El desierto: la sublime droga del arte y el cine en 2025

Nuevo sublime» son las dos palabras que el arquitecto Jacobo García Germán emplea para referirse a la búsqueda obsesiva que el mundo contemporáneo hace de imágenes dramáticas, de crepúsculos doradísimos, de paisajes conmovedores que asusten un poco pero que, a la vez, sean una promesa de libertad absoluta. Los usuarios de Instagram, los creativos de publicidad, los arquitectos de los festivales de rock, los guionistas de las series de televisión, los fotógrafos de moda, los diseñadores de renders inmobiliarios, los poetas... Todo el mundo busca su imagen sublime. «Y la palabra ‘nuevo’ aparece porque la novedad es que es el lenguaje comercial el que ahora necesita más urgentemente imágenes así», dice García Germán. Lo interesante es que esa adicción a lo sublime nos lleva a que casa dosis, cada imagen sublime, tenga que ser más intensa que la anterior para volver a liberar las hormonas que agitan nuestro ánimo.
«Y el problema es que en la ciudad ya no es posible encontrar imágenes sublimes. Como mucho, podemos encontrar imágenes pintorescas», dice García Germán. Nuestros padres llegaban a Venecia por primera vez, veían el Gran Canal y se quedaban aturdidos. En cambio, Venecia les parece a nuestros hijos un lugar bonito entre tantos, algo ya visto en las series y en los vídeos cortos antes de llegar a Italia. «Pero es que ni siquiera un paisaje de bosques y fiordos nos toca de verdad, eso ya nos parece comodidad burguesa. El desierto es el lugar en el que el mundo busca las emociones».
Jacobo García Germán explica el concepto de «nuevo sublime» para entender por qué la cultura se ha llenado de imágenes del desierto poetizadas hasta el límite: Sirat, Dune, el universo de Star Wars, el land art del DesertX Festival, los influencers que desfilan en Coachella y los devotos que viajan al Burning Man y al Monegros Desert Festival, los proyectos de Neom en Arabia Saudí, los desfiles de moda de Jacquemus en las salinas... La mirada lírica sobre las dunas y las rocas peladas ha existido siempre, pero nunca ha sido tan evidente. Si Caspar Friedrich David pintase a su caminante sobre un mar de nubes en 2025, el cielo probablemente estaría despejado y tras su figura aparecería un fondo de montañas parduzcas.
De hecho, ¿no replica Dune 2 el cuadro de Friedrich Caspar David en la escena de la exploción nuclear?
En el fondo, esa fascinación es algo natural. «Yo vivo en medio del desierto, en un campo de trabajadores en el que estamos 7.000 personas», dice Sergi Miquel, ingeniero, diseñador y urbanista empleado en Neom por el reino de Arabia Saudí. «Tengo una valla a 100 metros de casa y detrás está el desierto. Al otro lado hay otra valla y el mar. No es un desierto de dunas sino que es rocoso, como el de Dune. De hecho, Dune se rodó en el desierto de Jordania, que está a una hora y media de aquí. Y el caso es que yo nunca antes tuve interés por el desierto pero desde que estoy aquí estoy deslumbrado. Es la luz, es la vida natural que no se entiende a simple vista y que uno descubre poco a poco, y es la historia del lugar, la historia de los beduinos por adaptarse a este medio tan tremendo. A mí me tiene loco este mundo, salgo a andar muchas tardes sólo por estar en el desierto. Desconocía completamente la magia, pero entiendo que el desierto sea el gran espacio romántico de nuestro tiempo».

Miguel Ángel López Marcos es arqueólogo y lleva más tiempo que Miquel dando vueltas por los desiertos de Oriente Próximo. ¿Tanto como para desarrollar una pizca de indiferencia? «Nunca se llega a olvidar el lirismo del paisaje ya que la conexión entre el lugar y la historia es íntima y continua. Por ejemplo, en Luxor existe una linea divisoria que contrasta entre las tierras cultivables del Nilo, representadas desde época faraónica por el dios Hapi, (responsable de la fertilidad y de las inundaciones anuales), con el desierto representado por el Dios Seth (señor del desierto, la guerra y el caos). Precisamente en el arranque de ese desierto se distribuyen las sepulturas de reyes y nobles».
«El desierto siempre ha significado la promesa de un mundo paralelo de ensoñación, un poco irreal pero reconocible. Parece que es una puerta abierta a la liberación personal. John Lennon tuvo que irse al desierto de Almería para acordarse de Liverpool y del colegio y escribir Strawberry Fields Forever», cuenta García Germán. Su estudio proyectó y construyó hace unos años Desert City en un borde de la A1, 25 kilómetros de Madrid. Desert City es un inmenso vivero especializado en los cactus que lleva la evocación de los oasis a un marco hipergeométrico. El edificio apareció en todas las revistas de arquitectura imaginables y fue candidato al Premio Mies Van der Rohe. Y su propietaria tienen una buena fuente de ingresos en el negocio de alquilar sus salas y jardines para presentaciones de moda y eventos.
Entonces, ¿de qué depende que la representación del desierto en el arte sea valiosa o banal? Fernando Navarro, guionista de las películas Segundo premio y Verónica y escritor de la novela Crisálida, dedicó los cuentos de su primer libro, Malaventura (Impedimenta), a los pedregales de Carboneras. «Y justo en este momento estoy trabajando con la adaptación de una novela de otro escritor como guion. La novela no ocurre en un desierto pero estamos probando a llevar la acción a uno porque nos permite poner al personaje en el límite. Creo que eso es lo que hace que una representación del desierto sea interesante: si el desierto entra dentro del personaje, si se nos presenta como un viaje mental, entonces merece la pena».
«Así es como yo viví siempre el desierto cuando mi padre me llevaba a Carboneras», recuerda el escritor. «En cambio, si el desierto aparece como una sucesión de postales fotogénicas... Entonces me interesa menos». Navarro pone ejemplos cinematográficos de ese desierto mental: El Topo de Alejandro Jodorowsky, el Dune de David Lynch («me interesa más que el Dune de Villeneuve, aunque sea una película fallida como narración»), París Texas, de Wim Wenders, El tiroteo y A través del huracán, de Monte Hellman... Todas son películas antiguas, rodadas entre 1966 y 1984.
El arqueólogo Miguel Ángel López Bueno también tiene una opinión sobre el arenal como imagen estética: «Las representaciones del desierto en el arte me gustan cuando llegan a transmitir o remover algo del interior. Hay que tener en cuenta que para tratarse de un medio absolutamente hostil y en apariencia incompatible con la vida, ha sido cuna de civilzaciones y testigo de los grandes descubrimientos de la historia desde antes del Neolitico. Así, palabras como Dune (en origen dunya, o sea, mundo) o Sirat (en origen sendero) tienen que ver con conceptos arraigados como el concepto global del mundo en el primer caso, o el camino que uno elige en la vida o la manera de actuar de cada uno en el segundo caso. Recuerdo un dicho qurnaui de los habitantes de una región de Luxor que se refiere al origen del mundo que tiene que ver con el propio desierto. 'Así es la vida', en árabe 'hakatha ad-dunya', o 'el-dunya queda'».
Hay algo más que aún está por nombrar: «Evidentemente, es relevante que los países del Golfo Pérsico sean los que ofrezcan más posibilidades de enriquecerse rápidamente en este momento», dice Jacobo García Germán. «Hay una nueva élite económica del petróleo que se siente bien cuando el mundo mira con ojos estéticos a su mundo».

Ramón Pigem y Carme Vilalta, colegas de Jacobo García Germán en el estudio RCR, lo explicaron en EL MUNDO cuando empezaron a construir el edificio Muraba Velo en el centro de Dubái. «Dubái es un lugar de encuentro y de oportunidades, la gente va a buscarse una vida desde todas las partes del mundo. Pero, a la vez, es un lugar en el que existe una necesidad de vincularse a una tradición, de buscar algo. En Dubái no se ve arquitectura histórica, nada, ni una esquina. El pueblo de pescadores que existía hasta los años 50 era muy pequeño y el gran cambio le pasó por encima. No hay arquitectura histórica y por eso buscan en otros sitios su memoria: en la forma de vida de los nómadas, por ejemplo, en el conocimiento que tenían sobre cómo hacer soportable el calor del desierto a base de velos que protegían las tiendas».
El desierto puede ser una droga benigna para los sentidos; el problema es emplearlo como una anfetamina consumista, pero eso puede decirse de cualquier paisaje. Poco después de hablar con EL MUNDO, Fernando Navarro envía una frase de César Aira que encontró por casualidad en una novela: «Casi no existe la posibilidad de sorprenderse, porque la sorpresa siempre ha retrocedido ya al pasado inmediato, y sólo queda la repetición».
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