¿Cuántos policías inútiles se necesitan para llevar a un hombre inocente a la cárcel?
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La madre de Omar Ballard era una prostituta negra y drogadicta que trabajaba en las peligrosas calles de Newark, New Jersey. Omar nunca conoció a su padre, que era blanco. Su madre mostraba escaso interés por la maternidad y casi ninguno por el niño. Fue de un hogar de acogida a otro y, naturalmente, acabó en las calles de las que provenía. Era un niño enfadado que culpaba a su madre de
Ballard dejó los estudios y, a los diecinueve años, se fue de New Jersey. Estaba arruinado, en paro y, como siempre, buscando problemas. Acabó juntándose con su vieja amiga Tamika Taylor, de dieciocho años y madre soltera de dos hijos, que vivía en un barrio humilde de Norfolk, Virginia. El vecindario era frecuentado por miles de jóvenes marineros destinados en la cercana base naval y no se consideraba excesivamente peligroso, pero todo cambió radicalmente con la llegada de Omar Ballard.
Le encantaba todo: las drogas y el tráfico, la bebida, las armas, el sexo, los robos, los tiroteos, las palizas...
Su primera víctima conocida en Norfolk fue una joven blanca llamada Melissa Morse. La agredió, la golpeó con un bate de béisbol y, cuando sus gritos llamaron la atención de otras personas, se formó una turba que salió tras él. Ballard se refugió en el cercano apartamento de Billy y Michelle Bosko, una pareja joven oriunda de Pittsburgh; él trabajaba en la Armada. Los Bosko llevaban seis semanas casados y acababan de conocer a Omar a través de unos amigos. Dejaron entrar a Omar, le ofrecieron algo de beber y estaban disfrutando de una visita agradable cuando apareció la muchedumbre delante de su casa. Los Bosko no podían creerse que su nuevo amigo Omar hubiera agredido a nadie y, en un gesto de valentía, Billy se negó a entregar a su invitado. El grupo se dispersó y Billy declaró posteriormente a la policía que Omar no era culpable.
Dos semanas después de atacar a Melissa Morse, y mientras Billy pasaba una semana a bordo del USS Simpson, Omar Ballard hizo otra visita al piso de los Bosko. Era alrededor de la medianoche del 7 de julio de 1997. Según reconoció, iba borracho y colocado y buscaba sexo. Llamó a la puerta y dijo que necesitaba utilizar el teléfono. Michelle, que solo llevaba una camiseta y ropa interior, lo invitó a entrar, le ofreció el aparato y le dijo que había cerveza en la nevera. Era tarde y ella se iba a la cama. Omar la siguió, la atacó, la estranguló y, cuando estuvo sometida, la violó. Eyaculó y se limpió el pene con una manta. En ese momento, Omar se dio cuenta de que estaba en graves apuros. Para impedir que hablara, decidió matarla. Encontró un cuchillo de carne en la cocina y, cuando regresaba al dormitorio, Michelle estaba recobrando el conocimiento. Le asestó tres puñaladas en el pecho y la dejó morir en el suelo. Después se lavó las manos en el baño, limpió los pomos de las puertas con la camisa para borrar las huellas, dejó el cuchillo junto al cuerpo de la víctima y, al salir, rebuscó en el bolso que había sobre la mesa de la cocina y cogió el dinero en efectivo.
Para impedir que hablara, decidió matarla. Encontró un cuchillo de carne en la cocina
Buena parte del pequeño apartamento, de sesenta y cinco metros cuadrados, no sufrió desperfectos durante el ataque. Michelle, que trabajaba en un McDonald’s, era una ama de casa meticulosa. Billy iba a llegar al día siguiente y todo estaba en orden. Cuando él halló su cuerpo sobre las cinco de la tarde, el piso se encontraba tan limpio y ordenado como siempre.
Se llevó a cabo un análisis completo de la escena del crimen y todas las pruebas, incluidas las lesiones vaginales de la víctima, apuntaban a un único agresor, que había entrado en el apartamento sin forzar la puerta. No había huellas aparte de unas cuantas de Billy y Michelle. Los investigadores pasaron más de nueve horas en el apartamento de los Bosko antes de que el cadáver fuese retirado. Inspeccionaron cada centímetro, tomaron vídeos y docenas de fotografías, recogieron todas las pruebas posibles e incluso llegaron a levantar una tienda de campaña sobre el cadáver para realizar una prueba de humo y polvo con cianoacrilato (superglue) a fin de identificar huellas latentes en su piel. La investigación fue exhaustiva y no cabía duda de que el asesino de Michelle había actuado solo.
Sobre los autores:
John Grisham es autor de numerosos best sellers, traducidos a múltiples idiomas. Cuando no está escribiendo, trabaja en la junta derectiva de Innocence Project y Centurion Ministries (dedicadas a lograr la exoneración de personas condenadas injustamente). Vive en una granja en Virginia.
Jim McCloskey es fundador de Centurion Ministries, que desde su creación ha liberado a 70 personas acusadas injustamente. Es autor del libro de memorias When truth is all you have, publicado en 2020.
Juntos han publicado Inocentes.
Casi dos años después de la violación y el asesinato, el laboratorio estatal de criminalística analizó finalmente el ADN de Omar Ballard. El semen encontrado en la manta tenía 21.000 millones de probabilidades más de proceder de Ballard que de cualquier hombre blanco y 4.600 millones de veces más que de cualquier hombre negro. El semen recogido de la vagina de la víctima tenía veintitrés millones de probabilidades más de pertenecer a Ballard que a cualquier hombre blanco, y veinte millones de veces más que a cualquier otro hombre negro. La sangre hallada bajo las uñas de Michelle coincidía con el ADN de Ballard.
Las únicas muestras de ADN recuperadas en el lugar del crimen eran de Michelle y su asesino, Omar Ballard. Su tercera agresión sexual conocida se produjo diez días después de que asesinara a Michelle. La tercera víctima fue capaz de identificar a Ballard, que fue condenado y enviado a prisión. Sin embargo, no era sospechoso de la violación y asesinato de Michelle Bosko. Su sucesión de crímenes —al menos otras dos agresiones sexuales contra mujeres blancas en menos de un mes y en la misma zona de la ciudad— no levantó sospechas entre los policías de Norfolk que trabajaban en el caso Bosko.
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Transcurrirían casi dos años hasta que los agentes descubrieran que Ballard estaba implicado, y solo porque él mismo confesó desde la cárcel. Solo entonces analizaron su ADN.
Pasar por alto a un sospechoso tan obvio era imperdonable, pero la policía de Norfolk estaba demasiado ocupada para entretenerse con Omar Ballard. Trabajaban frenéticamente para culpar del asesinato de Bosko a todo un grupo de hombres inocentes. Lo que debería haber sido un caso claro de ADN se convirtió rápidamente en una investigación precipitada y tan plagada de incompetencia que a veces parece increíble. El caso Bosko es uno de los mayores desastres en la historia de la justicia penal estadounidense. Aunque resulta impresionante por su arrogancia e incompetencia, es mucho más desgarrador por su desenlace.
El caso Bosko es uno de los mayores desastres en la historia de la justicia penal estadounidense
Cuando el laboratorio estatal de criminalística encontró una coincidencia con el ADN de Omar Ballard el 3 de marzo de 1999, veinte meses después del asesinato, la policía y la fiscalía de Norfolk tenían en la cárcel a un total de siete marineros estadounidenses en activo o retirados, todos ellos acusados de la violación y asesinato de Michelle Bosko. Los siete habían sido excluidos por las pruebas de ADN. Los siete habían sido excluidos por las pruebas físicas. Y, con la excepción de una condena por conducir en estado de ebriedad, ninguno de los marineros tenía antecedentes penales.
Como muchas investigaciones policiales que salen mal, esta empezó con una corazonada. A menudo, un agente de homicidios examina la escena del crimen y se forma una opinión basada en una reacción visceral y enturbiada por la tensión del momento. Puede que incluso elija a un sospechoso y, al poco tiempo, la policía está siguiendo el rumbo equivocado.
En el caso de Michelle Bosko, la corazonada errónea surgió cuando estaban fotografiando el cadáver. Una agente llamada Judy Gray fue la primera investigadora de homicidios en llegar al lugar. Al poco determinó que, dado que obviamente no había habido allanamiento de morada, el asesino era un conocido de Michelle. Ella y su compañero aseguraron la zona. Cuando se presentaron los agentes de la policía científica, los vecinos se agolparon en las inmediaciones y observaron con incredulidad. Gray salió y empezó la rutina habitual de recabar pistas. Habló largo y tendido con Tamika Taylor, amiga de Ballard, y le preguntó si tenía idea de quién podía haber asesinado a Michelle. Tamika se mostró reacia a aventurar una conjetura, pero Gray la presionó.
—¿Ve a ese hombre de ahí? —dijo Tamika, señalando con la cabeza a un marinero llamado Dan Williams (n.º 1), también vecino—. Creo que fue él.
—¿Por qué? —preguntó Gray.
—Bueno, está un poco obsesionado con ella.
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Y con eso, Dan Williams se convirtió en el principal sospechoso del asesinato de Michelle Bosko. Tamika se retractó y dijo que no estaba segura, que había muchos locos por ahí, y también mencionó a Omar Ballard como alguien a quien la policía debía investigar. Por alguna razón, decidieron no hacerlo.
Dan Williams y su mujer, Nicole, vivían en un pequeño apartamento al lado de los Bosko. Tras descubrir el cadáver de su esposa, Billy echó a correr y, entre gritos, aporreó la puerta de los Williams. Dan llamó a emergencias y fue a buscar a Michelle. Las dos parejas eran amigas, trabajaban en la Armada y no tenían hijos. Nicole estaba muriendo de cáncer de ovarios. Cuando Michelle fue asesinada, Dan estaba durmiendo en la cama con su esposa.
La agente Gray se acercó a Dan y le preguntó si le importaría ir a la comisaría y responder a algunas preguntas rutinarias. Gray tenía el pálpito de que él era el asesino, independientemente de pruebas, motivos o cualquier otra cosa que no fuera el recelo de Tamika hacia él. Como accedió a ser interrogado, Gray sospechó aún más. Cuando Dan Williams llegó a la comisaría, la policía estaba convencida de haber encontrado a su hombre.
Gray tenía el pálpito de que él era el asesino, independientemente de pruebas, motivos o cualquier otra cosa que no fuera el recelo
Dentro del apartamento, los investigadores estaban recabando meticulosamente unas pruebas que, esperaban, los conducirían al asesino. Fuera, el equipo de homicidios puso en marcha una desastrosa cadena de acontecimientos que los alejaría del amplio rastro que había dejado Omar Ballard.
El siguiente error garrafal en una condena equivocada a menudo es la visión túnel, que suele producirse justo después de la corazonada. La policía elige a un sospechoso, se convence de que tiene al hombre correcto, se felicita por ser tan inteligente y acto seguido ignora las pruebas contradictorias y acepta cualquier cosa que sustente su corazonada. Si consiguen arrancar una confesión verbal al sospechoso, la acusación será mucho más sólida y podrán evitar una investigación larga. Con frecuencia, el interrogatorio es la forma que tiene el policía perezoso de resolver un caso. Si aparecen pruebas que socaven su teoría, simplemente las descarta. Si se presentan pruebas claras de inocencia (ADN) una vez que su hombre ha sido condenado, se niega a creerlas y se obstina en mantener su culpabilidad.
Dan Williams entró en la comisaría de Norfolk hacia las seis y media de la tarde del 7 de julio, menos de dos horas después de que se descubriera el cadáver y mucho antes de que concluyera el trabajo en la escena del crimen. No tenía ni idea de que era sospechoso. Tenía veinticinco años, había estudiado hasta secundaria y era un antiguo boy scout criado por unos padres estrictos que le enseñaron a obedecer y respetar a la autoridad. Era tranquilo, dócil y el último chico de la clase en meterse en líos. No tenía antecedentes penales y nunca había sido sometido a un interrogatorio policial. Con su personalidad pasiva y discreta, no estaba preparado para la emboscada que acechaba a la vuelta de la esquina.
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El interrogatorio comenzó a las ocho de la tarde y, como era de esperar, no se grabó ni en audio ni en vídeo. Había cámaras y grabadoras cerca, como en todas las comisarías, y se utilizarían cuando llegara el momento. Pero todavía no; algunas partes del interrogatorio no debían ser vistas. Williams renunció a sus derechos Miranda, un error descuidado que cometen entre el 80 y el 90 por ciento de los inocentes. Los delincuentes culpables son mucho más propensos a callar o exigir un abogado.
Williams empezó a responder a las preguntas preliminares de la agente Gray mientras su compañero, Jack Horton, tomaba notas. No había nadie más en la sala. Al poco tiempo, Williams se dio cuenta de que la policía sospechaba de él y no podía creérselo. Los agentes le preguntaron si aportaría voluntariamente muestras de sangre, vello púbico y cuero cabelludo y si entregaría su ropa interior. Williams aceptó de buen grado. No tenía nada que ocultar. Asimismo, accedió a someterse a la prueba del polígrafo, lo cual fue otro error. Las personas inocentes a menudo dicen que sí a esa prueba porque están ansiosas por demostrar su inocencia. Confían en la policía. Sorprendentemente, la ley permite a la policía mentir sobre los resultados de la prueba del polígrafo, cosa que sucede con frecuencia. De hecho, la ley permite a la policía mentir a voluntad durante los interrogatorios a sospechosos. El ardid del polígrafo es uno de sus favoritos.
La ley permite a la policía mentir sobre los resultados de la prueba del polígrafo, cosa que sucede con frecuencia
A las 21.45 conectaron a Williams al polígrafo y respondió a las preguntas del examinador. Estas se centraron en sus actividades del día anterior y en si había estado en el piso de Bosko recientemente. Williams respondió con sinceridad y pasó la prueba. Sin embargo, como de costumbre, le dijeron que no era así y que ahora tenían pruebas de que mentía. A medianoche, los dos agentes estaban lanzando acusaciones que Williams apenas tenía tiempo de negar. Los ánimos se caldearon. Williams insistió en que no sabía nada del asesinato y en que estaba en la cama con su mujer cuando ocurrió. Gray mintió y dijo que tenían un testigo que lo había visto en el apartamento de Bosko. La policía insistió en que estaba obsesionado con Michelle y en que contaba con testigos que así lo demostraban. Los padres de Williams le habían enseñado a respetar a la policía y se quedó atónito cuando lo acusaron. Estaba confuso y le costaba pensar con claridad.
A medida que avanzaba la noche, Nicole, la esposa de Williams, estaba cada vez más preocupada. Llamó a la comisaría e intentó averiguar qué estaba ocurriendo. Al no obtener respuesta, decidió ir. Al principio del interrogatorio, la agente Gray salió a hablar con Nicole. Le preguntó qué había hecho la pareja la noche anterior. La policía pensaba que tal vez Dan se había escabullido y había cometido el asesinato, pero Nicole aseguró a Gray que su marido había dormido toda la noche y que no había salido. En ese momento, la policía supo que Dan tenía una coartada firme, pero no importaba.
A las 00.30, la agente Gray entró en la sala y Horton, que estaba hablando con Williams de hombre a hombre, trató de convencerlo de que confesara: "Cuéntalo todo ahora. Saldrás mejor parado que si esperas seis semanas a que lleguen los resultados de ADN". Williams se mantuvo firme y repuso que estaba cansado y quería irse a casa. A las 00.55, según las notas de Horton, Williams reconoció que Michelle le parecía atractiva, lo cual dio lugar a un incesante aluvión de insinuaciones de que estaba encaprichado y quería acostarse con ella.
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Por fin, el interrogatorio estaba llegando a alguna parte. Gray volvió a la sala y ambos agentes insistieron en la “obsesión” de Williams con la víctima. Aseguraron poder demostrar que había estado en el apartamento de Bosko la víspera del asesinato de Michelle. Williams estaba confuso y agotado y necesitaba dormir. Apoyaba continuamente la cabeza en la mesa y los agentes le ordenaban que volviera a levantarla. Williams, aturdido y contra las cuerdas, se aferró a la verdad y negó saber nada del asesinato. Los policías empezaron a cuestionar su memoria y mencionaron una posible amnesia y desmayos. Tal vez estaba sonámbulo cuando cometió el crimen.
Esta táctica no es inusual en interrogatorios prolongados.
La policía a menudo esgrime amnesia, desmayos o sonambulismo, una estratagema concebida para sembrar dudas en la mente del sospechoso. Después, los agentes se presentan como los buenos que están ahí para ayudar a aclarar las cosas.
Al final surtió efecto. A las tres de la mañana, mientras los agentes seguían machacándolo, Williams empezó a cuestionar su propia memoria. A lo mejor se había desmayado. A lo mejor había sufrido un episodio de sonambulismo. Los agentes siguieron presionando con más hipótesis y acusaciones.
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A las 4.35, Horton abandonó la sala y Gray echó mano de otra táctica, apelando a la conciencia de Williams. ¿Sentía algún remordimiento? “Michelle ya no está con nosotros”, “Piensa en su familia” y demás. Esto también funcionó, porque Williams rompió a llorar súbitamente.
A las 4.51, la situación cambió de manera drástica cuando el agente Glenn Ford entró en la sala. Ford era un policía veterano, un personaje duro, un interrogador curtido que dominaba todos los trucos. Sus tácticas eran brutales e implacables, y estaban diseñadas para doblegar la voluntad de cualquier sospechoso. Tenía un historial de obtención de confesiones falsas.
Ya era hora de que Dan Williams confesara y Glenn Ford estaba allí para conseguirlo. Con Horton observando y tomando notas, Ford colocó su silla frente a Williams y dijo que estaba listo para oír la verdad. Sabía que Williams mentía y podía demostrarlo. Había testigos. Acosó a Williams sin cesar durante una hora. Lo amenazó con una larga pena de prisión, pero le prometió clemencia si confesaba. (Más tarde, Ford y Horton lo negaron bajo juramento). Le golpeó repetidamente en el pecho y lo insultó. (Esto también lo negó posteriormente).
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Williams estaba aterrorizado y su capacidad de pensar con claridad había desaparecido hacía tiempo. Tras nueve horas de calvario, estaba a punto de derrumbarse. La policía no dudaba de su culpabilidad y la única manera de salir de aquella sala era darles lo que querían. Tenía que cooperar para salvarse. Ford olió la victoria y, cuando hicieron un descanso a las 5.41, le dijo a Horton: “Está listo para confesar”. Williams había sido interrogado durante casi diez horas, pero aquello no había terminado ni de lejos.
Años después, en la cárcel, intentó explicar por qué había confesado: “Estaba confuso, disgustado. En aquel momento no distinguía el bien del mal. Estaba cansado. No me encontraba bien. Me sentía impotente y no podía soportarlo más, así que les dije lo que querían oír. Me inventé detalles. Sabía que lo que estaba contándole al agente Ford no era la verdad, pero yo solo quería que terminara el interrogatorio”..
A las siete de la mañana, tras once horas de interrogatorio, los agentes encendieron finalmente las grabadoras. Williams, asustado, exhausto y sumamente confuso, les dio lo que querían y, al hacerlo, incluyó muchos detalles que le habían sugerido a lo largo de la noche. Su embrollada versión del ataque también incluía elementos que obviamente no eran ciertos.
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La (primera) confesión contemplaba estos detalles: había cruzado el pasillo hasta la puerta de Michelle. Quizá estaba sufriendo un episodio de sonambulismo. Iba descalzo, aunque no se encontraron huellas. Ella lo dejó entrar. Él la atacó. Ella se puso a gritar, aunque nadie la oyó. No eyaculó, aunque se encontró semen en la víctima y en la manta. Cuando se fue, ella seguía gritando. No la estranguló, aunque la autopsia revelaría marcas de estrangulamiento. No la apuñaló, aunque la autopsia revelaría cuatro heridas de arma blanca, todas ellas mortales. No había sangre. Estaba solo, nadie le ayudó. Al principio no sabía cómo la había matado, pero luego recordó que quizá la había golpeado en la cabeza con un zapato, aunque la autopsia no reveló tales heridas. No acertó a describir el zapato.
El uso del zapato fue un buen detalle. Esa arma homicida había sido propuesta horas antes por la agente Gray, que más tarde reconoció: “Le metimos muchas de esas ideas en la cabeza. Admitió cosas que Jack (el agente Horton) y yo nos inventamos”.
A las 7.15, los agentes apagaron las grabadoras y salieron.
A Williams no le permitieron irse, así que se tumbó en el suelo a dormir. Más tarde, Gray fue a echar un vistazo. Williams yacía en el suelo, riendo como un histérico y ajeno a la realidad.
El interrogatorio no había concluido. La policía se había precipitado y tendría que modificar un poco la reciente confesión. Mientras Williams seguía en la sala de interrogatorios, la agente Gray fue a comprobar la autopsia de Michelle Bosko. Observó algunas discrepancias sorprendentes entre los resultados del forense y la confesión de Williams, sobre todo las heridas de arma blanca y el estrangulamiento. No se apreciaban heridas en la cabeza. Incluso un policía medianamente observador se habría percatado enseguida de que Williams no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
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El médico forense declararía más tarde que los resultados de la autopsia encajaban con la teoría inicial de que el crimen era obra de un solo agresor.
A las 9.25, Gray y Horton volvieron a la sala de interrogatorios, despertaron a Williams, que seguía en el suelo, y le pidieron que firmara su confesión escrita. Cuando lo hizo, se fueron.
A las once, la agente Gray irrumpió en la sala hecha una furia y empezó a exigir la verdad una vez más. Informó a Williams de que acababa de leer la autopsia y describió las heridas de arma blanca y el estrangulamiento, una estratagema conocida como “contaminar al testigo”,, la cual está muy mal vista. ¿Por qué Williams no le había contado lo de la asfixia y el apuñalamiento? Porque Williams no estaba en la escena del crimen, pero a Gray no podría negárselo. Empezó de nuevo con las acusaciones y Williams finalmente se rindió. Para conseguir que se callara y lo dejara en paz, empezó a hablar. En su segunda confesión declaró que no había utilizado un zapato para matar a Michelle, sino que en realidad la había estrangulado y apuñalado en el pecho, precisamente donde Gray había descrito las heridas.
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Quince horas después de su llegada a la sala de interrogatorios, Dan Williams salió por fin y fue trasladado a prisión y acusado de violación y asesinato. La policía había resuelto el caso con rapidez. Sabían que tenían a su hombre y todos podían irse a dormir. Puesto que la investigación se basó en interrogatorios y no en pruebas, la policía no se dio cuenta de que Williams no tenía arañazos en el cuerpo, a pesar de que había ofrecido voluntariamente muestras de sangre y cabello y se había sometido a un frotis en el pene. Unos agentes más astutos habrían determinado que la sangre y la piel encontradas bajo las uñas de Michelle eran indicios claros de una pelea y que su agresor presentaría marcas de algún tipo.
La noticia del asesinato recorrió toda Norfolk, especialmente los pisos cercanos a la base naval. Al poco tiempo llegó la noticia de que Dan Williams había confesado. A Omar Ballard le sorprendió que la policía no estuviera buscándolo y se mostró un tanto perplejo por la noticia, pero también aliviado de que los sabuesos de la policía de Norfolk hubieran seguido el rastro equivocado. Pero Omar no adoptó precisamente un perfil bajo. Ya estaba buscando a su tercera víctima.
El Confidencial