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'28 años después': ¿y para este disparate hemos esperado tanto tiempo?

'28 años después': ¿y para este disparate hemos esperado tanto tiempo?

No hay nada peor que un amigo rencoroso. Y, sobre todo, uno que ha estado guardándose la venganza para servirla ya no fría, sino mohosa. Han pasado veintitrés años desde el estreno de 28 días después (2002), la película de Danny Boyle escrita por Alex Garland que renovó el género de los zombies -perdón, infectados- y que imaginó un Londres vacío y distópico asolado por una pandemia de rabia. Si los zombies de George A. Romero se movían con andares fentanílicos, en el universo de Boyle los infectados empezaron a esprintar como Usain Bolt. La película fue un éxito pero ellos acabaron tarifando. Se habían conocido a finales de los noventa. Danny Boyle había leído la -magnífica- novela La playa, escrita por Garland, y acabó adaptándola: Leonardo DiCaprio en Tailandia. Después Garland escribió el guién de 28 días después, valga la redundancia. Una segunda entrega se puso en manos de Juan Carlos Fresnadillo, por aquello de no repetirse. Fue en Sunshine (2007), cuando una desavenecia sobre el final de la película provocó su divorcio. Que no digan que la cosa del cine no es seria.

Separación de bienes y guerra fría. Boyle se marchó por su lado para ganar ocho oscars con Slumdog Millionaire (2009), entre ellos el de Mejor dirección. Garland, que empezó como el excónyuge a compadecer, colaboró con otros directores de mayor o menor enjundia hasta atreverse con la dirección. Suyas son Ex-Machina (2014), ganadora de un Oscar y por la que Garland estuvo nominado a Mejor guión, Men (2022), Civil War (2024) y Warfare (2025), películas que lo han consagrado como un director tan testosterónico como audaz. Suya es también la serie Devs (2020), culto instantáneo para los querientes de la ciencia ficción. Garland, es sin duda, un autor. Y un gran autor. Arriesgado, agudo, clarividente -pensemos en cómo predijo la situación que vive ahora Estados Unidos- y atrevido. El riesgo es siempre bienvenido. Y, sobre todo, en un género que parece ya desgastado y manido después del puñado de series, spin-offs, secuelas y contrasecuelas que han atestado la cultura popular en la última década.

Por eso no se entiende qué ha ocurrido aquí. No hay nada peor que un amigo rencoroso porque después de años de miradas aviesas y esquiveces, un directivo decide reactivar la franquicia lucrativa y los dos creadores se dan la mano y se prometen perdón. Pero uno de ellos, en este caso Alex Garland, le encaloma a su examigo, en este caso Danny Boyle, un disparate de guión insalvable, un cúmulo de decisiones descabezadas, un ver para creer, un caramelo sabor cicuta, una soga al cuello con forma de corbata, una piruleta de cables pelados, un supositorio de alambre de espino: la venganza final.

placeholder Aaron Taylor Johnson es el padre de Spike. (Sony)
Aaron Taylor Johnson es el padre de Spike. (Sony)

A medida que avanza la película no es difícil imaginarse a Garland tecleando en el ordenador cual fantasma del paraíso. Una, que también escribe ficción cuando puede, sabe distinguir la incapacidad de la saña. Y, ¡oh mama! Esto es harina de otro costal. Pica la necesidad de restregarse las córneas no una ni dos ni tres veces. Incluso la comedia voluntaria parece involuntaria hasta que sólo puede explicarla el humor negro interpersonal.

28 años después arranca, efectivamente, veintiocho años después de que al Reino Unido le asolara una pandemia -no la del Brexit- que obligó a poner en cuarentena todo el país. No, miento. La primera secuencia nos traslada al inicio de la epidemia, con una secuencia algo torpe y atropellada con teletubbies, niños, sangre y un siempre a mano "Padre, ¿por qué me has abandonado?". Porque de religión va un poco también la cosa. De religión y de roles heredados y de padres y de madres y de la vuelta a una sociedad estamental y de ritos rudimentarios y de creencias y de tribus y demás.

placeholder Un infectado que no ha catado ni mujer ni varón en mucho tiempo. (Sony)
Un infectado que no ha catado ni mujer ni varón en mucho tiempo. (Sony)

Veintiocho años después, el último pueblo -o no, quién sabe- sobrevive como los galos, atrincherados y rodeados de estacas en una isla de Escocia, desde la que sólo se puede acceder al resto de Reino Unido a través de un caminillo que cruza un estrecho y que desaparece cuando sube la marea. No se puede atravesar a nado, debido a las corrientes, lo que es muy útil para mantener alejados a los infectados. En esto, los zombis submarinos de Lucio Fulci llevarían ventaja: no se pierdan esta secuencia de un zombi peleando a puñetazos con un tiburón. Los supervivientes han recreado una sociedad medieval en la que las mujeres recolectan y cantan canciones y los hombres aprenden a disparar con el arco.

Gran acierto el de Boyle, todo hay que decirlo, de enhebrar esta primera parte de la película con secuencias de películas bélicas, totalitarias y medievales, al ritmo del poema Boots de Rudyard Kipling, que emula la alienación de un soldado en la guerra. En cualquier guerra. El problema es que el recurso queda rápidamente abandonado. Planos aberrados, encuadres imposibles y lentes anamórficas ayudan a sumarle violencia al la película, que se muestra -en su primera parte- permanentemente en tensión.

En este poblado medieval, Spike (Alfie Williams) es un niño de doce años que debe pasar un rito de iniciación. Acompañado de su padre (Aaron Taylor-Johnson), deberá cruzar el camino, llegar a Reino Unido, matar un par de infectados y volver convertido en un hombre. Por el camino se encuentran con infectados -o una especie de mutantes- obesos que comen gusanos, con infectados anoréxicos que llevan tiempo sin comer y con una especie de infectados alfa, que son mucho más grandes, mucho más salvajes y están mucho mejor dotados -genitalmente- que el resto. Porque los infectados han vivido una especie de involución y ahora se organizan como grupos de neandertales, lo cual es una decisión muy interesante, porque viene a plantear los peligros de una sociedad que se deja llevar por sus instintos primarios, que son violentos, territoriales y desiguales, en los que el macho alfa supone la gran amenaza. Hasta aquí todo bien. 28 años después engancha, explota el suspense y contiene subtexto.

placeholder Un alfa. (Sony)
Un alfa. (Sony)

Sin embargo, a mitad de metraje -o un poco antes- los creadores toman una decisión muy arriesgada que convierte la película... en otra cosa. La madre de Spike, Isla (Jodie Comer), lleva años encamada por lo que todos creen que es una enfermedad psiquiátrica. Al principio parece que la mujer está infectada, pero sólo -sólo- son cefaleas incapacitantes. Y este personaje tendrá una importancia capital en la deriva del film, que pasará a convertirse en un drama familiar al estilo de Terrence Malick y que acabará con una reflexión sobre la muerte, con osarios monumentales -al final uno de los primeros signos civilizatorios complejos tiene que ver con la ritualidad funeraria- y extrañas disquisiciones místicas. Y con chavs vestidos de teletubbies de por medio. También hay un momento interesante de sororidad interespecie, que quizás se podría haber explotado un poco más, y que apunta a una nueva vía sobre la evolución de la saga. Y aparece Ralph Fiennes en un papel mengeliano.

Hay comedia, hay terror, hay drama y hay sorpresa; todo lo que ocurre resulta inesperado. Al menos, no se puede tachar a Garland de complaciente o de haberse quedado en su zona de confort. Pero a costa de la verosimilitud y el tono y la coherencia emocional de unos personajes difíciles de entender más allá de la locura. Pero, ¿quién soy yo, que no he vivido un holocausto zombi, para juzgarles?

placeholder Alfie Williams, Jodie Comer y Ralph Fiennes en el osario. (Sony)
Alfie Williams, Jodie Comer y Ralph Fiennes en el osario. (Sony)

28 años después abre la veda de la nueva hornada de cine infectado: para el año que viene está programada 28 años después: el templo de huesos, dirigida por Nia DaCosta, en la que, al parecer, repiten Alfie Williams, Ralph Fiennes y Alex Garland. Aquí una fanática de Garland reza porque el cineasta no se deje poseer por la alienación ni del encargo ni por la rabia vengativa ni aplastar por las "botas, botas, botas, moviéndose de arriba a abajo", que diría Rudyard Kipling, en la trinchera del cine de masas.

El Confidencial

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