'Blossoms Shanghai': el 'Succession' chino de Wong Kar-wai
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Fue la llegada del sobrino pobre -clasemediero- a las oficinas de aluminio y cristal del negocio familiar de los Roy la excusa que utilizó Succession para mostrar el funcionamiento de las altas esferas financieras neoyorquinas y también de las lavadoras -de trapos sucios- de las estirpes de colegio de pago y silla en el consejo de administración. En Blossoms Shanghai, el bautismo del director chino-hongkonés Wong Kar-wai en el formato serie y cuya primera parte estrena Filmin este martes 17 de junio, también es un sobrino pobre quien llega al Shanghai de finales de los ochenta con hambre voraz de éxito y dinero, justo en el momento en el que China empezó a abrirse al capitalismo.
Sin embargo, aquí el poder no se despliega sobre mobiliario minimalista ni rodeado de televisiones LED gigantescas ni de fachadas transparentes, sino que lo hace en los bajos fondos, los restaurantes con carteles de neón y hoteles estilo inglés de madera oscura. Llama la atención como en el pulcro mundo de Succession los negocios se hacen entre copas de champán y pequeños aperitivos meramente decorativos -una vez una mujer muy rica y muy venida a menos me advirtió que comer era de pobres-, mientras que en el cine oriental el acuerdo exige un ritual de degustación mucho más campechano, que diríamos, y en Blossoms Shangai se reparten muchos boles de arroz congee en pequeñas mesas esquinadas, aunque seas el hombre más rico del barrio. La filosofía de los personajes va más allá del "es el mercado, amigo", y nos brindan reflexiones como "escalar el Empire State hacia arriba lleva una hora, caer desde él, 8,8 segundos" o "de todas las trampas, el amor es la más dura".
Después de casi una década dedicado a sus menesteres, Wong Kar-wai rodó entre 2020 y 2023 esta serie de treinta capítulos concebida como la continuación de la ahora trilogía del amor y la soledad compuesta por Deseando amar (2000) y 2046 (2004), dos de las películas asiáticas que mejor han permeado en la cultura occidental y que convirtieron a Wong en un gran referente formal. Blossoms Shanghai ha supuesto su regreso a la dirección y a la ciudad en la que nació -y de la que emigró con cinco años-, pero sobre todo un regreso al pasado de una China que iniciaba su camino a la gloria, a los años de la reforma económica china en la que se adoptó una "economía socialista de mercado". La serie, que recurre en algunos momentos a imágenes de archivo, enseña, por ejemplo, cómo en noviembre de 1984 se emitieron las primeras acciones chinas.
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En Blossoms Shanghai podemos entrever al Wong de Chungking Express (1994) -esos planos ralentizados y acelerados que dejan como una leve estela, eso sí, mucho más comedidos- y un trabajo de dirección de arte evocador y lleno de texturas, alejado de cualquier realismo. También están los encuadres medidísimos, las puertas, los muebles, los ángulos como instrumentos para encerrar a los personajes en el cuadro, pero choca en un primer vistazo una propuesta que recuerda a las telenovelas de los años ochenta y noventa, con recapitulaciones y personajes extremos y una sensación de circularidad en la narración elíptica, reforzada por el leitmotiv musical de Frankie Chan, compositor también de las bandas sonoras de Chungking Express y Fallen Angels (1995). Y la cámara, esa cámara que nunca deja de moverse.
Wong recurre además a la voz en off que ya no es un monólogo interior emocional, sino una guía expositiva para poder entender el lugar, el tiempo y las relaciones entre los personajes. A veces es cine noir, con su respectiva femme fatale, y a veces es melodrama. A ratos parece Blade Runner, a veces una soap opera. Sin embargo es la relación de los personajes con el dinero y la reflexión social sobre el ascenso -y descenso- social lo que eleva a los personajes fuera de los estereotipos. Y lo que la conecta con el ahora. Por algo Wong insiste en la imagen recurrente de un ascensor art déco, de aquellos que recuerdan al crack del 29.
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La serie comienza en la Nochevieja de 1992 y con el protagonista, Ah Bao (Ge Hu, al que vimos en El lago del ganso salvaje, 2019), portando un maletín con 300.000 yuanes. Al tiempo que el mundo celebra la llegada del Año Nuevo, un taxi atropella a Ah Bao con la intención de asesinarlo. Rápidamente la serie retrocederá unos años atrás, cuando Ah Bao es un desconocido que llega a Shanghái en busca de prosperidad y acude al Tío Ye (Benchang You), un viejo conocido de la familia, "el maestro absoluto del arte de los negocios", para que lo ayude. Tío Ye, recién salido de la cárcel, se erige como gurú y cicerone de Ah Bao en su ascenso al poder y le enseña que las apariencias -los trajes caros de tejido inglés- son casi más importantes que la fortuna.
Tras un entrenamiento exprés, Ah Bao se convierte en el empresario más solicitado de un Shanghái vibrante en el que todo el mundo quiere hacer negocios con las acciones, donde se hacen y deshacen pactos, los perdedores quiebran y se suicidan, los ganadores amplían negocios y los estafadores siguen como rémoras el rastro del dinero. Alrededor de Ah Bao se crea un grupo de colaboradores con los que hará negocios y que lo apoyarán el camino. Pero quizás alguno de ellos lo haya traicionado y ahora esté intentando acabar con su vida.
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Del cine de Wong se agradece la huida del pragmatismo de las series estadounidenses. El director se toma su tiempo para construir sensaciones, para dar espacio a personajes de reparto que aportan color y calor a un retablo lleno de personajes que se entrecruzan y que son producto de muy distintos contextos socioculturales. Aunque sea difícil seguir las relaciones entre ellos, sí refuerzan esa sensación de caos controlado que pretende transmitir la serie. Aunque quien esté buscando el intimismo del anterior cine de Wong, probablemente quede decepcionado por una trama y unos parlamentos que acaban comiéndose los conflictos de piel.
Y es que la Blossoms Shanghai, que parte de la adaptación de la novela
El Confidencial