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José Cueli: No se sabe qué

José Cueli: No se sabe qué

José Cueli

¿P

or qué matar gente? ¿Para mostrar que es destructivo matar gente? ¿Por qué hablar de la violencia en vez de la problemática del ser humano?

Tragedia humana que nos sacude y nos incita a pensar en la muerte. Violencia engendra violencia, la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Pero, ¿qué es en realidad lo que orilla a un ser humano a ejercer la máxima violencia sobre un semejante? ¿Cuál sería la diferencia entre la muerte por homicidio y la muerte decretada por una ley? ¿Qué historia previa coloca a un individuo en el lugar del homicida y a otro en el de víctima? ¿A qué nos mueve la muerte de un semejante? ¿Qué sabemos de la muerte?

Para Rüdiger Safranski, El mal (Tusquets, 2000), “la teoría del instinto de muerte, en Freud cifra el comienzo de la fatalidad en el instante en que la piedra es perturbada en su quietud, la transición de la vida inorgánica a la orgánica no hubiera debido suceder nunca. Se trata de una especie de excrecencia que no podía tener buen fin, especialmente porque esta vida adquiere en el hombre conciencia de sí y por ello sabe de su muerte. Según Freud, el hombre, en definitiva, sólo puede elaborar este saber o bien apartando la muerte de sí –matando vida ajena– o bien dirigiendo las fuerzas destructivas contra sí mismo. El hombre es una especie de curso erróneo de la evolución.

En Freud está rota la fe en el éxito necesario de la historia humana. La consternación por los horrores de su siglo lo impulsó a veces, más bien, al otro extremo, hasta el punto de no conceder ninguna oportunidad al carácter abierto de la historia, es decir, a la libertad humana, que puede decirse tanto por el bien como por el mal. Las fuerzas destructivas de la naturaleza humana se presentan demasiado poderosas.

Convendría aquí reflexionar con Levinas el asunto de la muerte. La muerte es la separación irremediable, es descomposición, es la no respuesta, concretar la ausencia. La experiencia de una muerte que no es la mía se relaciona conmigo en forma de alguien. La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica; no se agota allí, me toca, me traspasa, me trasciende, me inquieta, no puede serme ajena.

La muerte del otro que muere me afecta en mi propia identidad como responsable, identidad no sustancial, no simple coherencia de los diversos actos de identificación, sino formada por la responsabilidad inefable. El hecho de que me vea afectado por la muerte del otro constituye mi relación con su muerte. Constituye, en mi relación, en mi diferencia hacia alguien que ya no responde, mi culpabilidad: una culpabilidad de superviviente.

Quizá la muerte se remita, en alguna forma, a ese doble juicio fundante freudiano en la simultaneidad de la atribución y la inexistencia, en un juego especular enloquecido entre la omnipotencia y el desamparo original, entre la alucinación y la realidad, en la búsqueda incesante de alcanzar aquello originario que se perdió, en ese velado juego de desplazamientos de ese objeto primigenio hacia los subrogados en la realidad exterior, aciago y trágico devenir de la existencia en la que transitamos como seres marcados por la contradicción en un escenario de doble fondo, siempre a cuestas con lo fantasmal deslizándolos por los márgenes, en la inquietud de ser y no ser.

Finalmente, la única certeza pareciera ser que la muerte nos ronda y se esconde donde no tiene dónde.

En la síntesis de nuestros corresponsales de La Jornada, Jim Cason y David Brooks, nos muestran una relación concreta del martes pasado por la noche en Los Ángeles: El presidente Donald Trump llamó animales y enemigo extranjero a los manifestantes que rechazan sus medidas antinmigrantes, durante un discurso que en teoría pretendía reconocer el 250 aniversario del ejército de Estados Unidos. Lo que presencian en California es un ataque en toda regla a la paz, el orden público y la soberanía nacional, perpetrado por alborotadores que portan banderas extranjeras con el propósito de continuar una invasión foránea de nuestro país, añadió. El magnate vinculó las protestas con lo que llamó migración descontrolada, y afirmó que Europa crítica con su administración, también debe actuar. La migración descontrolada conduce al caos, declaró Trump. En Europa también la tienen. Está sucediendo en muchos países europeos. Más les vale actuar antes de que sea demasiado tarde.

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