Mathieu Kassovitz, 30 años después de 'El odio': "Si no tuviéramos problemas con la policía, la película no existiría hoy"
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En el año 2001, momento en el que la película Amélie (J.P. Jeunet) se convirtió en un fenómeno internacional, el mundo solo tenía ojos para la actriz Audrey Tautou. A su lado en la historia, sin embargo, se encontraba el enamoradizo personaje de Nino, un rostro menos popularizado, pero que ya había hecho sus pinitos más allá de la actuación. Por aquella época, Mathieu Kassovitz (París, 1967) ya había deslumbrado a la crítica y el público con su furiosa segunda película, El odio (1995), el relato de las veinticuatro horas en la vida de tres jóvenes en un barrio marginal y violento de París.
Un todavía desconocido Vincent Cassel homenajeaba a Robert De Niro en Taxi Driver (M. Scorsese, 1976), y su gesto de la pistola hecha con la mano frente al espejo se convirtió en una de las imágenes más icónicas del cine contemporáneo. En la película de Kassovitz, interpretó a un muchacho judío, que pasa el día dando tumbos por su barrio de mala muerte, en compañía de Hubert (Hubert Koundé) y Saïd (Saïd Taghmaoui), tres amigos de diferentes procedencias culturales, pero con un factor en común: la supervivencia como hijos de inmigrantes en la sociedad que les arrastra hacia el tráfico de drogas, la delincuencia y la persecución policial.
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De todo esto hace ya 30 años, pero tras sucesos históricos como la muerte de George Floyd o de Breonna Taylor, la llegada de Le Pen o incluso las recientes persecuciones de facciones de la extrema derecha en Torre-Pacheco, la obra se mantiene fresca, como si el tiempo apenas hubiese pasado por ella. "Es una reacción a lo que pasó en ese momento, ya sabes, lo que pasó con ese chico que fue asesinado en la comisaría, y simplemente quería contar esa historia", comenta Kassovitz para El Confidencial, refiriéndose a Makome M’Bowole, el chico de 17 años que murió de un disparo en la cabeza en 1993, estando detenido en una comisaría de París.
No es que la historia se repita, sino que quizás la vida no haya cambiado tanto. Por este motivo, la plataforma de streaming Filmin ha encontrado relevante conmemorar El odio con una remasterización de su impecable blanco y negro, con un pase especial en el Atlàntida Mallorca Film Fest el pasado 30 de julio, y con su incorporación al catálogo de la plataforma de vídeo bajo demanda (VOD) a partir del 1 de agosto. Toda una celebración para una película arriesgada, que no le tembló el dedo al señalar las grietas que cuarteaban el sistema púnico francés: "Es una película política, así que todo gira en torno a la política. Si ya no tuviéramos problemas con la policía, la película no existiría hoy", reflexiona el cineasta.
Un suburbio, miles de historiasA pesar de la seriedad del asunto, Kassovitz no evita dotar a sus personajes cierta simpatía en sus divertidos diálogos, así como a la narración de un formalismo experimental propio de la ansiedad juvenil por contar una historia de manera diferente. Los travellings, los zooms que juegan con la profundidad de campo y los irónicos chistes entre los colegas, forman parte de un mismo juego por el que los espectadores no pueden dejar de empatizar con esos tres perros callejeros, habitantes de los márgenes.
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Kassovitz jugaba con la sutilidad de sus inspiraciones: el reconocible Scorsese de los años 70 aparece desde los primeros minutos del filme. "Te inspiras viendo películas de otros directores. Claro, hay un guiño sobre Scorsese, pero hay muchas obras de otros directores que usé en esta película", declara enigmático el cineasta, sin profundizar demasiado. Lo que sí podría afirmarse es que El odio no solo ha bebido de su pasado y el contexto de su época, sino que también ha servido de base para realizadores posteriores, que han cogido su testigo para seguir contando aquello que pasaba en los barrios parisinos alos que el turismo no llega.
"Hay muchos temas que se pueden abordar en los suburbios parisinos", dicta Kassovitz, "Hay muchas películas de diferentes directores sobre el proyecto, sobre la juventud en Francia, y todas tienen un enfoque diferente: historias de amor, películas de acción, de todo. Así que yo hago eso, pero otras personas hacen otras cosas". El guionista y director Ladj Ly, con Los miserables (2019) y Los indeseables (2023), bien podría ser su discípulo más directo, al ilustrar, en una clave más contemporánea y con una cámara frenética, las tensiones en torno a las cargas policiales sobre personas emigradas.
Después de diez años sin afrontar un nuevo proyecto como director, Kassovitz, en aquel persistente gusto por probar géneros diferentes, ha regresado tras las cámaras para la película The Big War (pendiente de título en español), adaptación para todos los públicos de la novela gráfica de Calvo, Victor Dancette y Jacques Zimmermann sobre la Segunda Guerra Mundial. "Es una película en vivo con animales digitales, y es una reflexión sobre nuestra humanidad a través de aquella gran guerra", ha descrito el realizador, admitiendo que, en cierta manera, también será una obra conectada a la situación geopolítica.
Además de Jean-Pierre Jeunet, Kassovitz, hijo de padres cineastas, ha tenido la suerte de trabajar con grandes directores internacionales, como Michael Haneke, Steven Soderbergh, Steven Spielberg, Costa-Gavras, Jacques Audiard o Luc Besson. El cine corre naturalmente por sus venas, y aunque últimamente ha estado ocupado con su faceta como actor, su regreso como director era cuestión de tiempo: "No lo echaba de menos, si no, habría hecho una película, pero encontrar el momento y el tema adecuados lleva tiempo". A sus 57 años, Kassovitz sigue caminando con premeditación, pero sin abandonar esa joie de vivre cinematográfica.
El Confidencial