Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Spain

Down Icon

La venganza de los obreros de La Canadenca

La venganza de los obreros de La Canadenca

“Hoy ha sido un mal día, pero todo se ha acabado”. La noche del domingo 19 de julio de 1936, Albert Hamilton escribe a sus hermanas desde una pensión de la calle Sant Elies, 34, en el barrio de Sant Gervasi de Barcelona. En el convento de las clarisas que tiene delante ya no quedan monjas. Han huido. Se han escondido. Bertie, uno de los directivos británicos de la Barcelona Traction Light and Power Company, La Canadenca, es testigo de excepción del inicio de la Guerra Civil.

“Por la mañana, a las cinco y media, he oído muchos tiros y he descubierto por teléfono que parte del ejército se había sublevado. Todo el día los tiros se han escuchado intermitentemente y, en ocasiones, de forma muy violenta. Hacia las ocho de la noche, se ha anunciado por la radio que la revuelta había sido chafada y que el ejército se había rendido. Temo que las bajas por ambos bandos sean más graves que las de los disturbios de octubre de 1934”.

A partir de este momento, Bertie recogerá el impacto de los acontecimientos en su empresa en una decena de cartas familiares inéditas que La Vanguardia ha localizado en la Biblioteca Nacional de Irlanda. Del joven inglés, originario del condado de Surrey, tenemos poca información. Era parte de una estirpe acomodada de raíces irlandesas, los Hamilton de Hamwood, con ramificaciones familiares en Canadá.

Horizontal

Escrito de Albert Hamilton, testimonio de La Canadenca

REDACCIÓN / Otras Fuentes

“Nunca se ha planteado la cuestión de interrumpir el suministro eléctrico y nuestros hombres han seguido trabajando con normalidad”. El británico no se fía de las noticias de la radio, pero le parece que la situación se ha controlado. “La Guerra Civil es una cosa terrible. Risa trágica, bromas y seguir como si nada, escuchando música por la radio y los gramófonos, mientras con la otra oreja se oían las bombas y las ametralladoras”.

La madrugada del lunes los tiros vuelven. Con todo, Bertie va al trabajo. Sin transporte, camina hasta el edificio de las Tres Xemeneies, en el Paral·lel. Tarda una hora y media, el doble de lo habitual, “teniendo que dar vuelta para evitar masas quemando iglesias y conventos”. Ve quemar seis. El de Sant Elies no lo han tocado. Lo ha tomado la CNT-FAI para convertirlo en una tétrica prisión. “Coches y camiones requisados llenos de civiles armados deambulan arriba y abajo y, cuando pasan, todo el mundo alza el puño cerrado, señal habitual del Frente Popular”.

El testimonio de Hamilton demuestra que la incautación, colectivización y autogestión de la compañía empezó al día siguiente del alzamiento y no a finales de julio

Al pasar por barrios obreros, teme que su vestimenta “burguesa” lo perjudique, pero no lo detienen. Al llegar a La Canadenca, el servicio funciona y los trabajadores están en su sitio. El testimonio de Hamilton demuestra que la incautación, colectivización y autogestión de la compañía empezó al día siguiente del alzamiento rebelde y no a finales de julio, como se creía. Ni siquiera se acató la petición de la propia CNT de que se respetaran las 90 empresas británicas, de entre las que La Canadenca era la principal.

En el trabajo, le sorprende el asalto de las fuerzas republicanas al cuartel de las Atarazanas para recuperarlo de los militares rebeldes. Está a 500 metros. Un proyectil cae en el depósito de carbón justo delante de su oficina, pero no explota. Otro agrieta un trozo de una chimenea de la fábrica.

Un camión de civiles armados fue a detener a Fraser Lawton, director gerente de La Canadenca, quien como gerente se enfrentó a los trabajadores en la huelga de 1919

La noche del lunes se produce “el único incidente desagradable que conozco”. Se trata de un episodio hasta ahora desconocido. “Un camión lleno de civiles armados fue a detener al señor Fraser Lawton”. El director gerente de La Canadenca era un viejo conocido de los trabajadores de la empresa. Fue él quien, como gerente, se les enfrentó durante la famosa huelga de 1919. Entonces, la presión sindical y un mes y medio de huelga logró la jornada de ocho horas. Pero al inglés no lo olvidaron. En medio de la tensión, sin embargo, su secretario “se encontró con los hombres y les dijo que Lawton era británico, así que se retiraron y se marcharon”. El directivo salvó la vida por muy poco. No tardó en huir de Barcelona.

El martes por la mañana, “más civiles habían sido armados con armas tomadas a los rebeldes y disparaban desde tejados donde aún quedaban grupos aislados de fascistas que hacían de francotiradores”. En los edificios aparecieron banderas blancas. Bertie no se movió de la pensión y llamó a la empresa para comprobar que el servicio funcionaba. En los días siguientes, contribuyó por teléfono a localizar británicos para evacuarlos. Un par de automóviles con unas letras grandes –“British Consulate”– custodiados por la policía los llevaban al barco de guerra HMS London. En julio, dejarían la ciudad medio millar de británicos y quedarían aún unos doscientos. El papel del consulado lo han explicado Arnau González Vilalta, Josep Puigsech y Enric Ucelay-Da Cal en Nuestro hombre en Barcelona. La mirada británica ante la España republicana y en la guerra a través del cónsul Norman King, 1931-1939 (2025).

La Generalitat tomó el control de La Canadenca y los empleados de Albert Hamilton le recibieron armados, con “amabilidad y respeto”

En paralelo, la Generalitat de Catalunya asumió oficialmente el control de La Canadenca. “Una píldora bien amarga” para Bertie, que el viernes 24 de julio volvió a la oficina con temor. Sus hombres lo recibieron armados, con “amabilidad y respeto”, pero no osó salir del despacho. El comité de empleados que se había hecho cargo de la gestión le notificó que para trabajar había que afiliarse a un sindicato. El británico escogió el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria, sin saber bien que era.

“Mis subordinados parecen sinceramente contentos de verme por el puesto”, pero Hamilton estaba descolocado por la autoridad perdida. Eso le condicionó y, al empezar en agosto, depositó, como otros compañeros, parte de su equipaje en el Club Náutico por si había que huir de inmediato. En La Canadenca, “la atmósfera es desagradable, aunque la actitud de los trabajadores que me cruzo en el trabajo es correcta. Ellos mismos gestionan la situación y aseguran que todo siga funcionando”.

Arrinconado, Hamilton abandonó Barcelona, aunque desconocemos el momento exacto. Aficionado a la ornitología, al marcharse dejó casi un centenar de pájaros en la pensión, además de un preciado gramófono. A finales de mayo de 1938, se hallaba en Guildford, en el sur de Londres con la familia. Sin embargo, deseaba la victoria del ejército rebelde para volver. Entonces Lleida ya había caído, pero consideraba que Franco había perdido terreno en Catalunya. “Mussolini se asegurará que gane, pero los catalanes han recibido una gran cantidad de material de guerra a través de Francia, y eso seguramente alargará la guerra”.

Lo preocupaba sobre todo que se generara “sentimiento antibritánico” y que eso le dificultara reanudar su vida. Los compatriotas que permanecían en Barcelona lo informaban. El personal de su pensión mantenía vivas las aves. “¡No puedo imaginar cómo hacen para alimentarlos en estos tiempos!”. También le decían que los bombardeos aéreos ya era “parte de la rutina diaria”. Mientras tanto, Bertie intentó obtener un permiso del gobierno franquista para ir a Zaragoza a trabajar en la filial Riegos y Fuerzas del Ebro.

”¿Conseguirá Franco ocupar Barcelona? Creo que sí. La gente ahí está en una situación terrible y dudo que puedan resistir muchos meses”

Aquel otoño viajó por la Bretaña francesa y la región de Auvernia. A finales de octubre recibió el permiso. ¿“Conseguirá Franco ocupar Barcelona? Creo que sí. La gente ahí está en una situación terrible y dudo que puedan resistir muchos meses”. Los rebeldes entraron en la ciudad a finales de enero de 1939. En febrero, Bertie llegó a Zaragoza y en marzo volvió a Barcelona. “El trabajo avanza a buen ritmo, como antes de la guerra”. Recuperó una treintena de pájaros, entre los cuales “algunos bastante caros, como estorninos de cola larga de Bohemia de color precioso, algunas estrildas azules y otros”. Y también el gramófono.

Al ver el convento de Sant Elies se estremeció. Era una checa del Servicio de Inteligencia Militar comunista. “Ha adquirido una reputación muy siniestra por el trato que dieron a los pobres desgraciados ahí encarcelados. Es imposible imaginarse, desde casa, cuánto de mal han ido las cosas aquí bajo el Terror Rojo. Hace falta venir, verlo y hablar con colegas”. Poco a poco, la colonia británica se repuso. “Ahora todos sonríen y hacen una recuperación admirable de sus penurias y terrores”. Media docena de directivos británicos de La Canadenca habían vuelto, pero durante la guerra se había asesinado “a sangre fría” a tres hombres de su departamento. En otros departamentos también, pero desconocía la cifra. “¡Qué tragedia!”, concluyó Hamilton.

lavanguardia

lavanguardia

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow