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Julieth Restrepo: 'No sabía que uno pudiera caerse tanto ni levantarse tantas veces'; esta es su entrevista en la revista BOCAS

Julieth Restrepo: 'No sabía que uno pudiera caerse tanto ni levantarse tantas veces'; esta es su entrevista en la revista BOCAS
Julieth Restrepo estudió en el Colegio Eucarístico de La Milagrosa, al lado del barrio Pablo Escobar. Su papá era taxista y su mamá era una secretaria que se ganaba unos pesos extra vendiendo morcillas o palitos de queso. Hace 10 años, en el mejor momento de su carrera en Colombia, decidió dejar atrás todo y radicarse en Los Ángeles, sin contactos y sin hablar inglés. La mayoría le auguró un rotundo fracaso, pero Julieth Restrepo no conoce esa palabra. Fue niñera, actuó en cortos universitarios y no se dejó vencer por la ciudad. Ahora tiene uno de los papeles principales en la serie The Residence, de Netflix, creada por una de las mujeres más respetadas de la industria en los Estados Unidos. Esta es su historia en la Revista BOCAS.
En el jardín de su casa, en las afueras de Los Ángeles, Julieth Restrepo bebe un sorbo de limonada y, sin perder de vista a Lucía, su hija de dos años y medio, se abanica tratando de espantar el sopor que le producen los agobiantes calores de estos días de verano. Entre griticos y risas, la niña pasa las páginas de un colorido libro con entrevistas y fotos de personajes colombianos que le regalaron hace un mes, cuando viajó a Colombia durante semana y media.

Julieth Restrepo está en la nueva portada de la Revista BOCAS. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Estuvo en Bogotá, Cali y Medellín para promocionar su participación en la serie The Residence, producción de ocho capítulos de una hora, para Netflix, que la inserta por la puerta grande en la industria televisiva gringa. Rodada totalmente en inglés, con la productora Shonda Rhimes al mando —la mujer más poderosa del medio audiovisual en la actualidad (creadora de Grey’s Anatomy, Escándalo, How to Get Away to Murder y Bridgerton, entre muchos éxitos más)—, la actriz paisa es Elsyie Chayle, el ama de llaves de la Casa Blanca.
Esta comedia dramática y de misterio en la que una detective trata de resolver un asesinato ejecutado durante una cena de Estado, le ha permitido a la colombiana compartir set con estrellas como Uzo Aduba (Orange Is the New Black), Giancarlo Esposito (Breaking Bad), Kylie Minogue, Susan Kelechi Watson (This Is Us) y el recientemente fallecido Julian McMahon (murió el 2 de julio, fue conocido por protagonizar Nip/Tuck).
En su visita también fue a San Andrés y estrenó el corto Rodrigo Branquias, una historia infantil que produjo y que se rodó en la isla con talento nativo, entre ellos los sanandresanos Majida Issa, Laura Archbold y Jiggy Drama. El relato, de 16 minutos, anda de periplo por festivales especializados en realizaciones para niños y adolescentes, como el Com Kids (Brasil), Pacific Rim (Canadá), La Matatena (México), First Kids (California) y Príncipe de los Páramos (Bogotá).

"Los primeros tiempos fui niñera y trabajé en cortos estudiantiles". Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Julieth se permite el asombro al relatar cada uno de sus pasos y no sufre de falsa modestia, pues nadie más que ella y su círculo cercano conocen sus cuitas. Señala entonces el afiche de Loving Pablo (2018), la película protagonizada por Javier Bardem y Penélope Cruz donde encarnó a la esposa de Pablo Escobar. Allí están las firmas de ambos y una dedicatoria: “Con él tuve más tiempo para conversar. Con ella, recuerdo una de esas escenas surrealistas en que un día estoy viendo Volver y al otro estamos en la piscina del hotel en Girardot, hablando de lo que significa tener hijos y del oficio. Ella, hermosa, en vestido de baño rojo, mientras Javier hacía carreras en el agua con los otros”.
La mañana de nuestra charla le dio un beso de despedida a su esposo, el compositor y editor de música para cine y TV Sebastián Zuleta (ha trabajado en cintas como Una chihuahua de Beverly Hills, Wish, Encanto y Moana 2), y luego soltó un recordatorio: “Ya casi es 6 de agosto”. Un torbellino de imágenes los invadió: casi 10 años desde que empacó dos maletas rumbo a una ciudad desconocida, con poco dominio del inglés, con total seguridad de lo que quería y la incertidumbre de cómo lograrlo. Aterrizó en la madrugada y, al día siguiente, sus amigos Felipe Orozco y Sara Millán (director y directora artística de Al final del espectro, su primera película en el 2006) la invitaron a tardear al LACMA, el museo de arte que todos los viernes del verano tiene conciertos gratuitos de jazz.

Julieth Restrepo. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Erika, su hermana menor, es psicóloga. Fernando, su papá, lleva más de 40 años sin tomarse un trago y como taxista nunca la dejó coger un bus, y Sol María, su mamá —contagiada con esa emoción que aprendió a reconocer en su hija— decidió ceder al impulso que guardaba en secreto y se metió a estudiar teatro hace siete años.
Dos años antes de desarmar su vida en Bogotá y con la complicidad de su mánager, María Clara López, comenzó a imaginarse haciendo carrera en EE. UU. En el 2015, acabando de protagonizar la serie sobre la vida de la madre Laura, ya le había entregado a su mamá tres premios TVyNovelas ganados por las dos temporadas de A mano limpia y Comando élite, y un Macondo por la película Estrella del Sur. Ella los instaló en ese santuario en que ha convertido la habitación de Julieth en el apartamento que les regaló hace unos años, cumpliendo la promesa de que lo primero que haría con su trabajo actoral sería darles casa. El cuarto está repleto de afiches, portadas de revistas y periódicos que atestiguan 20 años de carrera.
Ya estando en Los Ángeles, se alzaría con el India Catalina por su protagónico como la santa paisa y otro Macondo por La semilla del silencio. A finales del año pasado volvió para rodar la cinta Estimados señores, donde dio vida a Esmeralda Arboleda, la más importante de las sufragistas que lograron el reconocimiento del derecho al voto femenino hace 70 años.

Julieth Restrepo lleva 20 años de carrera y tiene una historia personal de película. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

El 6 de agosto seguramente recordará el atardecer de mayo de 2015 en las playas de Cancún, cuando tomaba el sol y remojaba sus pies en el mar durante un descanso de las sesiones de fotos para una revista que había llevado a varios personajes para hacer portadas. Estaba sentada conversando con Verónica Orozco, la mismísima Vainilla de Oki Doki que la hizo madrugar durante la infancia. Le contó que en pocas semanas se lanzaría al viaje que algunos temerosos llamaban un salto al vacío. “No lo dudes”, le dijo.
Actualmente toma clases de actuación con Nancy Banks, maestra de Margot Robbie, Matt Bomer, Chris Pine, Channing Tatum, Forest Whitaker, Emma Stone, Rachel McAdams, Lily Collins, Michelle Pfeiffer, Jennifer Aniston y Ariana Grande, entre otros.
Cuando tuvo a Lucía quería poner en pausa su carrera por un tiempo. Le llegó el casting para The Residence. María Clara la persuadió de preparar las cinco escenas. Una tarde, conduciendo por la ciudad y llevando en el asiento trasero a la niña de dos meses y medio, la llamaron. El personaje era suyo. Lloró de felicidad tratando de manejar con calma. Dicen por ahí que los hijos vienen con el pan debajo del brazo.
¿Cuándo comenzó a actuar?
A los ocho, con el pelo cortado al fatal estilo hongo, representé a Cristóbal Colón en el colegio. A los once, con música de Carmina Burana, arrastrando cadenas y en un profundo lamento para reflejar el sufrimiento de los secuestrados, realicé un performance durante el recreo. Las monjas y todas lloraban. Me sentí muy bien al saber que estaba generando eso. Tenía doce cuando unas compañeras montaron El sueño de una noche de verano y se me instaló la certeza de querer dedicarme a eso. Mi prima Natalia me dijo: “¿No estás cansada de hacer el ridículo?”. Menos mal no le hice caso.
En esa época su familia pasaba por varias afugias económicas, ¿cómo pagó las clases de teatro en la Universidad de Antioquia?
Mis tíos Edilma y Ricardo, que trabajaban allá, me contaron de los cursos. Les pedí prestados los 100.000 pesos que costaba el semestre y mi papá me llevó desde los trece cada sábado a las clases. Clandestinamente vendí dulces en el colegio, hacía trabajos artísticos, sinopsis de libros y hasta cartas de amor con poemas y diseños en escarcha para los novios de mis compañeras. Cuando fui a saldar la deuda, mis tíos me dijeron que lo guardara para la siguiente matrícula. Siempre fui imparable, me metí a los scouts y fui su reina. A los catorce trabajé como reporterita en Solo para adolescentes, un programa de Teleantioquia. Me pusieron a hacer dos entrevistas y al otro día que llegué al colegio ya era la estrella. Cuando me gradué, me presenté varias veces a la de Antioquia y no pasé. Me inscribí a clases en el Teatro Popular de Medellín (TPM), trabajé como asistente de fotografía para carnés de colegio, comencé a estudiar inglés y fui vendedora en un almacén de ropa.
¿De dónde viene lo recursiva?
En la carencia se encuentra la solución. A mis papás siempre los vi vender muchas cosas. Mamá, en medio de su trabajo, ofrecía morcilla, empanadas y palitos de queso. Los sábados íbamos al coliseo de la cooperativa donde trabajaba y vendíamos sánduches y jugos.
Es como mágico que la vida le haya dado un vuelco después de ver un anuncio en un poste de la luz…
Salía de clase en el TPM cuando vi el anuncio. Era para la película de terror Al final del espectro. Me presenté y a los días me anunciaron que quedé. Grité como loca. Pero la emoción se transformó en muchas noches de llanto, pues nada que timbraba el teléfono para comenzar rodaje. Pasó un año y yo veía desvanecerse la esperanza. Tenía 18 años cuando mis papás me llevaron al aeropuerto para montar por primera vez en un avión porque la película se iba a filmar en Bogotá.

"Tenía 18 años cuando mis papás me llevaron al aeropuerto para montar por primera vez en un avión" Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

¿Cómo se sostuvo en Bogotá?
Hice tarjetas de Navidad, pinté camisetas para niños. Fui asistente de vestuario para comerciales y actué en varios, tomé clases con Victoria Hernández —que decidió no cobrarme, pues sabía que no tenía plata—, fui doble de Adriana Arango en la película Te amo Ana Elisa y comenzó a aparecer trabajo en muchas producciones.
¿Ha pensado en algún proyecto actoral con su mamá?
Quiero dirigir y que mi próximo trabajo sea protagonizado por ella. En muchas de las historias que escribo, es la protagonista. La lección que me ha dado con su decisión de estudiar teatro siendo mayor es que uno nunca deja de aprender, de crear, de hacer. Ya ha actuado en diez obras. Está aprendiendo inglés y toma clases para bailar porro. Cuando sea mayor, quiero ser así.
¿Qué significó ser la hija del taxista?
La constatación de que nos iba regular económicamente en la casa. Mis amigas tenían papás ingenieros, abogados, con horarios. También significó que no aprendiera a moverme en Medellín. Me pierdo, pues él nos llevaba en el carro a todas partes. Y representó miedo en la época de Pablo Escobar. Solo sentíamos alivio cuando escuchábamos el sonido de las llaves al llegar.
¿Qué piensa de esa Medellín que glorifica a Pablo Escobar, vende visitas a su casa convertida en museo y cuenta sus fechorías como hazañas?
Me entristece. Eso nace de la ignorancia. Tuve amigas en el colegio que vivían en el barrio Pablo Escobar y conocí gente que le agradecía por lo que les dio, sin ver todo el contexto. Como actriz que pude hacer Loving Pablo, Noticia de un secuestro y Griselda, agradezco que se cuenten esas historias, pues es una manera para que mucha gente entienda el daño que hacen a la ciudad con esa glorificación. Defiendo las producciones y siento que se pueden hacer, pero con un propósito claro de no rendir homenaje a los asesinos, sino en favor de las víctimas.
Su papá tiene una historia muy fuerte, de cuando se escapó de la casa huyendo de los malos tratos y siendo adolescente vivió en la calle, fue indigente y hasta le tocó robar para comer…
Tengo mucha admiración por su proceso, las batallas que ha librado y su resiliencia; por cómo se ha repuesto de sus adicciones. Mi papá es (se le corta la voz y solloza)… es mi héroe y mi talón de Aquiles. A través de él he comprobado que no hay circunstancia de la que no se pueda salir. Nunca lo he visto borracho, pues el 3 de mayo pasado cumplió 44 años sin tomarse un trago. Ha sido muy importante tener en mi vida el recuerdo de verlo ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Me ha dado fuerza ese proceso de un adicto, de la recuperación, esa capacidad de hablar desde el dolor. Y eso de ‘un día a la vez’ se me convirtió en mi mantra.
¿No hubo reproches en algún momento?
Haber sido proveedora en la casa por tanto tiempo me puso en una posición de muy papá de mis papás. Nos volvimos muy amigos gracias a las decisiones que he tomado. Él siempre ha sido mi primera llamada cuando me han roto el corazón. Mis papás han hecho lo mejor que han podido con lo que tenían.
Trabajó duro para darles la casa…
Me radiqué en Bogotá en el 2006. Durante ocho años no me fui de vacaciones. Mi meta era comprarles la casa. Terminé la primera temporada de A mano limpia, presenté casting para La promesa, mi primer protagónico, y comiendo en Mondongos, en Medellín, les dije “comiencen a buscar porque me voy a ganar ese personaje y podré dar la primera cuota para la casa”. Mi mánager me ayudó a organizarme financieramente. Me enseñó a guardar mensualmente el 30 por ciento de lo que recibía. A los 24, con la segunda temporada de A mano limpia, terminé de pagarles el apartamento.
¿Cómo les contó la noticia?
Los llamé muy feliz y les dije que iba a dar la última cuota. Mi papá no respondió, estaba como neutro. Me sorprendió. A los días me confesó que era adicto al juego e iba a comenzar su recuperación. Me ofreció disculpas. Fue un momento muy difícil para la familia, pero también un acto de valentía que le ayudó a reaccionar frente a lo que estaba pasando en su vida. Por eso, cuando me preguntan “¿por qué no te rindes?” solo respondo “¡No tengo excusa!”.
Repite y aplica mucho el verbo soñar…
En el Home de la web de nuestra productora dice: “Cada vez que seguimos un sueño, queremos inspirar a alguien más a perseguir el suyo”. Creo que el poder de una decisión no se puede subestimar. Cuando miro al pasado pienso en la niña nacida el 19 de diciembre de 1986 en Medellín, a la que le enseñaron a soñar, que pintaba globos en el aire, vivía en el barrio El Salvador, estudió en el Colegio Eucarístico de La Milagrosa, al lado del barrio Pablo Escobar, con papá taxista y mamá secretaria.
¿Qué es eso de los espasmos del sollozo que sufría de niña?
Hasta los cuatro años, no podía llorar. Si algo me daba rabia, quedaba como congelada, seca, sin respirar y me iba poniendo azul desde la raíz del pelo hasta los dedos de los pies. Me untaban alcohol y me daban unos golpecitos con ramas de verbena para volver en mí. Mi mamá cuenta que cuando tenía siete meses de embarazo se antojó de carne asada con chocolate a medianoche. Salió con mi papá en el taxi y pasó un tipo disparando. No pudo llorar del susto y dicen que yo nací con esa condición.
Pero más grandecita se volvió la más llorona…
(Risas) Mi mamá dice que lloramos imaginándonos que vamos a llorar. Ha sido mi manera de sacar mi frustración, mi cansancio. Llorar es un escape. Nunca me ha dado miedo ser vulnerable.
¿De dónde nació la fascinación por contar historias?
Tenía las paredes de la habitación que compartía con mi hermana llenas de papelitos con frases de películas y libros, citas inspiradoras y muchas fotos. Los sábados nos levantábamos a las seis de la mañana para ver Oki Doki y Los cuentos de los hermanos Grimm, con un vaso de leche en polvo con azúcar y Milo. Eso que había al otro lado de la pantalla me generaba un sentimiento que por desconocido era incapaz de definir. Amaba Me llaman Lolita, quería ser Carla Giraldo. Me hacía los crespitos y me ponía mis estrellas en la cara. Cuando salió Las Juanas, compré las chanclas que usaban. Adoraba a Angie Cepeda y no puedo creer que ahora seamos amigas.
¿Por qué se fue de Colombia en su mejor momento actoral?
Mi mamá tiene enmarcada la portada de una revista y el título es ‘Julieth Restrepo, en todo’. Tenía al aire tres proyectos simultáneos cuando decidí irme: A mano limpia, Comando élite y La promesa, además de dos películas. Me siento orgullosa de las decisiones que he tomado. Me encanta mirar atrás y decir “sí, un día me fui de Colombia, en el mejor momento de mi carrera y dejé las puertas abiertas”.

Julieth Restrepo confiesa que partió a EE. UU. sin visa de trabajo y sin saber inglés. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Soy sagitario, como mi mamá. Arranqué sin tener trabajo en Estados Unidos ni visa para conseguirlo. Cuando fui a tomar mi primera clase, mi cuerpo se apagó y no me salió la voz. Era con Deborah Aquila, la directora de casting de La La Land. Entendí que mi sueño era más grande de lo que imaginé y el reto, mayor de lo pensado.
¿Cómo salió del atolladero?
Preguntándome una y otra vez “¿A qué viniste?”. Aislinn Derbez estaba en Los Ángeles. Nos conocimos haciendo La promesa (2013). Ella me advirtió: “Estarás como año y medio sin trabajo; se necesita paciencia y aprender a esperar”. Lo que no sabía es que realmente era el máster en paciencia, pues pasaron cinco años antes de hacer mi primera película, pequeña e independiente (25 centavos por minuto, en el 2020).
La familia Derbez ha sido muy importante. Eugenio me lo dijo: “Acuérdate de que nadie hará nada por ti. Y si no lo luchas, no te llegará. Vas a tener un equipo, una mánager, un publicista, abogado… pero si no sales a buscar y no le apuntas al sueño, si no trabajas por él, no lo vas a conseguir”. Salma Hayek le dio ese consejo cuando llegó a EE. UU. Los primeros tiempos fui niñera, asistente personal de varias señoras, trabajé en cortos estudiantiles donde recibía 10 dólares de pago al día y presenté cientos de audiciones cuando ya tuve el permiso.
La razón de irme fue crecer como actriz. Cuando empecé a recibir los rechazos, que han sido innumerables, me encontré con mi lado oscuro. Dudé de mi talento y en medio de lágrimas entendí que tenía que persistir, que quería ser actriz y no una figura del espectáculo.
Varios lo han intentado: Amparo Grisales, Marlon Moreno, Paola Turbay hizo Cane en horario estelar y hasta apareció en Californication, pero se devolvieron...
Tenía un médico ayurveda al que le lloraba. Me dijo: “Solo con irte ya no te estás frustrando. Así te devuelvas en un mes, lograste chequear ese sueño”. Por esos días audicioné para un proyecto en Bogotá y quedé. El productor se puso furioso porque le conté que me iba para Los Ángeles. Le dijo a mi mánager que en unos años volvería, pues iba a fracasar, como los demás.
¿Cómo conoció a Sebastián?
Eran las tres de la tarde del 7 de agosto del 2015. ‘Sebas’ pasó al LACMA con su hermano para saludar a mis amigos. Yo tenía jet lag, estaba abrumada y fui superantipática. Usaba gafas oscuras y a duras penas le volié la mano cuando me lo presentaron. Solo intercambiamos redes y nos fuimos haciendo amigos, yendo a cine y conversando. Al poco tiempo terminé con el novio de cinco años que había dejado en Bogotá, y él se olvidó de la muchacha de Medellín a la que estaba conociendo virtualmente. Pasaron nueve meses antes de mirarnos con otros ojos.
¿Qué tan real es el glamur de Hollywood?
Lo he vivido con probaditas, promocionando proyectos. El año pasado fui con mi esposo a la fiesta de Netflix en los SAG. Vi a Jennifer Aniston, Sofía Vergara, Bradley Cooper, Lady Gaga, todo el que uno pudiera imaginar. Soy como fan enamorada frente a ellos, y debo recordar que son personas comunes y corrientes, que tienen inseguridades y luchas.
Para el lanzamiento de Loving Pablo estaba recién desempacada en Los Ángeles…
Tramitaba mi residencia, no podía audicionar ni salir del país. Tuve mi gran noche con vestido verde de lentejuelas, fotos con Bardem y Penélope, Peter Sarsgaard, Édgar Ramírez, revistas, coctel. Al otro día estaba niñeriando a las 7 de la mañana, cuidando a la bebé con la que trabajaba. Ese también es el sueño de Hollywood. Te frustrarías si no lo entiendes.
¿Qué otras estrellas ha conocido?
A Rachel McAdams y Mark Ruffalo en un screening, y me tomé foto con ellos. Mi esposo ha trabajado con Tom Hanks, el director J. J. Abrams, el compositor Frank Zimmermann y Pharrell Williams. Un día iba caminando para una audición, a mi lado estaba Sally Hawkins (La forma del agua). La miré unos segundos como idiota, me sonrió, cruzamos juntas cuando cambió el semáforo. No fui capaz de hablarle. Creo que me estoy preparando para cuando conozca a Meryl Streep. Pienso que me voy a desmayar; la visualizo y me dan ganas de llorar. Mi frustración antes era que si no hablaba bien inglés no podría ser su hija en una película.
¿No ha sentido que Hollywood es como un lugar sin alma, ansioso, como de gente esperando que pase algo y donde todo el mundo está buscando que lo vean?
No estás equivocado. Tengo muchos escritos sobre Los Ángeles. Es una ciudad de soñadores, pero te pone a prueba ese sueño todos los días. Ser actor tiene que ver con mucho de uno, con la validación y ser aceptado. Este lugar te hace pensar que sí lo puedes conseguir, que estás cerca, pero a la vez te pregunta qué tanto estás dispuesto a esperar. Hice las paces con la ciudad cuando entendí que mi tarea no era encajar sino pertenecer; no es Fit in sino Belong.
¿Qué tipo de cine y TV le gustaría seguir haciendo?
Lo que más me gusta son las historias de familia. Todavía estoy aquí, de Brasil, me encantó (Óscar extranjero 2025). Me muero por trabajar con su director, Walter Salles (Estación Central, Diarios de motocicleta, París Je t’aime). Capturó la esencia de una familia en esa película que, siendo durísima y triste, es a la vez muy bella y profunda.
¿Con qué otros directores anhela trabajar?
Con Denis Villeneuve (Incendios, Blade Runner 2049, Duna), Ava DuVernay (Selma), Greta Gerwig (Lady Bird, Mujercitas, Barbie) y por supuesto Almodóvar.
Debe ser una jartera que al postularse la carta de presentación sea de la latina, la colombiana…
Al comienzo tuve que buscar solo personajes latinos; por eso trabajé tanto en el acento. Claro que hay personajes latinos complejos que me gustaría interpretar. También quiero papeles donde el ser latina no sea el tema, sino fluir en la cultura, en el idioma. Ana de Armas es un ejemplo. Puede sonar cliché, pero sí creo que los personajes te escogen y tienes que prepararte para cuando lleguen, algo que no sabes cuándo ocurrirá.
¿En qué nota que se ha ido integrando?
Hice una comedia romántica que se llama Switch Up (2024), donde siempre hablo en inglés, de la directora gringa Tara Pirnia y con la productora de Robert Rodríguez. En otra película, con Roberto Urbina, fui una oficial de frontera, todo en inglés. No quiero entrar en pelea y tampoco estar avergonzada de ser latina, pero llegué a sentirlo; pensaba que si esa era la razón por la que me rechazaban, algo malo tenía que haber con eso. Ya hice las paces con mi latinidad.
¿Cómo se sintió actuando en Griselda?
Trabajar con Sofía (Vergara) es alucinante. Nunca había conocido a una mujer tan auténtica, tan poderosa, que sabe quién es, que se siente orgullosa de sí misma. Eso es muy inspirador en una industria donde a veces se cae en la trampa de ser algo distinto para tratar de encajar. Como productora, como actriz y como compañera de escena, me enseñó mucho.
¿Qué significa trabajar en una serie de Shonda Rhimes?
Es muy grande y uno de los referentes que tenía desde Medellín, pues veía Grey’s Anatomy. Uno piensa que esa gente es inalcanzable. Luego, estar con ella en la fiesta del estreno y que me hable de mi personaje… ¡Ahhh!, así es que se hace realidad un sueño. Ella ha marcado la TV, ha roto estereotipos y lo que hace está conectado con lo que yo quisiera lograr en esta industria.
¿Y sus compañeros de elenco?
Uzo Aduba, la protagonista, es una mujer negra, en una serie enorme, con un personaje increíble. Además, da una clase magistral de actuación. Fue mamá primeriza durante el rodaje, como yo. Apoya a las mujeres con las que trabaja y a las que conoce. A Giancarlo Esposito lo veía en Breaking Bad y no podía creer que tuviera escenas con él.

"Lo que más me gusta son las historias de familia". Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Cuando leí los libretos, su nombre estaba debajo del mío. Era surreal. No tuvimos escenas juntas, pero me la crucé en el set. Me le presenté, la abracé. Es dulce. Increíble estar ante un ícono como ella.
¿Cómo la golpeó la muerte de Julian McMahon?
Lo conocí el primer día de trabajo. Lo reconocí, pero no sabía su nombre. Me le presenté. Le dije: “I’m Julieth”. El respondió: “Julian”. Lo miré y dije: “No, Julieth”. El insistió: “No, Julian”. Y añadió: “Yo sé que eres Julieth, me lo has repetido varias veces. Yo soy Julian”. Cada vez que nos veíamos, soltábamos la carcajada. Era muy bello en su relación con todos. Hace unas semanas nos reunimos varios del elenco para cenar. Seguimos en shock por su muerte, por no haber sabido que estaba batallando contra el cáncer.

Julieth Restrepo Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

¿Qué le ha aportado convertirse en productora?
Me libera. Entendí que no me puedo quedar esperando una llamada. El trabajo va a llegar, pero no puedes dedicarte a esperar pues la fila es enorme y te vas a decepcionar cuando no llegue lo que quieres. Sebastián y yo creamos la productora Blue Rabbit Films, con la que hemos realizado el corto romántico LGTBIQ+ Besos a Kevin y el drama cómico Donna; la película Objetos no identificados, la serie para redes La muñe, donde como en una especie de alter ego cuento situaciones absurdas de vivir en Los Ángeles, y estamos en preproducción del largo Pedazos de mí, donde compartiré protagónico con la nominada al Óscar Adriana Barraza. En todas he sido productora y he escrito o coescrito varias.
¿Se ha imaginado recibiendo un Óscar?
(La mirada queda suspendida en un largo silencio)… Sí. Me lo sueño. Me encanta cuando escucho palabras como las de Olivia Colman (Óscar 2019, por La favorita). Creo que me habla cuando lo dedica “a todas esas niñas que están practicando un discurso delante de la TV, pues nunca se sabe”. Sé que voy a llorar, pero quiero ser coherente al hablar. Y me pregunto: “¿será que saludo en español?”. Hay que soñarlo para hacerlo realidad.
Una mujer consciente de sus sombras, como también de su luz y de lo que puedo aportar. Tengo un carácter más fuerte, soy más honesta. Me arriesgo más fácil, me siento más libre de expresar, sin miedo a qué van a decir sobre lo que pienso. Ya no tengo afán de hacer todo perfecto ni temo ser principiante. Siempre he sido ambiciosa y sentía que eso era incorrecto, que estaba mal soñar en grande. Aprendí el significado real de resiliencia, pues pensaba que quería decir no rendirse y en realidad es adaptarse a las circunstancias. Y no sabía que uno pudiera caerse tanto ni levantarse tantas veces.
Recomendado: la historia de Andrea Montañez

La entrevista con Andrea Montañez es la portada de la nueva edición de Revista BOCAS. Foto:Jet Belleza (Postproducción digital Miguel Cuervo)

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