‘Devuélvemela’: los despiadados hermanos Philippou sacuden con su sadismo hacia los críos

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
Hay películas que se colocan frente al que mira como si fueran un puñetazo. Pero hay otras —menos frecuentes, más incómodas— que lo hacen como si fueran un espejo. Uno sucio, agrietado, colocado a escasos centímetros del rostro. En ese cristal roto los hermanos Philippou han decidido reflejar no el miedo, sino el sufrimiento más puro e intolerable: el de la infancia. Con Devuélvemela, su segundo largometraje tras el estupendo debut de Háblame, no solo suben la apuesta, sino que dinamitan el tablero entero. Y, tal vez, en esa explosión hayan perdido el equilibrio entre el arte y la atrocidad.
El juego no es el del terror sobrenatural que se fundía con la ansiedad adolescente. No hay fiestas en casas suburbanas ni desafíos entre universitarios con móviles. Aquí, el infierno tiene cuerpo de madre enloquecida y víctimas de ocho años, en una de esas casas de los horrores desgraciadamente reales, incluso en España. Pero su violencia —realista, seca, apabullante— ya no da miedo: genera angustia física. La cámara no se detiene en el susto fácil, sino que se recrea en la exposición minuciosa del dolor infantil. Y eso, aunque esté extraordinariamente bien interpretado —con un Billy Barratt prodigioso y una conmovedora Sora Wong, actriz parcialmente invidente en un papel de ciega—, resulta, por momentos, insoportable.
La propuesta se desliza peligrosamente por esa delgada línea que separa lo artístico de lo sádico. No hay espacio para la ambigüedad del dolor como vía de reflexión. No al menos con la suficiente sofisticación. Devuélvemela deja a Carrie en un cuento para niños y al Nuevo Extremismo francés en una dinámica del terror casi ligera. Lo que hay es una exposición casi pornográfica de la psicosis del duelo adulto y del sufrimiento infantil. Una despiadada estimulación de la empatía que convierte al espectador no en cómplice, sino en rehén.
La mitología que los Philippou proponen, con sus ecos a H. P. Lovecraft y a lo ominoso, nunca termina de cuajar. Su lógica interna es errática y su desarrollo narrativo, desconcertante, especialmente en un último acto que abandona toda verosimilitud policial para abrazar los clichés más pedestres del thriller televisivo. Uno se pregunta entonces si esa apuesta inicial por la brutalidad realista no merecía un desenlace más coherente que el de una película del montón.
Y, sin embargo, el reparto es impecable. Sally Hawkins, que en realidad ya daba un poco de miedo con sus excesos de dulzura un tanto extravagante en las películas de Mike Leigh —y en una decisión de reparto semejante a la inclusión de Hugh Grant en Heretic (Hereje)—, se transforma en una figura devoradora. Pero no basta. Devuélvemela propone un descenso a los infiernos sin red, sin ironía, sin consuelo. Y lo hace con tanta eficacia formal como falta de distancia crítica.
El plano final, único momento de verdadera expresividad en lo visual, podría haber redimido el conjunto. Pero llega tarde. Sus insoportables explicitudes de imagen, con los críos como protagonistas, están cerca de la humillación. Y en el fondo es una película que no se pregunta nada. Solo muestra. Es sádica con sus personajes infantiles, y también con los espectadores.
Dirección: Danny y Michael Philippou.
Intérpretes: Sally Hawkins, Billy Barratt, Sora Wong, Jonah Wren Phillips.
Género: terror. Australia, 2025.
Duración: 99 minutos.
Estreno: 1 de agosto.
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Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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