un concierto que sirvió para presentar, muy de pasada, sus dos últimos trabajos, Cousin y el EP Hot sun cool shroud. Y aunque ambos sonaron anoche, los vericuetos de la actuación, y lo que el público esperaba, se concentró en los primeros trabajos de la banda, con preeminencia de los álbumes A ghost is born, Sky blue sky y, por supuesto, Yankee hotel Foxtrot, demostrando la capacidad para entremezclar géneros de esta formación vinculada al country en sus inicios, herencia de aquellos Uncle Tupelo que, al disolverse, dieron vida a Wilco.
Los primeros discos de la banda protagonizaron un concierto en que Nels Cline ejerció de ‘guitar hero’El clima tórrido de la jornada se resistía a abandonar la plaza mayor del Poble Espanyol, envolviéndola a las 22 horas en un delicado sopor acorde con la actitud expectante del público, entre el que se mezclaban los fans incondicionales de la banda (mayoría) con quienes querían disfrutar de este ambiente de juernes que propicia la ciudad ahora que comienza a vaciarse de vecinos. Unos y otros se dejaron mecer por los pausados ritmos que protagonizan los últimos discos de Wilco, como demostraron con Evicted al poco de comenzar con la última luz del día, antes de que Handshaked drugs diera pie al primer y celebrado solo de Cline arañado de distorsión.
Tweedy pronto se adueñó del escenario con esas pintas de acabar de vestirse para recibir a un desconocido. Le escudaban, además de Cline, John Stirrat al bajo, Glenn Kotche a la batería, Mikale Jorgensen a los teclados y Pat Sansone en el papel de multiinstrumentista. El combinado sonó con la perfección a la que tiene habituada la (ya demostró su nivel en la pasada visita, cuando suplieron entre todos la falta del guitarrista).
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Después de amenazar con revolucionar el rock y pasar años experimentando en varias direcciones, parece asentada en una versión afinada al extremo de conceptos clásicos, ya sea del propio rock, el folk, el pop o el country en mezclas como Side with the seeds –con solo guitar hero de regalo– o la pegadiza melodía de I am trying to break your heart entre trinos y xilófonos de guardería.
Más expectante que participante, el público apenas se dejaba llevar por las tonadas pop de If I ever was a child, la melancólica Jesus etc. o ese monumento a los Beatles que es Hummingbird. Mientras tanto, seguían atentos las elaboraciones complejas de la formación, como el juego progresivo de tres guitarras de Bird without a tail/Base of My Skull, una de las piezas de Cruel Country que todavía sobreviven entre las dos docenas de canciones que componen el setlist habitual de la formación en esta gira.
Impossible Germany fue recibida con una de las pocas ovaciones sonoras, antes de enfrentar un largo solo de guitarra que convirtió la pieza en un crescendo ambiental compensado por la alegre Heavy metal drummer y la cacofónica Spiders (Kidsmoke) con la que Tweedy hizo cantar al público antes de despedirse del escenario. Quedó para los bises la obligada Califorina stars, “no tenemos tiempo para más” dijo Tweedy, y se le notaba sincero aunque después regalaran las rockeras Walken y I Got You (At the end of the century), al despedirse de su enésimo ejercicio de magia musical.
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