‘Los Miserables’, una historia sobre la injusticia y la brutalidad que nunca pasa de moda

Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En el siglo XIX, el entretenimiento de masas estaba en los grandes folletines, esas novelas río que pretendían a la vez describir el mundo y cambiarlo. Los relatos de Charles Dickens despertaban tal fascinación que sus biógrafos cuentan que los lectores esperaban en los muelles de los puertos americanos la llegada de los barcos con las revistas que ofrecían las nuevas entregas de sus libros. Pero ninguna novela de la edad de oro del folletín tuvo tanto impacto como Los Miserables, de Victor Hugo (1802-1885).
Como si se tratase del lanzamiento internacional de una nueva aventura de Harry Potter, el 3 de abril de 1862 comenzó a distribuirse la novela río de Hugo a la vez en 12 países, desde Brasil a Rusia (entonces el francés era la lengua franca de la cultura), relataba Le Monde en un artículo titulado 'Los Miserables, acontecimiento literario planetario‘. Citaba unas palabras de la hija del escritor un mes después del lanzamiento: “Los Miserables produjo un entusiasmo sin igual en todas las clases sociales; el libro estaba en manos de todo el mundo; los personajes, que ya se habían convertido en arquetipos, eran citados en todas las ocasiones y en todos los contextos. Imágenes de estos personajes están en todos los escaparates de las imprentas; carteles monstruosos anunciando Los Miserables están pegados en todas las esquinas”. La primera edición, de 100.000 ejemplares, una cifra brutal para la época, se agotó enseguida. Lo impresionante es que el impacto de aquella novela, de dos mil páginas, se mantiene más de 150 años después.

Con motivo del bicentenario de su nacimiento, en 2002, el maestro Rafael Conte escribía en EL PAÍS sobre la renovación constante de su éxito: “Victor Hugo sigue vivo, como lo muestra la fidelidad de sus lectores y consumidores, la de la industria cultural de nuestros tiempos, la creciente actualidad de sus adaptaciones al cine, al teatro y a la televisión hasta en el centro de la más central, Estados Unidos, de donde nos han llegado frecuentes revisiones de Nuestra Señora de París y Los Miserables al cine y al teatro”. Curiosamente, aunque el musical había triunfado en todo el mundo —ha pasado por 53 países, ha estado 40 años en la cartelera de Londres y ha tenido 130 millones de espectadores—, no regresó a París hasta 2024 pese a ser una obra originalmente escrita en francés y estrenada en 1980 en la capital francesa.
Y ahí sigue: Melani García acaba de ganar el concurso televisivo Tu cara me suena con una versión de una de las canciones más célebres del musical, I Dreamed a Dream, por la que Anne Hathaway logró un Oscar en 2012 por la versión cinematográfica de Tom Hooper, tema que tiene 60 millones de reproducciones en Spotify. Cuando salió a recoger el premio, Hathaway acabó su discurso diciendo: “Ojalá en un futuro no muy lejano las desventuras de Fantine solo puedan leerse en novelas y no en la vida real”. El interminable éxito de Los Miserables tiene que ver con que las injusticias que describió Hugo en su libro, un fresco del mundo al principio de la revolución industrial, siguen ahí.
El relato, con decenas de personajes y que transcurre a lo largo de 30 años, describe la sociedad francesa del siglo XIX, pero sobre todo cuenta la historia de personas cuya clase social y nacimiento marcan su destino para siempre. El protagonista es Jean Valjean, un hombre condenado a una terrible pena de galeras por robar un trozo de pan para dar de comer a su familia, al que obsesivamente persigue durante toda su vida un policía, Javert. El simbolismo de una persona marcada para siempre por la pobreza de su pasado tiene un hueco enorme en la actualidad. Hugo también contaba actos de grandeza —como el del obispo de Digne que salva a Valjean— y de máxima miseria humana.
En un mundo en la que se multiplican los discursos racistas, donde los que huyen de la pobreza son estigmatizados por la ultraderecha, como si su origen tuviese que marcarles para siempre, donde los migrantes son cazados en Torre Pacheco o Los Ángeles, el mensaje de Hugo mantiene todo su poder. La fuga sin fin de Valjean, la desgraciada Fantine, su hija Cosette, los malvados Thénardier o el obsesivo Javert encarnan un mundo injusto y cruel que no solo se resiste a desaparecer, sino que parece volver con fuerza.
EL PAÍS