Una Ana María Matute desconocida y a todo color

Toda casa de escritor acostumbra a estar repleta de bolígrafos, plumas y tintero, pero no necesariamente de lápices de colores. En la morada de Ana María Matute, una de las voces más personales de la literatura española del siglo XX, se acumulaban las cajas surtidas de la marca Caran D’Ache, “una de sus favoritas”, tal y como recuerda su hijo, Juan Pablo Goicoechea a La Vanguardia . “Cada vez que viajaba, compraba material de la marca más popular del país. Le encantaba todo lo relacionado con la papelería”.
Tanto Goicoechea como María Pilar, la hermana pequeña de la autora de Luciérnagas , fueron los que más disfrutaron de su arte, pues Matute siempre les dedicaba todo tipo de dibujos, manualidades e historietas. Sin embargo, esta es una faceta desconocida para muchos de sus lectores, pues, más allá de una edición ilustrada de Olvidado Rey Gudú , no han trascendido sus dotes artísticas y todo ha quedado en el ámbito privado.
“Los dibujos están repartidos por todos lados, ya que mi madre siempre los regalaba, aunque recuerdo con nitidez el cómic de Pericón , que escribió y dibujó cuando yo tendría unos cinco años; y un ballet ruso que hizo con recortables”. Ambas, además de otras ilustraciones, se podrán ver a partir del 25 de junio en la exposición que se desplegará en la biblioteca Jaume Fuster con motivo del centenario de su nacimiento.

'Pericón', el cómic que Ana María Matute inventó en exclusiva para su hijo Juan Pablo
Archivo Juan Pablo GoicoecheaMaría Paz Ortuño es la comisaria de dicha muestra, que se exhibió con anterioridad en el Instituto Cervantes de Madrid y que permanecerá en la capital catalana hasta el próximo 11 de enero. Días antes del despliegue, mientras acaba de terminar las cajas en la agencia Carmen Balcells para el traslado, muestra a este diario algunas de estas pequeñas artesanías e ilustraciones, que se ven por primera vez en esta exposición, como el autorretrato que se hizo a los catorce años. Con mirada fija, labios carmín y una cabellera que se funde con el entorno, el dibujo, que data de 1946, es uno de los pocos que se conservan de la autora. En sus carpetas también hay mapas que realizaba de algunas novelas y bosquejos realizados con trece años, como el de Tón y su amigo Pín, el criado.

Autorretrato de Ana María Matute a los catorce años
Archivo de Juan Pablo Goicechea“Las ilustraciones le servían para imaginar las escenas y poner cara a sus personajes. En Olvidado Rey Gudú , por ejemplo, tiene retratos de Gudulín o de la Reina Ardid. La imagen le iba muy unida a la palabra”, insiste Ortuño mientras ordena la parte del archivo seleccionada. Destacan cuadernos con algunos de los originales que escribió durante su juventud, como Tormenta.
Tanto este como otros cuentos de la época están escritos a mano y van acompañados de ilustraciones. Algunas de ellas recuerdan a las del artista británico Arthur Rackham, que la escritora bautizó como su “fabricante de sueños”, por los mundos que recreaba y porque influyó en su obra artística y escrita, hasta el punto de copar su imaginario de duendes, gnomos y otros seres fantásticos que acostumbran a habitar los bosques en la ficción. De hecho, su primer cuento, escrito con tan solo cinco años, se titulaba El duende y el niño , y ya demostraba lo claras que tenía las ideas sobre lo que quería escribir.
“El universo mental de Matute estaba casi definido a la edad en que empezó a leer y a escribir”, dijo MoixAsí lo vio también Ana María Moix, quien en el prólogo de la recopilación de sus cuentos de infancia escribe: “El universo mental, y verbal, de Ana María Matute estaba casi definido a la edad en que empezó a leer y a escribir”. Acentúa además su delicadeza por determinados temas a tan temprana edad: “Sorprende cómo la sensibilidad de una niña de cinco años, nacida y educada en el seno de una familia burguesa, económicamente acomodada, está ya marcada por la doliente huella que ha dejado en ella el descubrimiento de la pobreza”.

El mundo del bosque siempre llamó la atención de Ana María Matute
Archivo de Juan Pablo GoicecheaEsa emotividad la conservó hasta el final de sus días, igual que nunca ocultó la niña que llevaba dentro. Al respecto, ya de más mayor, la propia autora escribió: “Solo los adultos que conservan en su interior algo del niño que fueron se salvan de la mediocridad y de la vileza de sentimientos”. Este lema lo expresó tanto en sus escritos como en sus dibujos, que recreaban esos mundos imaginarios que se venían gestando desde su infancia y que, además de Rackham, también tenían mucho de recuerdos de los bosques de Mansilla de la Sierra, en La Rioja, donde pasaba los veranos con sus abuelos.
“Los dibujos le servían para imaginar las escenas y poner cara a sus personajes”, dice OrtuñoEso sí –insiste Ortuño – “que recreara estos universos fantásticos y, también más tarde medievales, y que poblara sus historias de estos seres tan habituales de los cuentos infantiles, no quiere decir que sus novelas lo fueran. Utilizaba todo este imaginario para contar temas más complejos y lo dura que era muchas veces la realidad”.
Más allá de por cuestiones literarias, Matute también dibujaba en su día a día como modo de expresión. Las cartas que enviaba a su madre hablando sobre su bebé a menudo iban acompañadas de retratos del recién nacido, al que llamaba cariñosamente ‘manzanita’. “Algunos de los esbozos, consciente de que el correo podía tardar, imaginaban a Juan Pablo de más mayor. Dibujaba presente y futuro, se atrevía con todo”, según la comisaria.

Ana María Matute enviaba cartas a su madre acompañadas de ilustraciones sobre su bebé
Archivo de Juan Pablo GoicecheaSi bien es cierto que Matute nunca dejó de pintar del todo, cabe decir que hizo un pequeño parón en el mismo periodo en el que dejó de escribir. “Se dedicó más a las manualidades y a las artesanías. Recreaba pueblecitos con todo tipo de materiales”.
En la cafetería barcelonesa El Turia, Matute ganó su primer premio literarioMás allá de los dibujos, la mayoría de ellos desconocidos, Ortuño también muestra a La Vanguardia una revista, Tertulia del Turia , de la que hasta la fecha no había trascendido públicamente el interior pues, entre otras cosas, “existen muy pocos ejemplares”. Uno de ellos, lo conserva ella y se anima a explicar la historia de la publicación, pues “es bastante desconocida”.
“Durante algunos viernes del mes de febrero de 1951, varios intelectuales se reunieron en la antigua cafetería El Turia, en el número 41 de Rambla Catalunya. Estaban, entre otros, Carlos Barral, Juan Goytisolo, John Richardson o Fernando Fernán Gómez, además de Ana María. Cada uno tenía que presentar ante los demás un cuento, un poema o una obra de teatro. El ganador, se llevaría 15 pesetas, pues, para participar, cada uno ponía una peseta. La ganadora fue Matute con el cuento No hacer nada . El segundo fue Goytisolo con el cuento El ladrón .

Revista 'Tertulia del Turia¡, que recoge el primer premio literario que ganó Ana María Matute
Àlex GarciaAunque simbólico, este fue el primer premio que Matute se llevó. “A partir de entonces empezó a ganarlo todo. El Nadal, el Nacional de Narrativa... y, en una etapa posterior, otros como el Ciutat de Barcelona o el Cervantes”, recuerda Ortuño mientras muestra una libreta con el texto manuscrito de Pequeño teatro , que se llevó el premio Planeta en 1954.
“Ella lo tenía escrito de mucho antes. Lo presentó a la revista Destino y le pidieron que lo pasara a máquina. Cuando lo leyeron, vieron que había talento, pero no se atrevieron todavía a publicarlo, pues querían antes darla a conocer. Empezó así a escribir una sección semanal en la revista y el primer relato fue El chico de al lado . Fue corriendo al kiosco a comprar varios ejemplares. Era la primera vez que veía su nombre impreso en una publicación de este calibre y la ilusión era máxima. Tiempo después, a sus veintiún años. llegó su primera novela, Los Abel , que fue considerada como una revelación literaria y que recibió una mención especial en el premio Nadal de 1947. Una escritora acababa de nacer y su estela perdura todavía hoy”.
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