Hermann Bellinghausen: Morente, el soñador

Hermann Bellinghausen
−C
ada día duermo menos y sueño más, y empieza a ser un problema, ¿sabes? En mi línea de trabajo soñar no sirve de nada, y no dormir tampoco ayuda. He tratado de remediarlo, pero cada intento que hago lo agudiza. Lo tópico sería admitir que estoy enloqueciendo lenta pero irreversiblemente. Todavía tengo cerebro para dar cuenta de cómo comencé a soñar tanto y tan tonto, el tipo de cosas que cuesta trabajo creer. Cada sueño transcurre en los circuitos neuronales del sistema nervioso central, no acá afuera. Visiones, alucinaciones o figuraciones de alguien que no soy éste que ves. La realidad que habito allí está, se ha vuelto mi función observar alrededor desde la profundidad del sueño, batiscafo con ventanas de gran angular en el abismo azul de alguna clase de mar. Así ando entre la gente haciendo creer que soy normal. Deduzco que se la tragan, por la forma en que me tratan. O sea, normal. Nadie sospecha que los estoy mirando desde una dimensión onírica fuera de mi control. Soy un instrumento cazador-recolector al servicio de otra dimensión.
*
−Tiene años que no hablo con Freitas. ¿Qué será del cabrón? Es el único que me entiende, aunque yo a él no siempre. Sobre todo si se emborracha. Que lo aguante su abuela. Tuvimos que distanciarnos varias veces. Aunque la última, el borracho fui yo. Le divertiría saber que ahora me dedico a soñar y me prevendría del síndrome del profeta o gurú.
*
Acordándose del doctor Freitas camina Morente las calles del Centro rumbo a su casa. Andará un buen rato. Tampoco que tenga más qué hacer. Caminando piensa. Tanto, que se le ocurren ideas. Algunas las anota en el cuadernito que siempre carga. Montón de cuadernitos que guarda, hasta podría armar un libro, pero no le interesa ser escritor. Ha leído lo suficiente para saber que nunca será tan bueno. Y le faltan nalgas, paciencia, vanidad tal vez. Lo peor es que él sí ha sido tema de novelas, un par de cuates que tan siquiera cambiaron el nombre. Otro que ni conoce, un tal Lara o Lora que escribía por entregas en un periódico pro gubernamental usó, mal, anécdotas y experiencias de Morente que quién sabe quién le contó. Mala leche. Alguien le dijo que podía demandarlo, pero qué güeva. No volvería por esa pendejada a un tribunal. Ya tuvo bastantes, casi siempre en el asiento del acusado. Casi siempre por tarugo.
*
−Pude ser antropólogo, pero me perdí en el camino.
−¿Antropólogo? ¿Te interesaban los indios?
−No, qué va. Tenía interés en la gente. Iluso de mí.
−Los que se interesan en la gente estudian sociología, ¿qué no?
−Sociología, sicología, medicina, abogacía, cualquiera sirve. Digo, sirve para hacerle al cuento, hacerse rico, aprovechar las debilidades de los demás, sus errores, miedos, delitos. Robar secretos.
−¿Para qué te interesa la gente si no es eso? Somos lo que sugieres, enfermos, tristes, culpables, miedosos, atávicos. También otras cosas.
−¿Cosas? ¿Qué cosas?
−No sé…
−No, no sabes. Lástima que no hay la carrera de detective en las universidades. Esa me hubiera gustado.
−O policía.
−Nunca. Primero muerto.
−O sea, querías hacer una carrera.
−Eso creí. Te lo hacían creer tus padres, la familia, los maestros, las novias.
−¿Tuviste muchas?
−No, no entonces. Pero comencé por conocer a las novias de mis amigos y me hice una idea, que según yo confirmé en la práctica posterior. Estaba equivocado. El problema no eran las novias, ni los maestros, ni la familia. Era la clase social. Nací en el lugar equivocado.
−¿Acaso no todos?
−No así. Ni tú. Mal que bien haces lo mismo que tu papá y tu tío materno, vives en la colonia donde naciste, tus hijos van a la misma escuela a la que tú ibas, el círculo social se compone de tus compañeros de salón y sus ramificaciones. Tú no naciste en el lugar equivocado.
−Bueno, visto así.
−¿Si no, cómo?
− ‘Ta bueno, okey. ¿Y qué hiciste al respecto?
−Lo único que me parecía sensato. Mandé todo a la chingada.
−¿Fue sensato hacerlo?
−No.
*
Desde que sueña profesionalmente
, Morente dejó de contestar el teléfono. Nunca lo verás con el celular en la mano. A veces es el único en el vagón del Metro o la parada del trole que no está mirando una pantalla. Dice que eso es más raro que sus sueños, porque en ellos la gente se conoce por los ojos, no se comunica con fantasmas ni pelea con desconocidos. Considera que las gentes ya no saben mirarse entre sí ni conversar, y menos discutir. Todo el tiempo quieren autorretratarse, a solas o en público. Ven los ojos de los demás a través de fotos y videos. Morente prefiere a los desconocidos que pueblan sus sueños.
jornada